DIARIO DE BICICLETA

Un viaje hasta el fin del mundo

De Buenos Aires a Ushuaia, la ciudad más austral del planeta


Renato Tapado



(Traducción: Pedro Daniel González)



"Ya estoy imaginando el reportaje, de micrófono o birome en mano, lanzándome con expresión muy seria: 'Doctor Étienne, ¿para qué sirve todo eso?'. Y yo, descaradamente diciendo: '¡Para nada, mi amigo!'.

Es bastante evidente que no estamos realizando algo útil en primer grado, que no fabricamos un abrelatas o una máquina de lavar. También es cierto que no necesitamos un pretexto científico cualquiera para justificar nuestra expedición.

"Esta aventura excepcional debe despertar resonancias más sutiles, como lo hacen las obras de arte, un cuadro o una sinfonía, cosas no cuantificables ni tampoco forzosamente visibles, que repercuten demorada y profundamente en el silencio de los corazones y dan a la vida otro sabor [...]".

Jean-Louis Étienne, que comandó la primera expedición que atravesó la Antártida de trineo, en siete meses, en el libro Transantártida: la travesía del último continente. Rio de Janeiro: José Olympio, 1995, p.127.




Nota

Este diario de a bordo es prácticamente el texto escrito a mano durante el viaje en bicicleta, sin "mejorías" o "literatura". Apenas corregí algunos datos y agregué uno o dos detalles que yo recordaba, pero había olvidado de escribir. Mantuve el nombre verdadero de las personas citadas.

En el final del texto, a la hora de copiarlo en la computadora, enumeré informaciones técnicas sobre el recorrido.

R. T.




Isla de Santa Catarina (Florianópolis), 26 de diciembre de 1995, 11:45 h.

Hace más de un año y medio, envié mi primera carta para el Departamento de Turismo de Ushuaia (Argentina) pidiendo informaciones sobre la región. Ahora, aquí en el zaguán de embarque del Aeropuerto de Florianópolis, listo para ir a Buenos Aires, sé que aún no comencé propiamente el viaje, pero la sensación de ansiedad es la de quien realmente ya esta partiendo para atravesar la pampa y el desierto argentino rumbo a la Cordillera de los Andes.

En el avión, por primera vez, pude ver la Isla de Santa Catarina entera, de norte a sur. Vi la región donde vivo, el Rio Tavares, y el Sertão do Peri, lugar que conocí en bicicleta para visitar el alambique de don Chico (que fue asesinado en 1996).

Ahora, escuchando el disco Secret Story, de Pat Metheny, en el walkman, pienso en mi compañera, Lu, que se despidió de mí en el aeropuerto - la única persona que yo quería que estuviese conmigo a la hora de partida. Pero, en verdad, ella estará junto a mí durante todo el viaje. De cierto modo, es eso lo que va a tornar esa aventura posible.

Buenos Aires, 27 de diciembre de 1995.

En el aeropuerto, un equipo de coreanos con ropas Polartec (la misma marca que estoy llevando), con aspecto de alpinistas, está llegando, les pregunté si iban a escalar el Aconcagua, la mayor montaña de América, y respondieron que sí. Pensé, sin comentar nada, obviamente, que hay una estadística mostrando que, de cada grupo, digamos, de diez personas que intentan escalar el Aconcagua, algunos, no recuerdo cuantos, no vuelven...

Tomé un taxi especial (un remís) que costaba US$ 35, pero pedí rebaja, y el chofer me dejó a US$ 30 hasta la casa de Carola, donde fui a buscar la llave de la casa de Claudia. Fui conversando sobre mi viaje con el chofer, y el trayecto siguiente del taxi - de la casa de Carola hasta la de Claudia - ¡él no me cobró...! , Buen comienzo...

Claudia es una amiga que sólo veo muy esporádicamente. Un día, le escribí contando de mi plan de viaje a Ushuaia y pidiéndole para dormir una noche en su casa. Tiempo después, recibí una llamada telefónica de una amiga de ella que estaba en São Paulo diciendo que Claudia, en la época de mi viaje, estaría en España, pero dejaría la llave de su casa a una amiga - Carola.

Salí para buscar bencina para el calentador y otras cosas, pero la bencina ya no se usa más - sólo para encendedores, en frascos pequeños, y es más cara, en tanto que en Brasil se vende por litro. Voy a tener que usar nafta como combustible.

A la noche, Carola - que yo no conocía - me recibió con una cena óptima, con un excelente vino argentino y una predilección compartida por Julio Cortázar.

De esta forma, el viaje está comenzando maravillosamente bien, con gente cuidando para que todo salga perfecto. Pero a Carola, ¡yo ni la conocía! Y después de cenar, ella me sirvió de postre algo que yo nunca había comido: ¡cerezas frescas...!

Hoy (27/12/95), pasé la mañana detrás de mapas e informaciones. ¡Increíble...! Aquí, cada provincia tiene su "Casa de Turismo" en Buenos Aires, y los funcionarios te dan toda la información turística, folletos, etc., ¡gratis! Así pude saber que algunas áreas que yo creía despobladas no lo son tanto, y hay haciendas que ofrecen alojamiento, alimentación, algunas tienen camping, etc. A la tarde, monté la bicicleta con todo el equipaje - ¡ufa!, ¡qué trabajo...!

El equipaje consta de: dos bolsas (como las alforjas que se ponen sobre los caballos) en la rueda delantera, llenas, un portaequipaje en el frente, con piezas, cámaras, etc., dos bolsas mayores en la rueda de atrás, y encima del portaequipaje el aislante térmico, la carpa, la bolsa de dormir y la mochila llena. ¡El peso aumentó mucho más de lo que yo imaginaba...!

El portaequipaje trasero tenía una soldadura que se despegó, tendré que soldarlo de nuevo en algún taller por el camino, también comprar nafta para el calentador. Ya compré alguna comida y herví agua para llevar mañana. Parto bien temprano, después de llevar la llave de la casa de Claudia a Carola. La suerte es que yo voy a tomar una avenida aquí cerquita y seguir derecho para salir de la ciudad hasta Luján, mi primera parada. Será el primer día de viaje. Estoy muy bien y sólo pienso en comenzar enseguida ese viaje planeado durante un año y medio. Ahora, voy a preparar un spaghetti con atún y tomar la última cerveza antes del viaje.

28 de diciembre de 1995.

¡Primer día de viaje...! Lu me llamó ¡a las 5 horas de la mañana...! Hablé con ella y salí de la casa de Claudia a las 6. Entregué las llaves a Carola, me despedí y partí a las 6:30 h.

Día sin nubes, sin viento en contra y temperatura agradable de mañana. ¡Perfecto! Solo asfalto y todo llano, y rutas bien señalizadas. Mi objetivo era Luján, que yo pensaba que estaba a unos 70 km de Buenos Aires.

No sé exactamente, pero llegué a Luján a las 10:30 h., o sea, en apenas cuatro horas de viaje. Entonces, resolví estirar hasta Mercedes, 32 km más. Así, el primer día fue más allá de lo esperado - ¡100 km! -, pero eso no es nada, pues era que las condiciones estaban muy favorables. Bien, para comenzar el viaje con la moral alta, fue óptimo.

El peso de la bicicleta me impresionó de inicio - ¡nunca había pedaleado con tanto equipaje...! -, pero poco a poco me fui acostumbrando, principalmente a no caerme con bicicleta y todo cuando paraba...

Temperatura de 30º a las 12:25 h., viento norte débil.

Pasé por un campo de girasoles y le saqué fotos. ¡Van Gogh en la ruta...!

No hablé de un negocio donde fui a comprar comida en Buenos Aires: el dueño ya había ido a Florianópolis y hasta Parati. El padre de él no me dejaba salir del negocio, conversando sobre mi viaje, dando mil consejos e itinerarios...

Ah! Olvidé decir que Carola, la amiga de Claudia, nació en Ushuaia. ¡Qué coincidencia...! Me mostró unas fotos en blanco y negro de una Ushuaia casi sin nada, cuando su padre tenía que cortar leña para descongelar el agua de las cañerías...

Llegué a Mercedes: ¡100 km! Nada mal para el primer día, que yo pensé sería más corto. Pero tuve la recompensa. Parado en la plaza principal de la ciudad, vi a un muchacho de corbata y bicicleta, ¡qué cosa poco común...! Él pasó, volvió y vino a hablar conmigo. Conocía Florianópolis y estaba formando un grupo de amigos a quienes les gustaba pedalear. Me llevó hasta el Parque Municipal, que tenía áreas de camping, bosques, mesas para asados y... ¡piscina...! Yo nunca había visto un camping con ¡piscina gratis...! Así que, después de los primeros 100 km, un baño en la piscina y otro en una ducha fría. El Parque también tiene baño, acampé allí, y el detalle es que todo era gratis.

Conocí en el Parque a dos ciclistas que ya estuvieron en Bariloche de bicicleta y conocieron aquí, en Mercedes, a otro ciclista brasileño que estaba viajando por el mundo.

¡Increíble como el mundo es un pañuelo! - voy a decir esto muchas veces, perdónenme el lugar común -.

David, el muchacho de corbata, me dio la dirección de su casa y el teléfono por si yo llegara a necesitar algo. Conocí además a otro muchacho que hizo ¡250 km en bicicleta en un día! Pero sólo llevaba una mochila. Dijo que el desierto después de Santa Rosa es bravo, pero la ruta es asfaltada, y las personas que yo voy a encontrar en el camino van a recibirme bien.

Mi consumo de agua fue de apenas tres litros para seis horas de viaje, o sea: medio litro por hora. Es menos de lo que acostumbraba a beber entrenando, pero la ruta era plana, no había viento y no hacía mucho calor. En otras condiciones, en las mismas seis horas, yo habría bebido seis litros. Así, en los mayores tramos desiertos - que pueden llegar a 130 km -, ¡yo debo llevar unos diez litros...! - que significan diez kilos...

Bien, esa noche hice mi primera comida en el calentador, y después de lavar y guardar todo, fui a dormir.

29 de diciembre de 1995.

Anoche, cuando yo estaba cocinando arroz con vegetales deshidratados y garbanzos en lata, llegaron dos chicos ciclistas que conocí a la tarde y un señor mayor, Luis, que quería conocerme. Ellos crearon el grupo "Amigos del Pedal", para paseos, excursiones, etc., anunciando los eventos por la prensa. Ya hicieron unos cinco paseos. Luis tiene un primo que es guía turístico en Ushuaia, y su esposa ya estuvo en Canasvieiras (Florianópolis). Me dejó su dirección y tomó la mía, pues van a intentar publicar una nota en un diario local sobre mi viaje.

6:35 h., viento nordeste débil, sol y 20º C.

Saqué el aislante térmico, la bolsa de dormir, la mochila con las ropas y los objetos personales, guardé todo en la bicicleta, después desarmé la carpa. Acomodé las cosas en la bicicleta y fui a preparar el desayuno. Comí, lavé las cosas, guardé el calentador, después hice elongaciones, precalentamiento, y entonces estaba listo para salir. Todo eso sería repetido decenas de veces en todo el viaje.

Hoy a la mañana, Luis vino a encontrarse conmigo y sacó fotos para el diario. En frente del banco donde trabajaban, me dieron agua y me presentaron a otro amigo que, al despedirse, me dio dos besos - en general los hombres argentinos suelen saludarse con un beso - y me dijo: "Está bien, vos vas a Ushuaia, pero... Eso es una locura, ¿no te parece?". Y yo respondí: "Claro que sí....". Él se rió y me deseó buena suerte. Luis me siguió con su bicicleta hasta la rotonda de salida de la ciudad.

Tomé rumbo para Chivilcoy sintiendo el cansancio del día anterior y el calor que aumentaba. A las 14 horas, paré en una estación de servicio.

A la sombra, hacía 32º C, según mi termómetro/brújula/llavero. Me detuve un rato para descansar y después proseguir hasta Alberti.

Estaba convencido de que no haría 55 km más hasta Bragado, era una pena, pues allá tenía un lugar bárbaro para acampar, conforme me habían dicho. Después, pensé en mantener la idea inicial, que era la de pasar Año Nuevo en Pehuajó, en el cuarto día de viaje.

En una estación de servicio en la que paré en el camino, un señor vino a conversar, otro vino a preguntar hacia dónde iba, y un chico en moto también hizo preguntas. Todos dan informaciones, conversan y me desean buena suerte en el viaje. Eso desde Buenos Aires.

Los camiones en la ruta no me asustan. Cuando no pueden apartarse para el costado - por tener mucho movimiento en la ruta, o a veces no hay banquina -, tocan la bocina para avisarme. Muchos autos y camiones también tocan bocina saludándome por estar viajando en bicicleta.

Hay muchos campos de girasoles, pero yo sólo vi uno bien florecido, los otros aún no tenían flores grandes.

En el camino, los mismos pájaros que veo en el Rio Tavares, en la Isla de Santa Catarina: gavilán, halcón, tero, benteveo, hornero, y hasta uno que no vi, pero lo reconozco por el canto. A las garzas blancas, sólo las vi junto a pequeñas aguadas.

El resto son campos de varios colores, incluyendo uno de pastizal fino y alto del color del trigo.

¡Fui hasta Bragado! 115 km. Tiene un camping a la costa de una laguna. Hasta ahora, el único lugar en el que pagué: US$ 7 (En la época, el peso argentino valía lo mismo que el dólar estadounidense y casi lo mismo que el real). Todos muy serviciales, como siempre. Me pegué un baño frío, hice mi comida en el calentador y fui a dormir.

30 de diciembre de 1995.

Salí para 9 de Julio. Hoy, voy a descansar un poco las piernas, pues haré sólo unos 60 km.

La temperatura de la mañana está debajo de los 20º C (¡parece otoño...!), pero a las 16 horas supera los 35º C.

El paisaje es siempre campo y más campo, pero hay muchas más plantaciones de girasol, algunas ya bien florecidas; y más pájaros, sobre todo cuando hay una aguada - patos, garzas, etc. A veces, flores pequeñas, amarillas, rojas y lilas. Los teros, como siempre, gritan cuando me aproximo.

Casi llegando a 9 de Julio, paré en la ruta en una casita que vendía salame casero. Pensé que sería bueno llevar, pues el salame no precisa estar refrigerado (por lo menos, yo pensaba así, y ellos también...). No había nadie en el mostrador, entonces toqué un timbre. Después de mucho tiempo, apareció un chico. Compré agua mineral, y conversamos sobre el viaje. Pedí para lavarme las manos y él me llevó hasta la cocina de la casa, todo muy simple. Después, una señora vino a atenderme. Compré pan, salame y un pequeño embalaje con cuatro huevos. Conversamos, y yo dije que es bueno comer huevos por causa de las proteínas animales, ya que, pedaleando, yo no almorzaba, sólo paraba para comer frutas y galletitas dulces - nunca saladas, para no quitar agua del organismo. Y a la noche, preparaba una pasta. Entonces, yo estaba preocupado con la disminución de mi consumo de proteína animal.

Al final, nos despedimos y mientras guardaba las compras en la bicicleta para partir, llegó el chico y me entregó un pan con salame que su madre había preparado. Ese pedazo de pan simple con salame, ofrecido por una señora que yo no conocía y que posiblemente jamás voy a volver a ver, es una de las cosas que jamás voy a olvidar.

Llegué a Nueve de Julio. El parque del cual me habían hablado, en verdad, es una especie de Paseo Público dentro de la ciudad, sin áreas para acampar. Me pareció extraño, pero hablé con el encargado. Él fue a pedir autorización para que yo pudiese acampar por allí y lo conseguí. Alguien me había dicho que era peligroso, porque a la noche no había ningún guardia. Además de eso, unos chicos en bicicleta vinieron a hablar conmigo, y uno de ellos me preguntó si yo llevaba mucho dinero para el viaje. Desconfié de él y lo despisté. El encargado del Parque, que ya había trabajado en un circo y era muy gracioso, decía todo el tiempo que allí era peligroso. Cuando fui a armar la carpa, había dos policías. El encargado me presentó, anotaron mi nombre y dijeron que yo no me preocupase. Me bañé - no sé cómo - en una canilla a unos 20 cm del suelo en el baño del Parque: ¡qué gimnasia! - agua fría, como siempre, pero fue agradable. Después, fui a cocinar a la orilla del lago con patos.

El encargado apareció de nuevo con otro señor. No descansó hasta que no me consiguió un candado para el baño, allí yo podría guardar la bicicleta de noche y en la mañana siguiente le dejaría la llave en un lugar combinado; fue eso lo que hice.

Pero de noche, algunos autos entraron en el Parque haciendo mucho ruido y alumbrando la carpa. Quedé con miedo. Me desperté a las 3:30 h. con muchachos gritando y ruido de autos. ¿Será que era gente que sabía que había una bicicleta guardada...? ¡Qué neurosis la mía...! Encendí la linterna para mostrar que estaba despierto. Pasó un tiempo y hubo silencio, entonces dormí de nuevo. De mañana, vi con alivio que la bicicleta continuaba bien guardada.

31 de diciembre de 1995.

Tomé mi chocolate con leche frío, no café - que adoro -, pues no es bueno para el desempeño del organismo (recuerdo que, cuando fui a hacer un examen del corazón, antes del viaje, no podía tomar café antes). Para el calor, el chocolate frío es mejor, además, no tengo trabajo armando el calentador sólo para calentar un poco de agua. Después, la rutina de siempre: lavar las cosas, secar, guardar, sacar todo de adentro de la carpa (comida, ropa, linterna, walkman, etc.) y guardar en las bolsas de la bicicleta, desarmar la carpa y colocarla en el portaequipaje trasero junto con la bolsa de dormir y el aislante térmico.

Salí a las ocho rumbo a Pehuajó; un poco cansado, pero tenía que lograr 105 km.

Poco a poco, sin mucho calor hasta las doce, fui pedaleando lentamente y me maravillaba con las garzas de alas de color rosa, los patos negros y otros pájaros, además de pastos de color del trigo (¿será que era trigo?). Llegué a Pehuajó a las 15 horas. Buenísimo, tuve tiempo para buscar un lugar para dormir. Compré agua mineral, papel, sobres, broches para colgar la ropa lavada y birome. La señora que me vendió me hizo un mapa indicando el hotel pequeño pero barato, el Bristol, que costaba US$ 12. Como el cuarto era en planta baja, podía guardar la bicicleta y salir para comer. El hotelito es una casa antigua y queda en frente a la estación del tren. Me bañé y lavé algunas ropas - ya estaba todo sucio. Tomé unas fotografías y caminé unas cuadras hasta el centro. ¡Todo cerrado! Además de la siesta, ¡era víspera de Año Nuevo y domingo! Felizmente, había un barcito abierto, de jóvenes, y comí una hamburguesa con café. Después, me senté para tomar una cerveza helada, con la sed de 105 km y siete horas de viaje. Aproveché para escribirle a Lu y continuar este diario.

Conversando con el muchacho del bar sobre el viaje, pedí un café y él me trajo el azúcar en sobrecitos - otra cosa característica en la Argentina. Yo dije: "¡Qué bueno!, esto es muy útil para acampar. ¿Puedo llevar estos?". Entonces, él me dio aquellos y algunos más.

Mucha gente anda en bicicleta, aquí y en otros lugares por donde pasé, inclusive vi viejitos pedaleando. También hay una fiebre de motos tipo "Garelli", prácticamente bicicletas motorizadas. Hasta madres con criaturas se ven en las calles.

1º de enero de 1996.

¡Qué año nuevo...! Los bares estaban todos abiertos hasta las 21:30 h., pero ¡sólo tenían sándwiches...! Había comido uno a la tarde y a la noche yo quería una Cena de Año Nuevo...

Anoche pasé por el hotel (mayor) de la ciudad, y el restaurante estaba cerrado, acabé comiendo otro sándwich con vino blanco (¡un vaso con hielo y una botella de agua con gas!). Intenté llamar por teléfono a casa y a lo de mis papás pero no lo conseguí. ¡Qué situación...! Cuando volví para el hotel, el restaurante del hotel mayor ¡ya estaba abierto de nuevo! ¡Mierda...! Me pareció mejor ir a dormir temprano.

Hoy, salí intentando tomar un café...Todo estaba cerrado. Encontré una pareja que estaba en el mismo hotelito que yo y también estaban en ayunas.

Compré unas cosas y fui a tomar mi chocolate con galletitas dulces en la habitación. Más tarde, fui a la terminal de ómnibus, pero hasta el restaurante de allá estaba cerrado. Acabé encontrando un negocio que tenía varias cosas. Compré dos latas de Brahma, queso, pan, paté y yogurt. Antes, ¡conseguí finalmente hablar con Lu! Ella estaba en casa de mis papás. Mi mamá lloró al hablar conmigo, pues estaba preocupada, ya que yo viajaba hacía cuatro días y no había conseguido telefonearles justamente el último día del año. Al final, corté la llamada, aliviado. Después del Año Nuevo de mala muerte en un cuarto de hotelito, fue muy emocionante poder hablar con mi compañera. Volví al hotel y comí en la habitación escuchando el disco de Pat Metheny, además tomando una cerveza. De repente, me sentí muy emocionado, me acosté en la cama y lloré - fue la primera vez que lloré así, solo, hecho una criatura abandonada o una cría de gato. Después dormí, me desperté a las 15:30 h. y me di un baño frío, pues hacía un calor infernal.

Busqué un camping en la ciudad para salir del hotel, lo encontré, pero era muy simple y, estaba sin agua. Otra cosa, cobraban US$ 8, entonces resolví dormir una noche más en el hotel.

La bicicleta ya está prácticamente lista. Mañana, salgo temprano para Trenque Lauquen, nombre indígena, como muchos de los lugares que voy a conocer. Ahora a la noche, voy a intentar dar una vuelta. Si estuviera todo cerrado, voy a comer alguna cosa en la habitación de nuevo... ¡Estoy loco por una comida decente...! Desde hace cuatro días, solamente como frutas, galletitas, sándwiches, ningún almuerzo como la gente...

Bien, espero poder cenar mañana en Trenque Lauquen.

2 de enero de 1996.

Bueno, sucede que ayer el centro de Pehuajó (un cruce de calles y dos cuadras llenas de bares y pizzerías) estaba lleno de gente. Primero, todo el mundo anda dando vueltas con el auto (como antiguamente en la Avenida Beira-Mar, en la Isla de Santa Catarina), y después las mesitas con sombrillas en las veredas comienzan a llenarse de gente.

Por lo menos, ¡había pizza! Pedí una cerveza y una pizza de panceta ahumada. Pensé que algo ahumado sería bueno. Nunca más olvidé que panceta significa "bacon". Bueno, a mí me gusta, pero no era exactamente lo que yo quería comer en aquel momento. Al final, comí toda la pizza y fui a dormir temprano.

Hoy, me desperté a las seis de la mañana, a las ocho fui al correo a enviar una carta para Lu y enseguida partí.

Trenque Lauquen queda a 85 km de Pehuajó. Todo iba bien hasta que comenzó el viento en contra, medio oeste, que hizo reducir mucho más mi velocidad, que ya no es grande.

Paré para descansar en el peaje de la ruta (es que fueron privatizadas). Ya hablé de la infraestructura de las estaciones de servicios. Algunas tienen hasta mesitas en la calle. En los peajes, casi no tienen nada para vender, pero todos tienen baños con duchas, papel, jabón y enfermería. El peaje cuesta US$ 2,60 para autos de paseo.

Salí del peaje a las 13:00 h. A las 14:00, llegué a Trenque Lauquen y busqué un lugar para almorzar - fue mi primer almuerzo en el sexto día de viaje: una milanesa con papas fritas, lechuga, tomate y pan - un típico almuerzo argentino, por US$ 7. Caro, pero no existe nada más barato en la Argentina, a no ser cuando hay un restaurante chino, entonces se puede comer a la brasileña (arroz, muchas legumbres, variedad de platos, etc.) por cerca de US$ 6. Después, fui al Barrio Alegre, que es un club con camping. Cobraban US$ 10. Pagué diciendo que era caro... Cuando llegó el encargado del camping, conversó conmigo y vio que yo estaba viajando, me bajó el precio a US$ 5... Me instalé, guardé la bicicleta en la sala de enfermería y fui a darme un baño - frío, como siempre. Compré agua mineral y unos croissants (en Argentina, se llaman medias lunas) dulces. ¡Hoy, voy a tomar mi primer café! Cuando desayuno, antes de pedalear, sólo tomo chocolate; sólo puedo tomar café cuando llego a algún lugar y paro.

En la ruta, continúo viendo varias especies de pájaro. Hay uno rojito y negro que no consigo fotografiar. ¡Hoy, una mariposa me atropelló! Espero que esté entera...

Como siempre, ¡mil personas vienen a preguntarme cosas!, y yo tengo que repetir todo. Un muchacho me llamó en el medio de la calle, me saludó y dijo que tiene un amigo que está viniendo de Alaska en bicicleta. También supo de otros que pasaron por aquí.

En la ruta, la policía me paró por primera vez, en dos lugares diferentes. Quieren preguntar todo - como todo argentino, los policías me tratan exactamente igual a los otros, me dan mucha información, sugerencias y lo de siempre... "¡Que tengas mucha suerte!", "¡Que te vaya bien!", etc. En Argentina, me siento en casa, al contrario de lo que yo esperaba antes del viaje. Yo pensaba que los argentinos serían pedantes y antipáticos. Bien, me mordí la lengua. Nunca fui tan bien tratado en toda mi vida.

5 de enero de 1996.

No tuve tiempo de escribir antes... En Trenque Lauquen, más gente vino a hablar conmigo y tomé mate con unos jóvenes. De noche, fue difícil dormir porque había mucha gente en el camping y personas haciendo ruido ¡toda la noche! Al otro día (3 de enero), salí temprano para Catriló, que estaba a 85 km. Ahí agarré viento en contra de nuevo, pero esta vez fue el ¡día entero! Yo pedaleaba con dificultad y cuando pasaba un camión de los grandes, el movimiento del aire me empujaba para la banquina - cuando había... -, y yo tenía que forzar los brazos para recuperar el equilibrio de la bicicleta y volver a la pista. Sólo pude llegar a Catriló pasadas las 17 horas. Me cansé mucho y viajé a un promedio por debajo de los 10 km/h.

Catriló es la entrada de la provincia de La Pampa. Eso significa que yo había atravesado la Provincia de Buenos Aires, que es llana, todo campo, pero no árido. Por eso también es llamada Pampa Húmeda. Aquí en La Pampa hay una región desierta.

El Parque Municipal de Catriló es un desastre: no hay nadie, no tiene luz...

Aconsejado por alguien, fui a hablar con el intendente de la ciudad - ¡en la casa de él! Golpeé las manos pero no estaba, entonces la esposa me dijo que yo lo encontraría en la Municipalidad. Fui hasta allá. Él me dijo que podía acampar allá pero que no había luz ni nada. Sugirió que me presentase ante la policía para registrar mi nombre, afirmó que no era obligatorio. Por las dudas, fui... En el camino, conversé con dos policías que me sugirieron dormir en la estación del tren, ya que hoy no llegaría ninguno. Fui hasta allí, hablé con la familia del jefe de la estación - ellos vivían allí mismo - e instalé mi bolsa de dormir y la bicicleta en el piso de la sala de espera, al lado de aquellos largos bancos de madera. Había unos baños horribles, sin duchas - no pude bañarme.

Fui a buscar alguna cosa para comer. El restaurante abría a las 21:30 h.

Catriló es una ciudad chiquita y pacata, no tiene casi nada. Comí un sándwich en la plaza y más tarde cené la misma cosa que parece ser servida en todo lugar: bife con papas fritas, ensalada de lechuga y tomate, y pan. ¡Dios mío! Qué comida sin inteligencia - y no muy saludable. No hay cereales, el plato principal es la carne (no tienen ni pollo), poca ensalada, ningún plato con salsa. Sucede que a veces estoy tan cansado que no tengo disposición para armar el calentador, cocinar, comer, lavar, secar, guardar, desmontar y limpiar el calentador... Bien, no conseguí comer todo, y fui a dormir cansado y pesado por la cena.

Al otro día (4 de enero), me desperté a las 6:30 h., tomé chocolate, etc., etc., y salí. Qué bárbaro, ¡qué frío! A la salida de la ciudad hacia la ruta (Ruta 5), me puse un buzo de Polartec por primera vez - estaba junto con las ropas de frío para ser usado recién dentro de unos ¡1.000 km adelante! Me puse la campera de tac-tel.

Temperatura: ¡17º C...! Y el viento continuaba.

El día anterior, cuando llegué a Catriló, pensé en descansar un día más y sólo ir hasta Santa Rosa (capital de La Pampa) al día siguiente. Pero quedarme un día más en aquella pequeña ciudad rara, durmiendo en una estación de tren con baños horribles y sin duchas, no me parecía nada agradable... Pero el viento no paraba, y yo aún estaba con la "resaca" del día anterior.

Bien. Comí, miré los mapas, me entretuve unos 30 ó 40 minutos en una pereza, y no aguanté más: hice calentamiento y elongación (que hacía todos los días antes y después de pedalear), subí a la bicicleta y partí.

¡Dios mío! 85 km más de viento en contra hasta Santa Rosa. En el camino, en una de las tantas paradas para descansar y comer alguna fruta o galletitas, pensé: "Hay que tener paciencia para enfrentar ese viento. ¡Voy a pedalear de aquí en adelante con música!". Puse el walkman y en la primera pedaleada se me cayó al suelo y no funcionó más. ¡Mierda...! Ahora, sólo a pedalear sin música y con viento hasta las 17 horas.

Llegué a Santa Rosa con poquísimo viento en el último tramo, fui hasta el camping municipal (¡gratis!) y me instalé. Más de 15 chicos alrededor mío haciendo preguntas. Ya debo haber respondido unas 200 veces de dónde vengo, hacia dónde voy, cuantos kilómetros hago por día, etc.

Buenas noticias: hay duchas con agua caliente (qué bueno, porque hacía un poco de frío, y para relajarme, nada como un baño tibio).

Conocí a dos muchachos que iban hasta Ushuaia, pero en moto. Conversamos, tomamos mate, cocinamos y comimos juntos. Después, entró un viento loco, mientras yo estaba en el baño. ¡Pensé que mi carpa habría volado!, ¡De ninguna manera!, allá estaba ella toda erguida.

La carpita Walrus, bajita, a prueba de viento, que no llega a pesar 2 kg. y la bicicleta son el encanto de las personas.

Los muchachos de la moto quedaron fascinados con mi calentador, un MSR canadiense.

Hoy (5 de enero), lavé ropa después de tomar el desayuno, los argentinos de la moto (son de Santa Fé) se despidieron y partieron después de sacarnos unas fotos. Fui al centro de la ciudad, compré unas postales y las envié por correo. Intenté arreglar el walkman, pero no pude. Pensé en comprar otro, pero cuesta US$ 60.

Por primera vez, almorcé en un restaurante decente, pagando con tarjeta de crédito: ensalada, pollo y ñoquis, con mucho pan - como siempre, en Argentina -, agua y jugo de pomelo - es una fruta que yo conocí cuando viví en Cuba: es como una naranja grande y muy amarga (en Brasil, también se llama toranja). Después, pasé por una heladería y tomé un helado de frutilla. ¡Qué excentricidades...! Nada mal para conmemorar más de 600 km recorridos - nunca había pedaleado tanto. Después descansé, me di un baño y al final de la tarde hice una merienda reforzada. Mañana parto para General Acha, a 100 km de aquí y es la primera ruta con subidas. General Acha es la "puerta del desierto", que debo atravesar en pocos días.

7 de enero de 1996.

Desperté a las seis de la mañana, después de toda la rutina diaria de las mañanas, salí a las ocho en punto, en dirección a General Acha. ¡Qué belleza...! Nada de viento, mucho sol, y la ruta comenzó a tener largas subidas rectas (no muy escarpadas ni difíciles) y descensos óptimos, donde yo pedaleaba ¡en el cambio más pesado! Fui muy bien hasta una estación de servicioa 70 km.

En el camino vi especies de cotorritas volando en bandadas. Una familia que estaba en el camping ayer, me pasó con el auto, después yo los volví a pasar porque ellos habían parado; más tarde, los volví a ver en la estación de servicio.

Allá, encontré tres argentinos de Córdoba que iban en bicicleta y a dedo hasta Bariloche. Conversamos, uno de ellos me filmó, descansamos en la sombra, pues el calor arrasaba. Todo el mundo paraba allí - autos, camiones, etc. -, pues la mayoría iba por otra ruta, prácticamente una recta de 300 km. en el desierto sin absolutamente nada, ni estaciones de servicio, ni casas. Por eso, se abastecían de nafta, agua, comida, etc. La policía orientaba a los turistas para que llevaran víveres para el viaje y no viajar de noche, pues, con la monotonía de la ruta, la gente se acaba durmiendo causando accidentes.

Me quedé allí hasta las 17 horas, pues el sol ardía en la piel, era imposible salir antes.

Resolví partir, me despedí de los ciclistas que intentaban hacer dedo a algún camión que pasara y salí rumbo a General Acha - 30 km. más - sintiendo cansancio. En el camino, los ciclistas pasaron en un camión. Llegué a las 18:30 h. a General Acha y fui a un parque donde se podía acampar gratis. Allá, encontré a los ciclistas. Cocinamos y comimos. Hice una porción generosa de pasta, porque tenía hambre, pero estaba tan cansado que no conseguí comer todo... Miramos un poco una fiesta que había allí, al lado, con asado, música, etc. Después, comenzó a lloviznar - cosa rara en esos parajes. Fuimos a dormir - yo estaba exhausto -, y la lluvia aumentó en medio de la noche. Me desperté con el ruido que el agua hacía en la carpa y la claridad de los relámpagos. Eché un vistazo allá afuera y vi un montón de ¡piedritas de hielo en el suelo! La carpa ya pasó por el test de la lluvia y del granizo. Solo falta la nieve...

Hoy (7 de enero), me desperté a las 6:00 h., desayuné con los otros ciclistas y nos despedimos, pues ellos fueron a intentar hacer otra vez dedo.

Yo voy a tomarme el día para descansar de nuevo, pues, por las informaciones que tuve aquí, en los próximos 125 km no hay nada, sólo desierto. Por lo tanto, mañana tengo que recorrer esa distancia hasta una estación de servicio que hay en la ruta, junto a un parque. Voy a dormir allá.

Para hacer esos 125 km, espero no tener viento en contra, tengo que salir bien temprano, parar para descansar muchas veces y llevar unos diez litros de agua de garantía, en el caso de que no consiga llegar en el mismo día a la estación de servicio y ¡tener que dormir en el medio del camino!

¡Qué bueno! En esta pequeña ciudad, pude hacer una llamada ¡por cobro revertido! Hablé con Lu más tiempo y me saqué un poco la nostalgia. En este viaje, llamar por cobro revertido es un problema. En muchos lugares, la gente dice que no hay manera de llamar en esa modalidad. La cuestión es que los comerciantes alegan que la compañía telefónica después les cobra la cuenta a ellos. En algunas cabinas telefónicas, ellos permiten la llamada por cobro revertido, pero el turista tiene que pagar un monto extra...

Domingo, en una pequeña ciudad del interior de la pampa argentina, me siento solitario.

Después de hablar con Lu, fui a cocinar unos cappellettis con salsa de tomate y morrones, cosa rara, que sólo acontece cuando paro por más tiempo, como ahora, y me doy el lujo de entrar en un supermercado o en un simple almacén y comprar un tomate, un morrón, una papa... Y el dueño me mira desconfiado. Antes, comí una ensalada de tomate (que aquí, son tomates de aquellos enormes y sabrosos), zanahoria y morrones.

Hoy a la noche, continúa la fiesta de ayer. Tal vez yo pague US$ 3 para entrar, oír música folclórica, comer choripán y tomar una cerveza. El problema va a ser dormir con ese ruido.

Mañana, me tengo que levantar ¡a las 5 de la mañana! Quiero salir temprano porque no sé cómo va a ser el trayecto y no quiero llegar de noche. Va a ser el mayor kilometraje de mi vida, si lo consigo, claro: ¡125 km!

Quien me indicó el lugar para acampar y me dejó que guardase la bicicleta en un lugar cerrado fue un gaucho de ¡bombacha y boina! Él es quien me va a despertar mañana de madrugada.

Anoche (6 de enero), apareció un señor para conversar conmigo. Él era uno de los organizadores de la fiesta y todos los años iba para el sur de Argentina. Habló del Glaciar Perito Moreno - voy a pasar por allá - y dijo que realmente es impresionante, lo que yo ya había oído de otras personas. Me explicó que todos los años caen pedazos de hielo que tienen hasta 80 metros de altura, ¡el tamaño de un edificio! Este año, puede ocurrir el fenómeno de la caída de los glaciares a fines de febrero. Tal vez cuando yo esté pasando por allá.

A ese hombre le fascina el sur. Dijo que hay tantas montañas, glaciares, ríos, lagos, parques, y me contó de los Bosques Petrificados, sobre los cuales también oí hablar y siempre veo en el mapa, pero no están en mi itinerario. Él oyó al bosque: pasó allá la noche, y con la caída de la temperatura el bosque comenzó a rechinar y a hacer ruidos. Ese señor, que va por caminos no comunes y entra en contacto directo con la naturaleza, ya encontró hasta un caballo muerto en altitudes increíbles. "¿Qué es lo que ese caballo fue a hacer allá, en un lugar tan alto?" - se preguntaba. Son cosas que lo dejan perplejo y maravillado.

El sur. Su sueño es morir allá, en algún lugar perdido entre las altas montañas nevadas.

10 de enero de 1996.

El día 7 (domingo), a la noche, tuve fiesta de nuevo hasta tarde y no podía dormir. Pedí al gaucho que me despertase a las 4:30 h. Igualmente, no conseguí dormir casi nada con la música tan alta. Y antes que él viniese a despertarme, ¡se disparó la alarma de un auto! ¡Qué cagada! Justamente al día siguiente, yo tendría que recorrer la mayor distancia hasta entonces...

Entre despertar y acomodar todo, con el incremento de dos cantimploras llenas, un total de ocho litros más de agua (o sea, ¡ocho kilos más!), aparte de las cuatro botellitas, que tenían un total de tres litros, partí a las 7:30.

La bicicleta comenzó a incomodarme ya en el inicio, pues las cantimploras llenas se caían para los costados..., y para mi mala suerte, en los primeros 40 km ¡se pinchó una goma...! Puse la bicicleta "patas para arriba" - ¡una hazaña, con todo aquel peso! - y cambié la cámara. En esos casos, es lo más rápido, ¡además no hay un tanque con agua para localizar la pinchadura! Y para poder parar en algún lugar, sólo si hubiese algún árbol o una banquina amplia en la ruta para recostar la bicicleta, pero como estaba entrando en una región desierta, la posibilidad de encontrar algún árbol - y sombra - era cada vez más remota.

Seguí adelante. En la ruta, no había nada, ningún movimiento, ninguna casa ni estaciones de servicio, ¡nada! Continué el viaje hasta que se pinchó la goma delantera. ¡Qué mala suerte...! ¡Justo hoy que es el día más difícil hasta ahora! Además del trabajo para cambiarla - esta vez, tuve que acostar la bicicleta -, mi inflador no funcionaba bien. Era sólo lo que me faltaba... Conseguí dejar la rueda más o menos inflada, y esperaría para calibrarla bien en la próxima estación de servicio...

Iba a seguir viaje, cuando percibí que la rueda trasera estaba rara: ¡había un corte en la cubierta! Yo estaba usando las finas y sin estrías, para el asfalto, y llevaba de reserva dos para rutas de tierra, que usaría más tarde. Tuve que cambiar la cubierta (además de la cámara que ya había cambiado) y quedé con la cubierta delantera para asfalto y la trasera para ruta de tierra. Después, fue que percibí mi error: la cámara de asfalto es más fina y al cambiar de cámara, puse una más ancha, que forzó la cubierta de asfalto y la reventó.

Después de todo ese trabajo, con un inflador que estaba dando problemas, e irritado, continué el viaje, con miedo de que alguna cosa más sucediese. No pasó nada más con la bicicleta pero más adelante comenzó un "vientito" en contra... Yo iba pedaleando despacito y, cuando faltaban unos 30 km para llegar (ya había recorrido 95 km), ya estaba cansado. Viento en contra, como digo, es siempre una provocación, una prueba de paciencia, un desgaste psicológico. Pero todavía había más, ese día yo tendría que batir mi propio récord y no sabía si iba a llegar, tal vez tuviese que dormir en el camino. Además de eso, la ruta tenía muchas subidas lentas y largas.

En la última subida, ya llegando a mi destino, que era la estación de servicio del Automóvil Club Argentino, bajé de la bicicleta y fui caminando, pues no aguantaba más pedalear.

¡Llegué a las 20 horas! Enseguida, comencé a conversar con algunas personas de allí y otras que estaban de paso. Conocí dos chicas argentinas que iban a dormir en el alojamiento para socios del Automóvil Club y estaban viajando para Bariloche. Conversamos bastante sobre el viaje.

Como no había ducha caliente y hacía frío, me quedé sin bañarme.

Las chicas argentinas me invitaron a su mesa para la cena, yo pedí pollo con papa y ensalada. No aguantaba cocinar, lavar, guardar... Conversamos bastante sobre varias cosas, mi viaje, el tiempo en que viví en Cuba, etc. Ellas eran muy simpáticas. Al final, ¡pagaron mi cuenta!

El alojamiento era caro, entonces armé mi carpa a un lado de la estación de servicio y fui a dormir.

Al otro día (9 de enero), me levanté temprano y fui a tomar café en el bar. Me encontré de nuevo con las argentinas que seguían viaje.

Fui a arreglar las cosas para partir y tuve otra "sorpresita": la rueda de atrás estaba pinchada... ¡La bruja está suelta! Verifiqué todas las cámaras que tenía en un tanque con agua, para cerciorarme de que no hubiera ninguna pinchadura más. Las arreglé, calibré las ruedas y salí a las 9:30 h. con destino a Puelches, un lugarcito a apenas 35 km de allí, donde yo iba a descansar un día entero antes de continuar. Como ya había hecho mucho esfuerzo el día anterior, no era aconsejable parar, aunque estuviese en un lugar con infraestructura. Sucede que los músculos producen ácido láctico, que causa intoxicación y dolor, entonces lo mejor, al día siguiente, es no parar, pero sí pedalear a un ritmo más leve y sólo descansar al tercer día; era eso lo que haría.

Llegué a Puelches a las 13 horas, sintiendo, no dolores en las piernas, pero sí, cansancio en todo el cuerpo por el día anterior y por un poco de viento en contra.

Toda esa ruta pasa por una región llana y árida como un desierto. En el camino, no hay nada, ninguna casa, ni comercio, ni estación de servicio, nada.

Poco a poco, el terreno - que en Buenos Aires y La Pampa era totalmente llano - se va poniendo levemente ondulado, rumbo a la Cordillera de los Andes.

Tenía que parar para descansar un día en Puelches, ya que el próximo pueblito está a 90 km, y tampoco hay nada en la ruta hasta allá. Con el calor, el agua en las botellitas se calienta y tomar agua caliente es muy desagradable. A veces, yo seguía el consejo de Víctor Negrete (quien murió escalando el Everest en 2006), un ciclista que fue hasta Ushuaia y con quien conversé por teléfono pidiendo información de ayuda para el viaje: "mezclar un jugo en polvo en el agua"; así, yo tomaba algo caliente, pero al menos tenía algún sabor para disimular...

Llegué a Puelches y lo que vi fue simplemente media docena de calles sin asfalto, con la ruta pasando por el medio. El suelo es seco y lleno de piedras. Pensé: ¿dónde será que voy a dormir en un lugar como este?

La primera persona que vi estaba en una gomería. Saludé con un ademán y me aproximé. Enseguida, aparecieron otras personas a preguntar sobre mi viaje. Me trajeron agua helada y me ofrecieron un asado que habían hecho para el almuerzo, con pan y mayonesa.

Recosté la bicicleta dentro de la gomería y fui a comer en el patio. Después, nos quedamos conversando durante la tarde. Ellos dijeron que había un hospedaje allí, pero abría después de la siesta. Esperé hasta más tarde, un calor de locos, y fui hasta la posada, que costaba US$ 10 una habitación con baño y agua caliente. Me quede allí para descansar en una cama y para no estar montando y desmontando la carpa.

A la tarde, ¡encontré un camionero brasileño que era de Araranguá (Estado de Santa Catarina)! Es que muchos camioneros van a buscar frutas del Valle de Río Negro.

A la noche, fui a cenar en un restaurante del otro lado de la ruta, un oasis, nunca iba a imaginar que hubiese un restaurante allí, ni un hospedaje. Era algo increíble, pero era verdad. Un restaurante de buen nivel, con buena comida y gente simpática atendiendo. Fue en ese lugar, en un poblado perdido en el medio de la pampa árida, donde comí mejor hasta ahora. Conversamos - como siempre sucede - sobre mi viaje. Al final, ¡no me cobraron una cerveza!

Cuando estaba yendo a cenar, atravesando el asfalto, vi una puesta de sol de las más exuberantes, todo el horizonte plano quedaba rojizo y el azul del cielo se amplifica como si estuviese en un lugar infinito.

Después de la cena, me encontré con una luna casi llena, que tornaba aún mayor la vasta pampa. Si no estuviese tan cansado, tenía ganas de salir pedaleando de noche con aquella hermosa luna.

Volví para el hospedajey fui a dormir.

Realmente, una cama me hizo bien, dormí hasta las nueve de la mañana (cuando, en la carpa, generalmente, despertaba a las 6:30 h).

Hice mi desayuno en la habitación y comí frutas. Hoy, voy a tener que quedarme aquí para descansar.

Es un fin del mundo, no hay absolutamente nada para hacer, pero ya conozco a varias personas para conversar y tengo que preparar algunas cosas, además de escribir.

Ayer, ya aproveché para lavar ropa. Mañana, quiero salir temprano para enfrentar 90 km hasta Gobernador Duval, que parece ser un lugar más chico que este, ¡aún! Allá seguramente voy a dormir en la carpa, es bueno para ahorrar.

Un día más hasta Chichinales (80 km) o Villa Regina (95 km) y ya habré salido del "desierto" para encontrar muchas pequeñas ciudades, una cerca de la otra, y ya cerca de Neuquén, que es la capital de la provincia, una ciudad mucho mayor. Así, tres o cuatro días más de viaje y estaré descansando en Neuquén, o sea, allá por el sábado o domingo.

¡Puelches tiene un correo! Fui hasta allá, pero no vi nada. Alguien me dijo: "Es en aquella casa, solamente hay que golpear las manos". Volví hasta allá, golpeé la puerta, y una señora mayor me atendió. Tomó una llave, abrió la puerta de un pequeño escritorio y selló la carta. Le pregunté cuándo aquella carta saldría de Puelches - era un miércoles -, y ella me dijo que el camión debería pasar para recoger la correspondencia el viernes...

12 de enero de 1996.

Ayer, salí temprano de Puelches en dirección a Gobernador Duval y anduve 90 km con mucho viento en contra. Me cansé mucho y llegué a Duval a las 17 horas. Realmente, es menor que Puelches, pero me sentí mejor. Tiene una estación de servicio cuidada por una pareja. Me quedé conversando con ellos, son jóvenes, y había una chica que era pariente, de unos 18 o 19 años, que estaba de visita y ¡conocía Florianópolis! (Parece que toda Argentina ya estuvo en Floripa...) Me bañé con una manguera - ¡volví al agua fría! -, armé la carpa y fui a cocinar.

Con tanto cansancio y habiendo comido apenas frutas y galletitas en el camino - como siempre -, pienso que, de noche, debo comer una cena reforzada. Lo que pasa es que no consigo: hago el equivalente a dos porciones de pasta, y siempre queda algo. Lo que significa que estoy adelgazando rápido. Tal vez tenga que parar en medio del día en la ruta y cocinar una pasta rápido. Sucede que siempre estoy ansioso para llegar, no sé si voy a enfrentar viento en contra o no, no sé exactamente a qué hora voy a encontrar la próxima ciudad, etc. Además del hecho de tener que abrir bolsas, montar el calentador, cocinar, lavar (¿con qué agua?), secar, guardar todo... Entonces, prefiero comer galletitas y frutas.

En Gobernador Duval, ¡me regalaron una botellita de agua!

Dormí temprano y al otro día tomé mi desayuno en la estación de servicio. Estaba con una súper pereza y ganas de pasar el día en una cama leyendo o viendo una película antigua en la televisión, ¡que ilusión! Amaneció con frío y viento. ¡Qué mala suerte!

Salí a las 10 horas y fui despacio. Ya en los primeros 10 km, percibí que no iría muy lejos: el viento en contra era fuerte, el asfalto, malo, y las piernas estaban cansadas.

En el camino, paró un muchacho en moto. Era brasileño (de Rio Grande do Sul) y se dirigía hacia Bariloche. Conversamos, intercambiamos ideas sobre itinerarios y sacamos fotos. Él me regaló dos cosas útiles: un tensor y un líquido para colocar dentro de las ruedas que evita pinchaduras. Después, cada uno siguió su camino. Decidí parar en el pueblo más próximo, Chelforó, que estaba a 41 km. A partir de allí, encontraría varias pequeñas ciudades hasta Neuquén. Por lo tanto, llegando a Chelforó, acabé la primera travesía por lugares desiertos. Fueron 289 km. El "desierto" aquí no es tan árido como en la "Ruta del Desierto", por donde las personas van en auto o en ómnibus en dirección a Bariloche. Pero la Ruta tiene 300 km sin nada, y sería muy difícil en bicicleta, por eso escogí esta ruta secundaria, que prácticamente no tiene movimiento.

Pero el "desierto" tiene una vida animal: arañas, pájaros, sapos, tatúes y... ¡Pumas! No vi ningún puma, que es uno de los animales más ariscos que existen, pero sé que ellos pueblan toda esa región y es más activo a la noche - como todo felino. Inclusive, compré una postal con la foto de un puma.

Chelforó tampoco es gran cosa: son algunas casas a la vera de la ruta y dos mercaditos. Del otro lado, tiene una estación de servicio y una gomería. Paré allí para calibrar los neumáticos y el gomero me dio agua helada. Dijo que era amigo de camioneros brasileños que pasaban por allí cargando manzanas y peras argentinas; enseguida me invitó para acampar allí mismo, en el terreno de la gomería, al lado de su casa (era una única pieza) y comer con ellos (esposa y dos hijos pequeños). Me quedé por allí, con la carpa, entre una carcasa de auto, hierros viejos, ladrillos, piedras...

Me bañé - ¡agua fría, claro! -, y en la estación de servicio compré carne, pasta y cerveza para la noche. Yo estaba conmemorando los primeros 1.000 km en bicicleta.

¡Qué suerte! ¡El gomero Stuardo arregló mi walkman! Ahora, puedo enfrentar los vientos. Stuardo y Claudia son muy simpáticos, reímos bastante esta tarde. Mañana parto para Villa Regina (55 km) o para otra ciudad más adelante, si no hubiere viento fuerte. En el desierto, vi muchos animales (ganado) muertos en la ruta, sólo los huesos y el cuero. Es una región vasta y muy árida, no tan llana como la provincia de Buenos Aires, pero con subidas lentas que, sumadas al viento en contra, me hacían pedalear demasiado lento. Resumiendo: es el fin del mundo.

En el desierto, no siento ninguna sensación de abandono, de soledad, miedo o de tedio. Sí siento tristeza en un cuarto de hospedaje, esperando el día siguiente para partir, en un lugar sin tener con quien conversar. Aquí, en una gomería pobre al costado de la ruta, en las puertas del desierto, estoy muy bien, con mis amigos Stuardo y Claudia. A la noche, voy a comer con ellos.

Ah, ayer en Gobernador Duval llamé por teléfono a casa, pero Lu no estaba. Descubrí que puedo llamar por cobro revertido desde cualquier lugar, por pequeño que sea, dependiendo del tipo de teléfono. Así, hoy llamé a mis papás desde aquí, de Chelforó y más tarde voy a intentar hablar con Lu.

15 de enero de 1996.

En Chelforó, en la casa de pieza única del gomero (la cocina estaba separada de la cama matrimonial por un armario), bebimos vino, cerveza y sidra, Stuardo preparó unos tallarines con salsa de tomate y carne. Conversamos bastante, reímos mucho, y fui a dormir tarde.

Fue uno de los lugares donde mejor me recibieron en todo el viaje. Al otro día temprano, pasó un vendedor ambulante vendiendo ropas, de aquellos que sólo aparecen dos veces por año en un lugar perdido como aquel... Claudia quedó mirando una remera para uno de los hijos, que costaba diez pesos, pero ellos no tenían dinero. Entonces, pagué la remera y se la regalé. Nos despedimos. Y siempre, durante todo el viaje, voy a recordar a esas dos personas pobres y simples, viviendo con los hijos en una sola habitación, felices por compartir conmigo su soledad y de prestarme el auxilio que fuese necesario.

Salí a las 9:30 h. con destino a Ingeniero Huergo y como casi no había viento, pude viajar sin cansarme.

En Huergo, paré en un camping municipal gratuito pero, claro, con agua fría y aquellos baños horribles sin inodoro, apenas un lugar en el suelo para hacer de cuclillas...

En ese camping, conocí más camioneros brasileños que estaban esperando para cargar peras. Como siempre, las personas venían a hablar conmigo, curiosas con aquella bicicleta llena de equipaje. El camping está a orillas del río Negro, en un lugar bonito.

Al otro día (14 de enero, domingo), salí para Neuquén, que estaba a unos 70 km. Fui despacio y parando más, así estaría más descansado. Descubrí la manera de llamar por cobro revertido en lugar de estar buscando un puesto telefónico (pues no es posible una llamada desde los teléfonos de la calle): en la ruta, compré tarjetas de teléfono con la tarjeta de crédito. Desde la estación de servicio, llamé para casa. Ahora, voy a intentar hacer eso las próximas veces.

Bueno, unos 6 km antes de llegar a Neuquén, en Cipoletti, paré en un barcito al costado de la ruta, el famoso "Porto Alegre", de un brasileño, y donde paran muchos camioneros. En seguida, dos de ellos, que estaban sentados, me llamaron para conversar. Eran argentinos y quedaron fascinados con mi viaje - era la novedad... Sacaron fotos y tanto insistieron, que acepté que me pagasen un sándwich y agua. Uno de ellos, al conocer mis planes de viaje, me dijo: "Lo más importante, lo más bonito de todo eso, es que hayas planeado un sueño y lo estés realizando. Todo lo que vas a ver es tuyo: no va a aparecer en las fotos ni en las historias que vas a contar. Va a quedar todo dentro de ti. Toda la experiencia de ese viaje será muy grande, y es sólo tuya".

Fue entonces que conocí una expresión de la lengua española, que él me enseñó: "¿Quién te quita lo bailado?". O sea, literalmente, sería: "Quién te quita lo que bailaste", que, en verdad, quiere decir: cuando bailamos, ese acto de danzar, ese gesto del cuerpo, no se puede agarrar, por lo tanto, tampoco se puede "robar". Lo que yo dance, es sólo mío. Y así, dijo el camionero, sería mi viaje. Algo sólo mío, que yo podría después intentar transmitir a los otros - por las fotos, por este diario..., pero que, en verdad, no conseguiría totalmente, pues lo más impactante va a quedar conmigo para siempre, sin que yo consiga expresarlo. Ese camionero, de quien no recuerdo el nombre, tenía toda la razón.

Cuando me di cuenta, ya eran las 20:30 h. y comenzaba a anochecer. Nos despedimos, y llegué a Neuquén. Busqué el camping municipal, que costaba US$ 2. Llegué de noche y monté la carpa. Fui a bañarme y cuando volví, busqué mi riñonera, no la encontré: ¡la había olvidado en el baño! Volví allá, ¡ya no estaba!

Busqué al encargado del camping, pero él no sabía nada, nadie había ido a entregarle nada. Todo llevaba a creer que me la habían robado, lo cual, en aquella ciudad, en un parque camping lleno de gente, no sería nada raro. ¡Mierda! Fui para la carpa a intentar dormir.

En la riñonera, estaban: la llave del candado de la bicicleta, mi billetera con algún dinero (felizmente, sólo un poco, el resto yo guardaba en otro lugar), mis documentos, la tarjeta de crédito... Allá por la medianoche, el encargado vino a buscarme para ir a la policía y hacer la denuncia. Así que, allá fui. Volvimos con la policía, cerca de las 2 de la madrugada.

Dormí, pensando en todos los trámites que tendría que hacer al día siguiente.

Yo había hecho un seguro de salud que cubría también robo de dinero. Pero, hasta llamar por teléfono, explicar todo y esperar el dinero de la aseguradora, etc., sería un trastorno.

Bien. Al otro día, a eso de las siete de la mañana, alguien me llamó. Abrí la carpa y me encontré con un chico que me preguntó: "¿Esta riñonera es tuya?". Él había entrado al baño inmediatamente después de que yo salí y la encontró. ¡Qué suerte! Él estaba con otras personas que iban para Bariloche de vacaciones. Y, lógico, ya que era argentino: conocía Florianópolis... Conversamos un poco, agradecí mucho y todo al final no pasó de un susto. Mañana, voy a salir del camping y buscar un hotel para descansar y resolver algunas cosas.

16 de enero de 1996.

Ayer, busqué algunos hoteles y acabé quedándome en el hotel Nuevo Parque. Dejé la bicicleta guardada en una sala y me instalé en la habitación. Así, con la bicicleta segura, yo podría dormir bien, y ¡en una cama! Aprovecharía para hacer una limpieza general y lubricar nuevamente la bicicleta en el patio del hotel.

Neuquén es una ciudad simpática, con calles arboladas y, lamentablemente, con mucho movimiento de vehículos.

Ayer, paseé un poco, llamé por teléfono a Lu (ya nos habíamos puesto de acuerdo) y cambié algunos dólares.

En el Departamento de Turismo local, descubrí que, en el camino desde Piedra del Águila a San Martín de los Andes, hay una estación de servicio del Automóvil Club Argentino. Eso es espectacular, porque es una distancia de 180 km, y tendré que hacerla en dos días. El Automóvil Club ya me salvó una vez, en el desierto.

Hoy, limpié y lubriqué la bicicleta, ajusté los tornillos, regulé los cambios y los frenos, etc. Compré un inflador nuevo y una cubierta más fina para substituir la de asfalto que sufrió un corte.

Ahora, voy a estudiar el próximo itinerario. Dentro de dos o tres días, estaré subiendo la Cordillera de los Andes con sus paisajes alucinantes.

A partir del Río Colorado, se entra oficialmente en la Patagonia, una vasta región que comprende el 25% de todo el territorio argentino. Neuquén ya es Patagonia, pero decir: "Voy a viajar a la Patagonia" no quiere decir mucho, a no ser que se visite toda la Patagonia. Es un territorio vastísimo que va hasta Tierra del Fuego, la mayor isla de América del Sur, en el extremo sur del planeta. La Patagonia tiene una vegetación rastrera, con pequeños arbustos, sin ningún - absolutamente ningún - árbol, a no ser en la Cordillera. Y posee una fauna increíble - el puma, el guanaco, el cóndor, el zorro, la liebre, el choique (o ñandú, en lengua indígena), etc.

Bien, el muchacho de la recepción del hotel - ¡¿adivinen...?! - también conocía Florianópolis... ¡Es increíble! ¡La mitad de la Argentina ya estuvo en la isla!

Hoy, iba a almorzar en un restaurante chino, pues es la única manera de comer una comida variada, con muchas legumbres, arroz, carne, pollo, pescado, etc., en la Argentina. Pero en el camino descubrí un pequeño restaurante que servía un buffet a US$ 5. Entré, el dueño me atendió y luego salió hablando portugués... Dijo que había vivido ocho años en Brasil y había tenido dos restaurantes, uno en Rio de Janeiro y otro... - no, no es broma: en Florianópolis!

Ayer, busque el diario Río Negro para una nota sobre mi viaje. Un periodista tomó notas, y un fotógrafo sacó unas fotos mías con la bicicleta. Pero, no vi nada en los días siguientes...

Comentario sobre la comida argentina: es un desastre. El desayuno del hotel - y dicen que de los hoteles en general - es una taza de café y dos o tres medias lunas (el croissant). Y eso cuesta ¡US$ 3,50! El plato principal de un restaurante generalmente es carne y papas fritas, con una ensalada, y sale US$ 7.

Bien, salí ahora a la tarde para tomar un café y decidí comprar una revista para leer, respecto a eso - hasta ahora no había leído ¡nada sobre nada! Ni traje un libro para el viaje - yo, que no paso un día sin leer. Pues bien, encontré una revista vinculada a la National Geographic, atrasada, pero no importa. Abro la revista, y tiene un reportaje ¿sobre qué? ¡Ushuaia! Ese lugar me persigue desde que abrí un diario en julio de 1994 con un reportaje sobre la ciudad más austral del mundo. Desde entonces, vengo planeando este viaje. Cada vez que veo fotos de Ushuaia y de los paisajes de Tierra del Fuego, vuelvo a tener el ímpetu para poner enseguida la bicicleta en la ruta y partir, sin importarme viento, montaña o lugar desierto que hubiera por delante.

Hoy, voy a llamar a Lu, después voy a dormir para retomar mañana el viaje rumbo a Bariloche, adonde calculo llegar en diez días, parando en la bella y pequeña ciudad de San Martín de los Andes.

17 de enero de 1996.

Salí a las 9 horas de Neuquén con destino a El Chocón, a 76 km. Día de Sol, como siempre. Comencé a pedalear y me di cuenta de que ¡el viento estaba a favor! Pasé a usar las marchas más pesadas y seguí adelante por el desierto, pues este aún no había acabado, por el contrario: me parecía aún más árido. Solamente voy a salir de esa región seca en el trecho entre Piedra del Águila y Junín de los Andes.

En total, voy a tener pedaleado unos seis días por esa aridez, sin contar el trecho de la Ruta 22 que lleva a Neuquén, que está en un valle fértil - el Valle del Río Negro -, con su producción de manzanas, duraznos, peras y ciruelas. En el camino, voy comiendo mi dieta, que es de galletitas dulces y frutas, abuso de las nectarinas y de las ciruelas, ¡verdaderas delicias!

Llegué a El Chocón, y recién eran las 13 horas. Yo había pensado en dormir allá, pero resolví aprovechar el viento a favor que continuaba - ya había recorrido más de 70 km - y seguir hasta Picún Leufú (otro nombre indígena), que estaba a 50 km. Llegué allá a las 18 horas y batí mi propio récord: ¡137 km en un día!

Llegando a Picún Leufú, paré en una estación de servicio al costado de la ruta y conversé con el empleado del minimercado. Allí mismo, al lado de la estación de servicio, había un lugar para acampar, y me instalé. Me bañé en la estación de servicio y fui a montar la carpa. Guardé la bicicleta en una sala con llave y descansé. A la noche, fui a comer en el único restaurante que había allá, cuya comida costaba US$ 8. Mañana, voy a Piedra del Águila, a 96 km.

Víctor Negrete, que hizo este viaje en 1993, me dijo que esa región tiene el peor viento. Pero yo tuve suerte, pues me tocó un viento a favor.

Ya me di cuenta de que la información que me dieron en Neuquén no es tan exacta: entre Piedra del Águila y Junín de los Andes - cerca de 180 km -, no hay absolutamente nada. Pero, en la bifurcación de la ruta, para Bariloche o para Junín, hay un río, y es ahí mismo donde voy a acampar. Sé que el agua de los ríos y lagos de la Cordillera es pura, pero ese río..., que está mucho más abajo, yo no estoy tan seguro de que sea así. En todo caso, llevo pastillas de cloro para purificar el agua, si fuera necesario.

19 de enero de 1996.

Salí de Picún Leufú ayer con destino a Piedra del Águila. Yo pensaba que eran 88 km, pero realmente son 96 km. ¡Y comenzó el día con un viento en contra! No era tan fuerte, pero esta vez yo estaba cansado; al final, el día anterior yo había recorrido 137 km.

Fui pedaleando despacio por paisajes increíbles, con una aridez y colores extraños. A cierta altura de la tarde, me di cuenta de que llevaba poca agua. Qué extraño, porque siempre calculo todo y especialmente el agua, que es lo principal en un viaje de estos: el organismo puede estar hasta 20 días sin comida, pero apenas cuatro sin agua. Falla técnica... El calor aumentaba, el viento continuaba, hasta que vi un cartel: "Zoológico - acceso a 3 km". Si yo no me equivoco, Víctor Negrete y Oswaldo Martina (leí sobre el viaje de ellos en una revista) durmieron aquí. Bien, esperé a que apareciera la entrada del zoológico, pero nada, apenas un cartelito indicando un lugar para pescar a la costa del Río Limay.

Continué pedaleando y vi una placa igual a la otra, pero en el sentido contrario: ¡ya había pasado...! Ahora, lo mejor era continuar. ¿Dónde encontraría agua? ¿Será que la ruta va a cruzar el río en algún momento? Bien a lo lejos, veo algunos árboles junto a la ruta. ¡Sólo puede ser agua! Llegando allá, encuentro dos muchachos parados con un camión al lado de una laguna con patos y todo. Les pregunté si aquella agua era potable, y me dijeron que no, pero me dieron una botella de un litro y medio de ¡agua helada! ¡Bebí toda la botella! Después, quedé allí descansando, y ellos se ofrecieron para llevarme hasta Piedra del Águila, que estaba a unos 20 km.

Yo había pensado, antes de comenzar el viaje, en nunca aceptar ir a dedo, a no ser en caso de no poder seguir adelante por algún motivo. En estos días en que estoy viajando, vi mucha gente a dedo, y a veces pensaba: "¡Qué viaje rápido y económico! Poder ir en camión y ahorrar dos o tres días de tiempo y dinero...".

Pero como mi viaje era una aventura en bicicleta, ya había decidido que ni en las condiciones de mucho cansancio (o algo así) pararía ningún camión, pero esta vez decidí que, si alguien parase y se ofreciera a llevarme a dedo, yo aceptaría, como ya dije, si estuviese en condiciones problemáticas. Bien, allá estaba yo en condiciones problemáticas... 137 km en un día, más 70 km ahora con viento en contra y poca agua, y un calor infernal.

¡Bienvenidos los camioneros! Pero ellos estaban cargando agua para una obra y recién irían a Piedra del Águila a las 20 horas.

En eso, paró otro camión que iba para allá. Fui a hablar con ellos y aceptaron llevarme los 20 km. ¡Menos mal! En esos últimos kilómetros, había una subida larga, y nosotros nos estábamos derritiendo dentro del camión... Llegué a Piedra del Águila y fui para el camping municipal gratis. Me pegué un baño, monté la carpa, coloqué la mochila adentro, armé el calentador y fui a cocinar. Algunas personas vinieron a conversar conmigo, y al día siguiente también. Todo el mundo hace cara de sorpresa cuando sabe de dónde vine y para dónde voy. Pero es una sorpresa agradable, a veces emocionada. Vibran con mi aventura, me desean éxito, me saludan... y todos dicen: "¡Qué lindo, qué lindo viaje!". Siempre me estimulan, todos los días, por todos los lugares por donde paso. En la ruta, continúan apareciendo los que me hacen señas y saludan con la bocina. El otro día, paró un auto en un cruce - yo estaba parado descansando - y preguntó para dónde iba, si precisaba alguna cosa, si estaba todo bien con el viaje, etc.

Hoy, salí de Piedra del Águila - donde hay unas piedras extrañas, en una vista medio lunar -, y el viento estaba a favor. ¡Increíble! Fui pedaleando tranquilo y con ventaja, pero comenzaron las subidas de nuevo. El terreno, en verdad, viene subiendo desde La Pampa, pero muy suavemente. Poco a poco, se va "arrugando" más hasta comenzar las montañas. Por eso, esa región en el invierno es muy fría, y tiene carteles en la ruta alertando el peligro de hielo en la pista.

Me dijeron que ese lugar ya está a unos 500 m. de altitud. De aquí para Junín de los Andes, subo hasta los 850 m, para después descender un poco a los 775 de Bariloche. Bien, subí bastante en medio del paisaje árido y pedregoso, y de repente ¡una bajada de 15 km! Allá a lo alto, avisté unas montañas a lo lejos. Ya había visto algunas antes, con partes claras de arena.

Había un camión parado, y pregunté al chofer: "Aquello allá, ¿ya es la Cordillera de los Andes?". Y él dijo: "Si, ya es el inicio de la Cordillera.

De aquí a Bariloche, son 140 km. "¡Mi madre!", pensé, emocionado. Viernes, 19 de enero de 1996, a las 15:30 h, vi por primera vez las montañas de esa Cordillera que sólo conocía por fotos. Necesité pedalear más de 1.400 km a partir del Río de la Plata para llegar a verla.

Comenzó la bajada, y luego pude ver la increíble vista del encuentro de varios ríos y las montañas próximas, pero sólo las más distantes, a mi derecha, ya con bosques, que pertenecían a la Cordillera y tenían nieve encima. Descendí los 15 km y, cerca del río encontré cuatro muchachos de Neuquén que estaban paseando en auto por la región de Bariloche. Conversamos un poco y nos despedimos. Resolví seguir un poco más para buscar un lugar para acampar a la costa del río. Había otra subida grande. Fui pedaleando y después descendí un poco, pero ahí la ruta se alejaba del río. No quise arriesgar yendo más adelante, lo mejor era volver, pasar por la subida de nuevo y descender por un camino hasta el río.

Antes, cuando estaba casi parando la bicicleta, bien despacio, perdí el equilibrio. Mi pie quedó preso en la pedalera, y fui cayendo en cámara lenta con la bicicleta, el equipaje, ¡todo cayó al suelo!

Allí había una pareja con una criatura bañándose, pues hacía calor. Me aproximé, y comenzamos a conversar, pues yo quería saber si el agua del río era potable.

El hombre se estaba zambullendo y llenó mis botellitas con agua del fondo del río. Él también conocía Florianópolis, el Pantanal, el Amazonas, etc. Tomamos mate y conversamos un montón.

A lo lejos, viniendo de la Cordillera, aparecieron nubes de lluvia. Fui a armar la carpa.

Entró un viento fuerte, monté la carpa a tiempo para guardar las cosas adentro. Luego, comenzó a lloviznar, y la pareja se fue. Volví al río para buscar las botellitas de agua.

Bien, mucha tierra, un corte en el dedo, viento, la carpa balanceando para todos lados, pero estoy instalado. Continuó lloviznando y tronando, pero después la lluvia pasó.

Hoy, en la ruta, vi de nuevo a los loros, pequeños papagayos con plumaje verde, azul y amarillo. Vi dos zorros muertos y, a cierta altura, ¡un zorro atravesó la ruta! Al final, ese lugar es árido, pero posee mucha vida animal.

Voy a dormir aquí y mañana sigo para Junín de los Andes, la primera ciudad del circuito de la Cordillera.

Como la lluvia paró y el viento disminuyó, resolví salir de la carpa para dar una mirada. ¡Genial! ¡Una puesta de sol más de aquellas que te dejan perplejo! El cielo mezclaba tonos de rosa, rojo, naranja, azul y gris para los costados de las nubes.

La puesta de sol en la pampa es siempre impresionante, con el horizonte todo rojo. Pero este aquí, con el río, las piedras y las montañas de la Cordillera a lo lejos, fue lo más bonito que vi hasta ahora.

¡Calambres...! Por primera vez, tengo calambres en la parte interna de los muslos. Creo que no hice elongación cuando llegué - lo olvidé, pues fui a conversar con la pareja en la orilla del río... ¡Dale elongación! y algunas fotos de fin de la tarde.

Bien, ahora mis piernas están más calmas. La puesta de sol en esta época acontece ¡a las 21:30 h! Y él está allá, todo enrojecido, y allá afuera de la carpa (estoy escribiendo adentro) todavía está claro.

Hoy, el cielo está nublado; es una pena, pues no veré las estrellas - como aquí no hay nada, ninguna luz, ningún poste de alumbrado, ninguna casa, el espectáculo de las estrellas debe ser hermoso.

Como aún había viento allá afuera, y no estaba con ganas de cocinar, comí una lata de atún con pan integral. De postre, un alfajor. ¡Qué lujo!

Volvió a llover, son 22 horas y sólo ahora comienza a oscurecer. Fui hasta allá afuera a orinar. Un barullo viene de las piedras junto al río, parece que es algún pájaro. Voy a escuchar música - además de la lluvia en la carpa - y a dormir.

Pensé, cuando planeaba el viaje, que habría momentos así: estar solito acampando en algún lugar totalmente vacío, sin casas, sin nada, sólo la noche llegando, y hoy también con lluvia. Bien, debo decir que es muy acogedor, y que lo que me deprime de verdad es estar en un hotelito o en algún hospedaje...

Como toda rutina, lo que tengo que hacer todos los días a veces es un poco aburrido, pero no llega a incomodarme. Además de las tareas matutinas de las que ya hablé - guardar todo, desarmar la carpa...etc. -, tengo que colocarme el protector solar, y hacer calentamiento y elongación antes de salir. Cuando llego a algún lugar, también me tengo que elongar. Todo eso - incluyendo bañarse, cocinar, etc. - ¡lleva unas cinco horas! Más seis o siete horas pedaleando, son 11 o 12 h; más siete durmiendo, son 18 ó 19; sobran cinco o seis horas para descansar, escribir, estudiar el itinerario, pasear, etc.

En la región árida de La Pampa, y después de Neuquén, a veces yo quedaba con rajaduras y dolor en los labios por causa del Sol, de los vientos y de un poco del frío de la mañana. Entonces, comencé a usar el protector labial que había traído, y mejoré.

En cuanto al protector solar factor 30, uso desde el primer día de viaje, a veces pedaleando durante siete u ocho horas bajo el Sol, y no tuve ninguna quemadura.

21 de enero de 1996.

Ayer, me desperté delante de aquel paisaje exuberante, tomé chocolate y salí para pedalear 85 km hasta Junín de los Andes, primera parada ya subiendo la Cordillera. Al principio, no había viento, pero a eso de las 10:30 h comenzó un viento en contra, no muy fuerte. La región ahora ya no era tan árida, había más vegetación, aunque no hubiese casi árboles.

El camino subía poco a poco por montañas cubiertas de vegetación baja, algunas cabezas de ganado y, a veces, un pico nevado a lo lejos.

Vi algunos animales como llamas o guanacos a lo lejos, no sé exactamente. A la tarde, comenzó a hacer calor, encontré de nuevo el curso del río y me abastecí de agua, hice una parada para descansar y comer alguna cosa, o sea: galletitas dulces, frutas frescas y secas. En el río, había gente pescando. Seguí adelante muy cansado por el viento en contra. En el medio del camino, una fuente de agua que venía de la montaña. ¡Parece que estoy en la Isla de Santa Catarina! Hacía tiempo que yo no veía montañas, mucho menos agua descendiendo de ella. Paré para refrescarme, llenar las botellitas con agua fría y cambiarme el buzo Polartec por una remera de ciclismo, porque tenía calor.

Con ánimo nuevo, continué y llegué a La Rinconada, que no tiene nada, es una bifurcación donde había una estación de servicio que ya cerró.

Algunos autos estaban por allí, gente acampando, etc. De allí hasta Junín, faltaban 26 km. Si no me equivoco, el hombre que conocí ayer en la costa del río me dijo que a partir de aquí era solamente descenso... ¡Como estaba equivocado! Ya allí comenzaba una subida sin fin, y cuanto más yo subía, ¡peor era el viento!

Pedalee unos 10 km y no pude más. El viento y la subida lenta - además del peso - desequilibraban la bicicleta, principalmente la rueda delantera, mis manos y mis brazos comenzaron a doler. En cierta manera, también tenía cansancio acumulado. Continué a pie, el viento hacia un ruido infernal en mis oídos. ¡Parecía que nunca iba a llegar a ningún lugar!

Accioné inmediatamente el "Apasid" (Aparato para Situaciones Difíciles): ¡música! Encendí el walkman y fui subiendo a pie escuchando Pat Metheny. ¡Con el ruido del viento, yo tenía que aumentar el volumen! En esa situación, ¡bien que alguna camioneta podría parar y ofrecerse para llevarme a dedo! Ya era difícil hasta para caminar con aquel viento.

Después de un buen rato, veo que la ruta parece terminar y pienso: "Es ilusión óptica, es un espejismo, después de allí debe continuar subiendo". Cuando estaba llegando allá, vi el cartel de tránsito indicando descenso. ¡Ufa!

De allí, se veía parte de la cordillera. Paré para tomar aliento y fotografiar. Entonces, comencé a descender. ¡El viento a partir de ese momento parecía peor! ¡Por primera vez, me vi pedaleando en una bajada, yo casi no conseguía escuchar la música de tan fuerte que era el viento en contra!

Bien, luego el viento disminuyó un poco, avisté mi primer volcán, el Lanín, que tiene 3.776 metros de altitud y está a 70 km de allí, con nieve eterna allá encima.

Llegué a Junín y me instalé en el camping, después de una vista increíble. Desaparecieron los dolores.

¡Baño de agua caliente! Comí dos sándwiches con mayonesa, jamón y queso, una lata de legumbres y frutas. Después dormí, acampado a la costa del río.

Hoy, tomé un desayuno reforzado con el jamón y el queso que compré ayer (¡un lujo más!): lo dejé afuera de la carpa, con el frío que hizo a la noche, cerca de 11º C, no había ningún problema. (Ahora, en la Cordillera, con el frío, puedo comprar queso, manteca, yogurt... y siempre hay agua potable por todos lados). Después, fui a lavar ropa. En este camping, hasta en las piletas de lavar hay agua caliente.

Conversé con un muchacho que era profesor de Educación Física, y él me enseñó algunas elongaciones útiles que yo no sabía.

Salí para comprar alguna cosa para cocinar. Estaba todo cerrado - hoy es domingo -, pero había un lugar con comida lista. Compré una milanesa con ensalada y cociné arroz.

Conocí a dos chicos que están viajando en bicicleta, están acampados a mi lado, son de Buenos Aires, vinieron en ómnibus hasta Zapala (una ciudad que queda al norte de aquí) y de ahí comenzaron con la bicicleta. Conversamos después del almuerzo.

Ayer, en el supermercado, conocí una pareja que también viajaba en bicicleta. Hay muchos mochileros en la ruta y en los campings. Ahora a la tarde, estoy descansando, escuchando música y organizando las cosas para salir mañana para San Martín de los Andes.

¡Qué bueno hacer una siesta a la tarde! hacía tiempo que yo no sabía lo que era eso. Y comer mejor. Algunas veces, ya me pasó, haber comido alguna cosa de noche y después sentirme mortificado, tal vez por haber comido muy rápido, o haber bebido mucha agua, o porque el cuerpo estaba muy cansado, no sé.

Hasta San Martín, son apenas 42 km, Junín está a 773 metros de altitud, y San Martín, a 625 m, pero en el camino, hay muchos altos y bajos. Paro en San Martín, porque es una pequeña ciudad turística y bonita.

Estoy comenzando a pedalear por la Cordillera de los Andes. El punto más alto está exactamente en la frontera con Chile, posiblemente a más de 1.000 m.

Miré el mapa: la frontera está a ¡1.308 metros de altitud! Voy a tener que subir más de 450 metros en apenas 47 km, no sé si voy a poder. El tema es parar en el primer lugar posible para acampar en territorio de Chile...

22 de enero de 1996.

Ayer salimos Ariel, Guillermo y yo a comer unas pizzas. Yo quería festejar mis primeros 1.500 km, y también era la despedida de Guillermo, que estaba volviendo a Buenos Aires en ómnibus.

En la pizzería, el dueño nos sirvió un manjar que nos entusiasmó: jamón de ciervo.

El ciervo, como el guanaco, vive en la región y tiene cuernos (el guanaco y la llama no tienen, por eso, los que vi anteayer en la ruta eran realmente guanacos).

Comimos, bebimos y fuimos a dormir. Hoy a la mañana, me desperté sintiéndome mal, tomé un desayuno liviano y comencé a arreglar las cosas para salir, aunque el viento seguía fuerte. Pero comencé a sentirme peor y volví a acostarme en la carpa. Más tarde, apareció Ariel diciendo que él tampoco estaba bien y Guillermo había vomitado de madrugada. ¡Maldito jamón de ciervo!

Bien, comimos frutas y tomamos té. Ariel fue con Guillermo hasta la terminal de ómnibus y volvió a las 13 horas. Va a quedarse hoy aquí en el camping y partir mañana.

Resolví quedarme un día más para mejorar, no tenía fuerzas para salir... Quien sabe mañana disminuya el viento... De cualquier modo, salgo mañana para San Martín. Por lo tanto, hoy voy a escuchar música, leer por tercera vez la revista Rutas del Mundo, tomar té para mejorar, etc.

En realidad, este fue el primer problemita de salud que tuve, y no fue por ninguna debilidad del organismo, sino por una comida en mal estado.

Los ciclistas Ariel y Guillermo son excelentes, intercambiamos direcciones, Ariel arregló mi inflador pequeño y, como trabaja los sábados en un taller de bicicletas, me dio algunas indicaciones sobre la mía. Yo le di un rayo y le presté la llave para sacar los piñones traseros, lo que le permitió cambiar un rayo trasero quebrado. ¡A él le encantó la llave, dijo que era lo máximo!

Ahora, descubrí que la radio del walkman funciona, no precisa ninguna antena. Estoy escuchando FM por primera vez, y está tocando una música de Juan Luis Guerra que escuché un año entero cuando viví en Cuba, en 1992...

El tiempo: hoy llovió a la noche, pero a la mañana ya había sol. El viento que trajo la lluvia hizo que refrescara, a las 8h30 la temperatura era de 11º C; eso quiere decir que a eso de las 5 de la mañana, debe haber bajado a unos 8 ó 9º C.

23 de enero de 1996.

Hoy, el día amaneció soleado y sin viento. Ariel y yo nos preparamos y salimos tarde, a eso de las 10h30. Anduvimos juntos unos 4 km, y Ariel tomó una ruta de tierra para visitar algunos lagos cerca de Junín. Nos despedimos, y yo seguí viaje.

Continúo pedaleando en un bello paisaje, pero el viento en contra comienza y no me deja en paz. Menos mal que hoy sólo son 42 km. Hace frío, lo que es excelente para pedalear.

Llegué a San Martín y encontré una pequeña ciudad con una arquitectura de madera y tejados para la nieve. Ella está delante de una pequeña bahía del Lago Lácar, cercado por montañas. De la ciudad, sale una ruta al margen del lago y pasa por un camping a orillas de sus aguas, donde me instalé. Es un lugar súper bonito, con diversos tipos de pino, casas de madera súper acogedoras, todas con cocina a leña y chimenea...

Hoy, fui al centro de la ciudad en ómnibus para comprar comida y llamar por teléfono. ¡Al fin, encontré un teléfono púbico! Pude llamar por cobro revertido a mis padres, y ¡Lu estaba allá! Hablé un tiempo largo y les di las últimas noticias.

Ahora, estoy tomando un café a la costa del Lago Lácar, que ya pertenece al Parque Nacional Lanín, el primero que visito y a las 22h30 tomo el último ómnibus para el camping.

Este lugar es muy lindo, con el lago, la arquitectura de madera adaptada al clima frío, los grandes pinos... Mañana vuelvo a la ciudad para revelar un rollo de fotos, quiero ver si la máquina está funcionando bien, para continuar después con las diapositivas, y cambiar dólares.

También tengo que colocar ruedas para ruta de tierra en la bicicleta, pues la Ruta de los Siete Lagos es toda de tierra.

Pasado mañana, salgo en dirección a Villa Traful, pero duermo un día antes en el camino, en un camping libre, o sea, no tiene nada, apenas áreas naturales donde es permitido acampar, a la costa de uno de los lagos o ríos.

Detalle: en esa región, dentro de los parques nacionales, toda el agua que yo encuentre es potable, pues es un ambiente altamente preservado. Ya sé que la vista que me espera es fascinante y seguramente será uno de los mejores puntos de este viaje.

Ayer, con Ariel, aprendí algunas cosas, como por ejemplo: existe un cargador de pilas a ¡energía solar! Tengo que encontrar uno. Hablamos mucho sobre equipamientos, él también anda en bicicleta e investiga todo lo que es necesario para acampar.

Resolví disminuir el peso en la bicicleta de aquí en adelante. Jubilé a la linterna grande y sus pilas pesadas, pues puedo usar en la carpa el farolito de la bicicleta, que hasta ahora no usé, pues nunca pedaleo de noche. Así me deshice también de algunas pilas (sin tirarlas en el monte, es obvio).

Cuando me encuentre con Lu en Chile, le doy la linterna, el descanso de la bicicleta (es imposible usarlo por el peso de la bici), las bolsas de agua que me regalaron de una empresa de São Paulo y que no usé (mis dos cantimploras de reserva son suficientes) y otras cositas.

En los períodos más difíciles, en la Ruta 40 de Argentina, tendré que viajar a veces dos días o más sin nada en el camino, y llevar agua y comida en cantidades mayores. Así, tengo que librarme del peso excesivo y superfluo.

Hablando con Ariel, decidí no ir a Bariloche. Acontece que tendría que dar una vuelta y sumar dos días para llegar allá, es una ciudad famosa y turística, pero las vistas y los lugares para conocer no están en la ciudad, sino fuera de ella. Por otro lado, si fuese a Bariloche, perdería una de las partes más increíbles de la Ruta de los Siete Lagos.

Entonces, resolví hacer toda la ruta, tal vez ir a Villa Traful, y volver para continuar hasta Villa La Angostura. Ahorro tiempo y dinero, pues, cuanto más temprano llego a Chile, mejor: por lo que todo indica, los precios allá están más bajos.

Ariel me dijo que en Villa la Angostura está el Bosque de los Arrayanes, el arrayán es un árbol color canela, y ese es el único bosque del mundo con aquel árbol. En él, el equipo de Disney había filmado Bambi, o se habría inspirado en esa floresta para el filme, o algo así... Después, voy para Chile, aún sin saber exactamente como subir los 450 metros en 47 km...

24 de enero de 1996.

Día frío, nublado y a veces con una llovizna fina.

Mi ropa para pedalear en el frío no va a ser suficiente para temperaturas más bajas (hoy, está alrededor de 12ºC). Pedí que Lu me trajera (vamos a encontrarnos en Chile) un chaleco y un pantalón de lana, pero voy a precisar algo más si la temperatura, más al sur, o en alturas mayores bajaran, por ejemplo, cerca de 0 ºC.

En último caso, compro alguna ropa en el camino (también voy a comprar guantes).

Hoy, me desperté con un poco de diarrea, reflejos de aquel maldito jamón de ciervo... Tomé un comprimido natural y comí frutas, manzanas y peras.

Ahora, voy al centro a cambiar dinero, a revelar el rollo, y vuelvo para cambiar las gomas y organizar las cosas para salir mañana.

Hay un árbol común aquí en el Parque Nacional Lanín que es el roble pellín, alto, de tronco grueso y arrugado, y los ejemplares que veo aquí son muy viejos. También están los cipreses largos (esos son nativos). Hay algunos tipos de pino, pero son de reforestación.

28 de enero de 1996.

Hasta ahora, no había tenido tiempo de escribir, y con certeza voy a olvidarme de muchas cosas.

Salí de San Martín el día 25, jueves, con frío y a veces llovizna fina.

La ruta de tierra con piedras y, a veces, arena suelta es horrible cuando está mojada: las ruedas no andan bien, las piedras desequilibran la bicicleta, y las subidas cansan el doble y más con todo el peso que cargo. Hasta Villa Traful, son casi 100 km, por lo tanto tendré que dormir en algún lugar a la costa de algún río o lago, en el medio del camino.

Comencé a pedalear despacio. Para salir del camping, tuve que empujar la bicicleta cerro arriba hasta la ruta, y después la lluvia aumentó. O sea, cordillera (subidas), rutas de tierra y piedras, viento, lluvia y frío, todo junto.

Para empeorar, pasé por un trecho que estaba siendo asfaltado, el asfalto aún estaba blando y se pegoteó en las ruedas, trabándolas aún más. ¡Qué embole! Allá fui yo, debajo de una llovizna finita, a sacar el exceso de brea de las ruedas con la ayuda de una piedra...

Bien, seguí adelante, y más tarde, cuando la lluvia había aumentado, vi un ciclista parado cerca de la ruta, abajo de un árbol. Me aproximé, y comenzamos a conversar. Era su primer día de viaje; había salido de San Martín con un primo, y éste, en los primeros cinco kilómetros, ¡desistió!

Continuamos juntos el viaje hasta Pichi Traful (un nombre indígena más), un río que va a dar en el Lago Traful, más o menos a 56 km de San Martín.

A pesar de la lluvia, pudimos ver un paisaje que es realmente impresionante, en esos 800 metros de altitud, los lagos son fantásticos, especialmente el Falkner, y los bosques, las montañas nevadas, el color del agua de los ríos... Todo es verdaderamente deslumbrante.

Llegó un momento en que paré la bicicleta en medio de la lluvia y me quedé admirando un paredón montañoso con sus bosques. ¡Es simplemente indescriptible! Me acuerdo del poeta japonés Basho y su viaje a pie y a caballo por el Japón, donde él paraba y escribía haikus inspirados en el paisaje.

Bien, Basho que me disculpe, pero yo, delante de la Cordillera de los Andes, quedé mudo. ¿Qué es lo que puedo escribir delante de lo que vi?, ¿delante de lo inenarrable? Sólo puedo quedarme callado: no hay cómo contar o describir, sólo es posible contemplar aquello.

En el camino, había un "oasis": un café con chimeneas encendidas, café (obvio), sándwiches, etc. Hacía mucho frío, llovía, y aquel lugar cayó del cielo. Paramos allí para secarnos un poco. ¡Dios mío! Vimos unas ¡ocho bicicletas paradas! La cantidad de gente viajando en bicicleta por la Ruta de los Siete Lagos es impresionante. Vimos hasta bicicletas tándem (dobles), con parejas pedaleando juntos.

Después, seguimos viaje por esa parte inolvidable de la cordillera y paramos al final del día en el río Pichi Traful, donde vimos algunas personas acampando.

Bueno, el viento y la lluvia dejaban todo húmedo, y el frío aumentaba, sobre todo después de parar de pedalear. Yo estaba usando prácticamente toda la ropa que había traído.

Armamos las carpas, y cociné unos capellettis con salsa de tomate. Héctor, que es argentino, tenía sus ropas mojadas. No tenía nada impermeable y no colocó nada en bolsas plásticas. ¡Un desastre!

Yo usaba pantalones y piloto impermeables, y todo lo que yo traía en la bicicleta estaba dentro de bolsas plásticas, lo que no siempre garantiza una impermeabilización total.

Ah, un detalle: la familia de Héctor estaba en San Martín viajando en auto por la región. En ese primer día, nos encontraron en el camino para un "apoyo logístico".

El lugar donde acampamos era bellísimo, a orillas del río. Comimos y fuimos a dormir. El frío era intenso, todo estaba húmedo, el viento balanceaba la carpa, y yo estaba ¡congelado hasta los huesos! Menos mal que un día antes había comprado una campera de lana para ciclismo en San Martín, por la mitad del precio que habría pagado en otro lugar.

Dormí con esa campera y todo, cerrando la bolsa de dormir hasta la cabeza, e igualmente ¡temblaba de frío!

Lo peor es al otro día tener que salir de la carpa (el tiempo continuaba feo) y buscar agua súper helada del río para hacer café. Pero antes, lavar la olla de la noche anterior... Mis manos se congelan en esas aguas tan frías.

Bueno, acomodamos todo y continuamos el viaje. Con el cansancio de las subidas y de la ruta fea, además del mal tiempo, decidí no ir a Villa Traful y seguir directo a Villa La Angostura con Héctor. Serian 60 km, y yo ahorraría un día de viaje.

El paisaje continuó deslumbrante, y el tiempo mejoró un poco. A las 15 horas, encontramos a la familia de Héctor, que nos traía unos fideos calentitos y gaseosas. Paramos en la ruta para comer parados y sacamos algunas fotos. Era la entrada para Villa Traful. Menos mal que decidí no ir hasta allá, pues había una subida infernal enseguida del inicio, y yo moriría de cansancio si iba para allá.

Villa Traful es famosa por su belleza, pero el tiempo no ayudaba mucho.

Seguimos viaje con muchas subidas y bajadas. Le dije a Héctor que avanzara y me dejase atrás, pues yo cargaba el doble del peso que él y estaba realmente cansado.

Llegó un momento en que, en las peores subidas, yo iba caminando, e igualmente así era extremadamente cansador, yo tenía que parar para tomar aliento. En el camino, conocí a una pareja que también viajaba en bicicleta desde Coihaique, en el sur de Chile (voy a pasar por allá), y me confirmaron que la Carretera Austral (una ruta de 700 km) es la parte más bonita del viaje. "¿Más bonito que esto aquí?", pregunté. "¡Sí!", me dijeron. Bien, espero para confirmar. Con mucho esfuerzo, llegué al trecho asfaltado: eran los últimos 15 km hasta Villa La Angostura, a orillas del Lago Nahuel Huapi (el "Lago del Puma", el mismo que baña Bariloche).

Terminé la Ruta de los Siete Lagos, ¡uno de los lugares más bellos del planeta! Con asfalto, todo se hace más fácil, entonces fui despacio el último tramo, más descansado que en la ruta de tierra.

Cuando estaba casi llegando, admirando aquella vista del lago, bosques y montañas, se pinchó una rueda. ¡Qué mala suerte! Allá fui yo a dar vuelta la bicicleta... Por lo menos, el inflador que yo había comprado funcionaba bien, cambié la cámara rápidamente y continué pedaleando. Cuando estaba ya entrando a la ciudad, apareció Héctor, que venía a ver por dónde yo estaba, para avisarme en que camping él había parado con su familia. Me junté a ellos.

Después de dos días de frío, humedad y barro, ¡una ducha caliente! Después, me invitaron a cenar con ellos. ¡Arroz con pollo y vino tinto! Al final, yo estaba conmemorando mis primeros 30 días de viaje. Ese día, dormí con un poco menos de frío, pero sentía dolores raros en la pierna derecha, ciertamente era el tal ácido láctico intoxicando los músculos.

Al día siguiente, el tiempo estaba un poco mejor. Fui a la casa de una lavandera que vivía cerca del camping y le dejé ropas para lavar.

Después, fui a limpiar un poco la bicicleta. ¡Qué desastre! El asfalto había entrado en los engranajes del cambio, en las coronas, en los piñones, en la cadena, ¡en todo! Se pegoteaba como cola y acababa fijando aún más el barro.

¡No era de casualidad que sentía la bicicleta tan pesada y el haberme cansado tanto! Tuve que limpiar con nafta y lubricar con teflón, para evitar acumulación de arena y barro.

Aquí en Villa La Angostura, hay un lugar en una península que avanza lago adentro, que es el Bosque de Los Arrayanes. Ya expliqué algo al respecto. El arrayánesun árbol color de la canela y pierde la corteza. Los troncos son medio retorcidos, las copas con hojas verdes y flores blancas. Ese bosque es único en el mundo.

Del camping, eran 3 km hasta la entrada al Parque, y 12 km más hasta el bosque, por un sendero en medio de los árboles.

Fuimos en bicicleta (yo saqué todo el equipaje, y quedó livianísima), recorrimos un auténtico sendero de mountain bike, lleno de subidas y bajadas, vistas bellísimas del lago, obstáculos como troncos caídos, raíces, etc. Llegamos al bosque, que es un lugar fascinante.

Volvimos disfrutando 12 km más de senderos, y llegué sintiendo mi rodilla derecha, en la que tengo un quiste que no me permite hacer deportes que fuercen las articulaciones, como el fútbol o básquet, etc., pero puedo pedalear. Fue una de las únicas veces en todo el viaje que sentí la rodilla, justamente cuando la bicicleta estaba muy liviana, sin ningún equipaje...

A la noche, hice ensalada, mayonesa, arroz y pollo a las brasas.

Héctor vino a cenar conmigo y trajo un vermut (Aquí todos llaman al vermut por la marca: "Gancia", como en Brasil decimos "Martini"). En Argentina, se bebe con soda y un jugo de limón embotellado.

Yo había comprado un vino tinto y tomé un poco. Fui a dormir, la noche estaba estrellada.

Qué bueno despertar al otro día con sol. ¡Hasta hizo calor!, estoy aquí escribiendo en bermuda y remera.

Hoy, voy a descansar, comer y buscar informaciones sobre el próximo trecho del viaje, pues no sé dónde voy a dormir al pasar la frontera con Chile.

Villa La Angostura, como la Ruta de los Siete Lagos, es una ciudad de ensueño, con el lago, las montañas, los colores de los bosques... Un día, con certeza, quiero volver aquí para continuar pedaleando en esta región bellísima.

Es increíble la cantidad de gente viajando en bicicleta en esta región, que es una de las más bellas del mundo. Hoy, hablé con una pareja de holandeses. Yo estaba llenando la botella de combustible para el calentador en la estación de servicio, y ellos vinieron a hacer lo mismo. Venían del sur e iban hasta Bolivia.

Después, volví al camping y encontré dos vecinas acampando. Una de ellas me sacó conversación por causa de un perro, un husky siberiano que ella había visto en la ciudad, y ahora él estaba allí.

Comenzamos a conversar y nos quedamos un rato largo. En eso, llegó un alemán en bicicleta que está recorriendo Chile, va hasta Punta Arenas. Es el único muchacho que vi solito en bicicleta.

La carpa de él es aún menor que la mía - pesa sólo ¡1,3 kg! La bicicleta de él está tan cargada como Mónica, mi bicicleta. ¡Ah!, si, ¡le puse un nombre a ella! Fue por casualidad, venía pensando en que la bici debería tener un nombre, y de repente pensé: "¡Mónica!". Mónica es flaca y azulita, y ya está conmigo hace más de un mes. Ahora, está un poco sucia, pero en breve voy a darle una limpieza completa.

Las vecinas Agustine y Sofía vinieron a hacer sopa conmigo, y el alemán vino a comer con nosotros. Él casi no habla español, entonces converso más con las simpáticas argentinas, que hicieron una carne a las brasas.

El alemán atravesó el Desierto de Atacama, en Chile, agarrando temperaturas de menos ¡20ºC! Él me enseñó a usar la bolsa de dormir: no debo llenarme de ropas para dormir, pues es exactamente la temperatura de nuestro cuerpo (¡36ºC!) que calienta la bolsa de dormir y crea un sistema térmico.

¿Quién sabe, aquel día en Pichi Traful, si yo hubiese dormido con menos ropa, no habría sentido menos frío..?. Entonces, de aquí en adelante, duermo sólo de remera.

Yo hice el mejor plato hasta ahora en todo el viaje: pasta con hongos y queso cremoso, que comí con el vino que había sobrado del día anterior.

Fui a dormir contento con la cena entre amigos.

29 de enero de 1996.

Salí en dirección a Chile a las 10:30 h, después de cambiar pesos por dólares en el banco.

Tenía enfrente una subida de más de 450 m. Pensé en dormir en el camino.

Fueron muchas subidas, hasta que llegué a la frontera. Fueron 47 km de mucho esfuerzo, con una ruta de tierra llena de piedras. Pero pasé por arroyos de agua transparente y montañas en la Cordillera.

La aduana chilena quedaba a unos 20 km. Pensé en buscar un lugar para acampar, pero había unas bajadas enormes, entonces decidí aprovechar, seguí y llegué hasta allá.

Allí, supe que el lugar más próximo quedaba a 22 km - Puyehue -, pero a unos 5 km estaba el Parque Nacional Puyehue con el guardaparque y un camping. ¡Qué suerte! El camping era caro, si lo comparaba con los de Argentina, y no tenía la misma infraestructura, pero el lugar es lindísimo.

Tengo extranjeros como vecinos, tal vez estadounidenses, que vinieron a practicar canotaje. En seguida, apareció un chileno medio indio vendiendo pan casero calentito. Traía una bolsa de paño, de esas de feria, con muchos pancitos adentro, cubiertos con un repasador blanco.

Cuando él levantó aquel paño y subió el perfume de los panes... ¡Qué pan más delicioso! ¡Compré 1 kg! Después cociné (fideos, como siempre).

Interesante es que, al entrar a Chile, percibí una mudanza en el paisaje. Este es más exuberante, ya comienza a recordarme algo de la vegetación más tropical que tenemos en Brasil.

Aquí en el camping, por ejemplo, hay helechos, follajes diversos, árboles menores, que no son sólo aquellos del lado argentino y que conforman un paisaje típico de lugares más fríos.

Acontece que la humedad que viene del Océano Pacífico escurre en la Cordillera (el territorio chileno es estrecho, y la Cordillera de los Andes siempre está cerca del mar), y entonces llueve mucho en Chile, pero del otro lado, en Argentina, llueve mucho menos, tal vez por eso la vegetación no sea tan extensa y variada.

Ayer había luna creciente, hoy el día fue perfecto, con sol y sin viento, y creo que va a haber luna de nuevo. Pedaleé en la Cordillera con remera y bermuda de ciclismo, y un chaleco. La ruta estaba horrible - piedras y arena gruesa que trababan la bicicleta -, pero aquí estoy, unos 70 km después, cansado, con hambre y feliz.

Sólo un defecto: en medio de la subida para atravesar los Andes, un insecto aterrador me persiguió, que pensé que era increíble que existiese también aquí: ¡el tábano!

Sentí diferencia con el jueves pasado, cuando fui de San Martín a Pichi Traful - 55 km - y hoy, que hice unos 70 km. Claro, que tuve descensos en los últimos 20 km, pero me siento muy bien, a pesar del esfuerzo. Creo que hoy estaba más descansado y más bien alimentado para pedalear.

Hay días que estoy más dispuesto, y hoy fue uno de ellos. Además de eso, cruzar la Cordillera de los Andes por primera vez me fascinaba.

Valió el esfuerzo, y crucé la frontera a 1.308 m.

30 de enero de 1996.

¡Qué mierda! Amaneció lloviendo. Desayuné, conversé de nuevo con el estadounidense del grupo de canotaje y comencé a acomodar las cosas para salir.

La lluvia estaba bien finita, pero, de cualquier manera, la carpa estaba toda mojada. Intenté limpiarla y secarla, pero no dio resultado, tuve que doblarla y guardarla toda húmeda.

Es la segunda vez que acontece eso en un mes de viaje, lo que es una estadística óptima, pero va a empeorar, pues salí de regiones secas y ahora entré en Chile, donde llueve mucho.

Después, apareció otro estadounidense del mismo grupo para hablar conmigo. Él había vivido en Porto Alegre y en Brasilia en su infancia, y su primera lengua fue el portugués, me pidió que yo hablase en portugués, para que él escuchase y recordase su infancia en Brasil. Él quería ir hasta São Paulo, entonces yo le dije que pasara por Florianópolis, que valía la pena conocer.

Salí en dirección a Entrelagos, a unos 45 km. Después de un tiempo, la lluvia paró.

Había unas subidas largas, pero, en general, fueron más descensos y llanos bordeando el Lago Puyehue.

En el medio del camino, encontré dos ciclistas argentinos viajando de vuelta. Me confirmaron que la comida en Chile era más barata y que los campings eran caros; a veces, vale más la pena quedar en un hospedaje.

Dijeron que Frutillar es un lugar bonito (yo ya había oído hablar de eso a un argentino que encontré en ¡cuatro ciudades diferentes!).

Ellos también dijeron que la lluvia que viene del Pacífico no atraviesa totalmente la cordillera, entonces es por eso que del lado chileno hay una vegetación más exuberante y lugares más húmedos.

Otra cosa que supe a través de esos dos ciclistas es que el cuerpo pierde más calor por la cabeza. Luego, en el frío, tengo que andar con el gorro de lana.

Llegué a Entrelagos, a orillas del Lago Puyehue, tiene una vista bonita, de aquí aún se ven algunas montañas con nieve a lo lejos, pero es un lugar pequeño, sin atractivos.

Busqué hospedaje y descubrí un hospedaje de la municipalidad que costaba US$ 5 con cama-cucheta, baño con agua caliente y cocina a disposición.

No había nadie en el amplio dormitorio masculino. Me quede allí, y fui a darme el tan esperado baño de agua caliente después de dos días de polvo, lluvia y cansancio.

Después, fui a comprar comida. Realmente, los precios en Chile están un poco más bajos en varios productos.

Me llamó la atención, en este viaje, la cantidad de argentinos acampando. No sólo los jóvenes, mochileros, sino familias enteras en grandes autos, camionetas, casas rodantes, etc. Parece que ya es una costumbre, tal vez por eso existan los campings municipales gratis. Y mucha gente viajando a dedo, inclusive chicas de 18 ó 19 años, solitas o en pequeños grupos. Lo que indica que se puede viajar en esa región sin problemas o peligros.

En este viaje, ya vi varios pájaros, inclusive dos tipos de papagayo, aquí en Chile vi uno parecido al que vi en La Pampa, Argentina. Pero papagayos en plena Cordillera ¡fue una sorpresa! Su plumaje es verde y amarillo. También continúo viendo patos con el pico largo y levemente curvado para abajo en la punta, y su plumaje es oscuro. Y ya vi zorros y algunos guanacos, además de un tatú. Muertos, vi zorros y un gato salvaje, además de liebres.

Qué pena que no vi ciervos, pasé por una región donde hay muchos de ellos, inclusive hay carteles en la ruta avisando. Y tampoco pude ver el puma, que vive en vastas regiones de Argentina, pero que es más activo a la noche.

1º de febrero de 1996.

Anteayer a la noche, en el albergue de Entrelagos, llegó un ómnibus de excursión con un montón de viejitos. ¡Mi amplio dormitorio fue invadido por señoras! Pero fue una convivencia pacífica.

Yo estaba comiendo en la cocina, y todos los que pasaban me decían: "Buen provecho". Había algunos jóvenes también.

Bueno, ese día comí bien, saqué algunas fotos, inclusive del volcán Osorno, los volcanes pueden ser vistos de una enorme distancia.

Compré cerezas frescas, que aquí cuestan ¡US$ 1 el quilo! También hay frambuesas, pero aún no comí.

El final de tarde en el sur de Chile es lindo, con una luz amarillenta, a una hora en que el frío comienza a aumentar.

Al otro día, salí a las 10:30 h con tiempo nublado, pero poco a poco fue saliendo el sol.

En el camino, paré en una casa de té, aquí hay muchas, en esta región de colonización alemana. Tomé un té caliente (¡en la ruta, de asfalto, hacía frío!) y comí kuchen, que es una torta de frambuesas.

En la ruta, había frambuesas y cerezas para vender. En ese recorrido, el paisaje es de campos ondulados, pues ya estamos lejos de la Cordillera y casi al nivel del mar.

Llegué a Osorno - 47 km - a las 13:30 h y busqué un lugar en la ciudad para quedarme. Acabé parando en un hospedajeque me cobraba US$ 11 por el cuarto con baño afuera y desayuno. Razonable. Era una casa simpática, los dueños vivían allí. Dejé la bicicleta en el patio y salí a comer.

Olvidaba decir que en la ruta vi unos pájaros grandes como patos, de pico fino y largo, que creo que son los mismos que oigo a veces y parecen una bocina de auto.

Bien, comí y volví al hospedaje para descansar un poco. Más tarde, salí para llamar por teléfono y otros quehaceres.

Las llamadas aquí no pueden ser por cobro revertido, pero, felizmente, están a la mitad de precio que en Argentina.

La comida también es un poco más barata, pero es bueno andar con cuidado, no todo está barato, y tengo que ahorrar de cualquier manera, pues en Chile no existen los campings gratuitos como en Argentina.

Hoy es día de resolver unos detalles con Mónica (la bicicleta), dejar la carpa en el sol, etc.

Una observación sobre los chilenos: bien, quien ya viajó un poco sabe que, sí, los pueblos tienen sus características que, si no son determinadas por la "tierra" y por el "clima", son por antecedentes culturales e históricos. Pues bien, los argentinos son vivaces, curiosos, hospitalarios, conversadores, entusiasmados. Los chilenos aquí del sur, por su parte, son callados, indiferentes, atentos, pero reservados. No llegan a ser desconfiados, pero tampoco les interesa mucho conversar con un forastero.

¡Prefiero mil veces a los argentinos! No tienen nada de arrogantes, como es la fama de los porteños (de Buenos Aires). Bien, pero estoy hace apenas algunos días en Chile, vamos a ver...

Anoche, dormí muy bien, me levanté a las ¡9h30! y continúa con sol.

Ayer, vi un mapa con las altitudes, aquí mismo en el hospedaje. Osorno - donde estoy ahora - está a apenas 59 m sobre el nivel del mar. ¡Es increíble! De 1.308 m, descendí para acá en poquísimo tiempo (en auto, seria en el mismo día).

En Entrelagos, nieva en invierno, aquí en Osorno puede nevar a veces, pero poco. O sea, aquí es un lugar bajo, pero frío por su localización al sur. De cualquier forma, la temperatura en verano oscila entre 8 y 23ºC, la amplitud térmica es grande.

Sigo por los diarios o por la TV las temperaturas del sur: en Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, ellas varían de 2 a 14º, más o menos la misma temperatura que Ushuaia. Hasta ahora, es lo que yo preveía: temperaturas promedias en el sur de 8 a 10ºC.

2 de febrero de 1996.

Hoy, salí a las 10 horas para Puerto Octay, a orillas del Lago Llanquihue. Amaneció un poco nublado y frío, pero poco a poco fue saliendo el sol.

Llegué a Puerto Octay a las 14:30 h (apenas 53 km) con mucho sol. Es un poblado pequeño, pero está a orillas del lago, con una vista del volcán Osorno.

El camping, como yo esperaba, es caro: US$ 7,50, eso porque yo protesté por el precio, que era US$ 10.

Ese es el problema: puedo, a veces, parar en un hospedaje, que va a costar más o menos lo mismo, pero acabo gastando más, porque tengo que comer afuera.

En todo caso, ya que los campings están caros, no sufro ninguna "culpa" por quedar, de aquí en adelante, en hospedajes, ¡principalmente en días de lluvia!...

Llegué, armé la carpa e hice un café. Comí frutas, tomé café con leche y pan con queso.

Las frutas, desde Argentina, forman parte de mi dieta diaria: bananas (de Ecuador), manzanas, peras y las maravillosas ciruelas, los deliciosos duraznos pelones(aquéllos rojos, sin pelos), y ahora, en Chile, también las cerezas frescas (que a veces voy comiendo mientras voy pedaleando), ¡y aún no probé las frambuesas! ¡Aquí en el camping, a la vuelta de la carpa, hay plantas de ciruelas cargadas!

Bien, hoy descanso y mañana sigo para Frutillar, la ciudad más simpática de la región, con arquitectura de influencia alemana, también a orillas del Lago Llanquihue y con vista del volcán Osorno.

Ahí voy a quedarme unos dos días, creo, pues hay un lugar barato para hospedarme - según me informaron los dos ciclistas argentinos que encontré, y tengo que reservar un hotel para Lu y para mí, ella llega a Puerto Varas el día 9.

También en Frutillar se está desarrollando un festival de música erudita, voy a ver si consigo asistir a algún concierto. Sería mi primera sesión cultural en 38 días de viaje.

Por esta región, no vi ningún turista extranjero ni ciclistas. La zona privilegiada es la de los lagos, en Argentina. Tal vez en Frutillar vea turistas, pues dicen que la ciudad es muy simpática y pintoresca.

¡Ya me estaba olvidando! ¡Hoy, vi otro zorro! Esta vez, era gris, pequeño como el que vi en Argentina, y andaba por el campo. No pude fotografiarlo...

3 de febrero de 1996.

Llegué hoy a Frutillar a las 13:30 h, cansado no sé por qué, si anduve sólo ¡27 km!... Encontré el lugar indicado por los ciclistas argentinos, la tía Mónica, que alquila cuartos, además se puede instalar la carpa en el terreno, con derecho a baño caliente y a usar la cocina de la casa, ver televisión, etc. Cuesta US$ 2,50 por día.

Comencé a armar la carpa, y la pareja dueña de casa estaba haciendo un asado con dos muchachos que estaban acampando allí. La tía Mónica me tironeó del brazo y me "obligó" a almorzar: tomate, carne, papas y un vaso de vino blanco.

Estoy en Frutillar Alto, un poblado pequeño, y a 4 km de aquí, descendiendo, se llega a Frutillar Bajo, a orillas del Lago Llanquihue. Allá hay varios hoteles, restaurantes, casas de té y casas de estilo alemán, todas de madera, como siempre.

Fui a buscar algún hotel para cuando Lu llegue, pero eran muy caros o no eran ni un poco atractivos.

Resistí a la tentación de los cafés con tortas y fui a hacer compras en el supermercado.

Hice un café y tomé con hojaldres de queso, pan con manteca y queso, etc. Eso fue al final de la tarde. Más tarde, creo que voy a hacer una comidita...

Ahora, estoy en la sala de la casa de la tía Mónica viendo televisión con un montón de gente más que está acampando aquí. ¡Invadimos la casa! Y la cocina a leña está funcionando, todo el mundo está aquí huyendo del frío que hace allá afuera.

Hablando de frío, hoy perdí mi llavero/brújula/termómetro. También noté la falta de un par de medias de lana. Esas, creo que me robaron, no sé.

Bien, tía Mónica vino a avisarme que todo el mundo estaba allá afuera escuchando a uno de los muchachos que está acampando aquí, pues él es mapuche (uno de los grupos indígenas fuertes en el sur de Chile) y estaba hablando en su lengua mapuche y contando historias sobre la vida de sus parientes. Salí y me junté a ellos, que estaban alrededor del fuego, los muchachos de Santiago, yo, la pareja de jóvenes estadounidenses, los dueños da casa, etc. Conversamos sobre la situación de los indios en Brasil y otras cosas.

Antinao, el indio mapuche, cuyo nombre en castellano es Dionisio, contó sobre las tradiciones mapuches, sus ropas, sus fiestas, sus formas de organización social, casamiento, etc.

Los muchachos de Santiago salieron y volvieron enseguida con algunas botellas (de 1 litro) de cerveza.

Después, fuimos para adentro de la casa de nuevo y continuamos la charla, que el dueño de casa, finalmente, dio por finalizada como a las 2 de la madrugada.

(Mi amiga Helô Espada estuvo en el sur de Chile un año después y conoció por casualidad a Antinao, que, cuando ella contó sobre un amigo que había viajado en bicicleta por allá, él le preguntó: " ¿Renato?".)

Aquella fue una noche memorable, con intercambios de direcciones, etc.

4 de febrero de 1996.

De noche, llovió, pero amaneció con sol.

Hace frío, hay un viento helado, y a veces el sol desaparece para dar lugar a nubes. Tengo ganas de quedarme metido en una cama viendo un filme, pero ¡no tengo cama! Creo que voy a pasear de nuevo con más calma por Frutillar Bajo y apreciar el paisaje, sacar fotos...

Fui a pasear. Las casas, como en otras partes de esa región de colonización alemana, son de madera, con tablas horizontales, balcones con flores y tejados más inclinados, a veces con placas de metal que brillan al sol, para la nieve.

Hoy, no se ve el volcán, está cubierto por las nubes.

De tarde, con lluvia, hice un almuerzo, arroz con tomate, cebolla, pimiento y salchichas, ¡un manjar! Y acompañado de media botella de Undurraga tinto, cosecha 1989, que costó menos de ¡US$ 2! ¡Un lujo!

Más tarde, vi un poco de televisión con unos chilenos y después fui a dormir una siesta.

Los chilenos vinieron a despertarme para sacarnos una foto, pues ya se iban. Nos despedimos, me desearon mucha suerte en el viaje y partieron.

A la noche, llegó una pareja de jóvenes chilenos para acampar, muy simpáticos.

Hice una cena, comí adentro de la casa al lado de la cocina a leña, allá afuera hacia un frío húmedo, y, después de ver un poco de televisión (un filme), me fui a dormir.

5 de febrero de 1996.

¡Qué lluvia! Finita, pero intermitente. Entré en la casita de la tía Mónica. Todos dormían, las personas de las carpas también.

Calenté agua para el café y comí bien. Yo llegué a Frutillar muy delgado, ahora estoy ganando peso.

Fui a guardar las cosas en la carpa y me encontré con Antinao.

Resolví agarrar mi piloto e ir hasta Puerto Varas, a unos 25 km, de ómnibus, pues no podría visitar ningún lugar bonito con este tiempo, entonces aprovecharía para reservar un hotel allá, pues ¡Lu va a llegar el viernes 9!

Fui para Puerto Varas y encontré un pequeño hotel que ¡sirve el desayuno en el cuarto! Súper simpático, creo que a Lu le va a encantar.

Paseé un poco, hablé por teléfono con Lu y después me fui a almorzar.

6 de febrero de 1996.

Ayer a la tarde, fui a Puerto Montt a ver horarios y precios de ómnibus hasta Villa La Angostura (Argentina), para un posible paseo con Lu por la Ruta de los Siete Lagos.

Volví para Frutillar, y llegaron dos alemanes a lo de la tía Mónica. De noche, hice caipiriña con pisco (destilado de uvas), y los alemanes compraron un vino. Conversamos, reímos mucho con los alemanes y la pareja joven de Antofagasta y Arica (Chile).

Hoy continúa el tiempo feo, pero no hace tanto frío.

No puedo ir a Ensenada y Petrohué, a orillas del Lago Todos los Santos, porque está todo nublado, y no voy a ver nada... Creo que voy a ir al correo y a caminar un poco, a ver el Museo Colonial Alemán de Frutillar, etc.

¡Espero que el tiempo mejore para el viernes, para la llegada de Lu!

Resolvimos que hoy yo haría una feijoada, con caipiriña y todo, para todo el mundo. Recogí el dinero y fui con Nelson y Claudia (la pareja de chilenos) a comprar los ingredientes. Va a tener hasta naranja...

El sol está queriendo salir, y esta noche tendremos caipiriña y feijoada con vino tinto Undurraga! Mañana es el cumpleaños de Claudia, o sea, que será conmemorado hoy a media noche.

Ahora a la tarde, hace un poco de calor, se puede andar de remera.

9 de febrero de 1996.

Bien, la feijoada estaba exquisita, y la casa de la tía Mónica continuó con mucho movimiento, siempre hay gente llegando y gente yéndose.

Ayer fui con los alemanes a Petrohué y al Lago Todos Los Santos, una vista excelente, la pena era que el volcán Osorno, que ahí se ve de cerquita, estaba un poco cubierto por las nubes.

En Puerto Varas, conocí a un canadiense que estaba viajando en bicicleta. Había pasado por la Carretera Austral, ruta que comienza en Puerto Montt, y me confirmó dos cosas: que tiene paisajes lindísimos y que la ruta está pésima...

Con los alemanes, conseguí direcciones de hospedaje en Ushuaia por US$ 10. Ellos se fueron ayer, después de saborear un kuchen hecho por Marcela, una de las hijas de tía Mónica.

¡Ahora, descubrí que kuchen es el origen de la palabra "cuca" de Brasil! El kuchen está hechocon la misma masa y la misma harina como de pan rallado encima (en Brasil, se le dice farofa, que es como la guarnición hecha con fariña), pero también lo hacen en esta región con crema y, ¡claro, frambuesas! También usan manzanas, etc., pero yo siempre como kuchen ¡con frambuesas frescas!

No conseguí comprar frambuesas para la llegada de Lu, pero compré cerezas y ciruelas negras frescas, además del excelente vino Undurraga.

La habitación del hotel es muy acogedora, con muebles de madera, flores secas en la mesita, todo en tonos beige.

13 de febrero de 1996.

Lu llegó a las 19:30 h, yo ya estaba esperando exactamente donde paraba el ómnibus. Fuimos para el hotel, y Lu adoró la habitación. De noche, fuimos a cenar y a conversar, para apagar un poco la nostalgia. Al otro día, paseamos en Puerto Varas, una ciudad pequeña a la costa del Lago Llanquihue con vista al volcán Osorno y rosas en las veredas. Muy simpática.

El domingo, día 11, fuimos a Frutillar, donde yo había dejado mis cosas y la bicicleta - Mónica. Llegamos allá, presenté a Lu a las personas de la casa, y fuimos hasta Frutillar Bajo, a la costa del Lago. Lu tuvo suerte, había sol esos días, y paseamos en Frutillar, comimos kuchen con frambuesa, etc. Por la calle, pasó una joven negra con una remera escrita "Florianópolis", y yo dije: "Esa es brasileña". Después, ella entró en el lugar donde estábamos tomando un café, y yo le pregunté: "¿Sos brasilera?". Y era. Yo le dije que ella me era familiar - (cosa increíble, estábamos allá en el sur de Chile...) -, entonces ella me preguntó mi nombre. Respondí: "Renato". Y ella dijo: "¿Renato Tapado?". ¡Una cosa extraordinaria! Ella había estudiado alguna materia conmigo en el curso de Letras, en la Universidad Federal de Santa Catarina, se recibió en Letras Inglés, y yo, en Letras Portugués/Español.

Conversamos un poco y nos despedimos. A la noche, las personas de la casa de tía Mónica estaban haciendo un salmón asado a las brasas con queso y tomates. Nosotros habíamos comprado un vino tinto y nos juntamos a ellos alrededor del fuego, conversando, comiendo salmón, tomando vino tinto chileno y contando chistes. ¡Reímos mucho!

Ayer (día 12, lunes), vinimos a Puerto Montt y quedamos en un hospedajeque costó $20,00 con desayuno para dos. Paseamos en el centro de la ciudad. Puerto Montt queda a la costa del Océano Pacífico - por fin, veo el Pacífico, un mar después de tantos días de campos, desiertos, montañas y lagos. Finalmente, atravesé el continente sudamericano de un lado al otro, del Océano Atlántico al Pacífico. Ya era una parte importante del viaje. La próxima es llegar al fin del mundo.

Como el nombre indica, Puerto Montt es un puerto y posee su pintoresco mercado de peces y mariscos con sus comedorespopulares donde se comen salmón, congrio y los mariscos: choritos (mejillones), picoroco (un molusco de una concha grande que se agarra a las piedras), cholga (un mejillón mayor), almejas, erizos de mar, etc. Comimos el famoso curanto: en una olla grande y alta, colocan mariscos para cocinar. Encima, en la misma olla, va otra con carne, pollo, chorizo, unas papas enteras. Sirven todo junto, con un consomé, que es el caldo de mariscos, con pan y manteca, además de chili - (pimienta). Todo eso costó $ 6,00. Los comedoresson pequeños negocios dentro del mercado, al lado de las pescaderías. Es el lugar más popular y más barato para comer. Falta probar la centolla- enorme cangrejo -, el erizo y otros mariscos. Lo interesante es que, así como la trucha y el salmón, ellos también ahúman los mariscos. Son varias pencas de mejillones y otros moluscos colgados para vender, como ristras de cebolla, todo ahumado. Eso se usa para un caldo o para cocinar con arroz.

Compré una bolsa de dormir nueva, que aguanta hasta -4°C, y otro aislante térmico. Ahora, con las dos bolsas de dormir, Lu y yo podemos acampar. Después, ella lleva la bolsa de dormir más liviana para Brasil, como también el aislante térmico correspondiente.

En una charla, hablando yo de las dificultades de dinero del viaje, Lu comentó: "Hay gente allá en Brasil que cree que ese viaje es muy difícil, que vos no vas a conseguir llegar...". Y yo le respondí: "Pues ellos se equivocan: voy a llegar a Ushuaia ¡aunque sea a pie!". Si hay una cosa que nunca me faltó en este viaje, fueron la voluntad y la certeza de llegar a Ushuaia.

20 de febrero de 1996.

¡Hace una semana que no escribo! Lu se fue ayer a las 8h30. Estuvimos en Frutillar, en la casa-camping de la tía Mónica, en Puerto Varas, en Puerto Montt y en la Isla Chiloé, con un auto que alquilamos. Paseamos bastante, comimos carne de ciervo y bebimos vino, ¡fue estupendo! A no ser por un pequeño susto: en el hotel de madera en Puerto Varas, una madrugada, desperté con Lu llamándome, al mismo tiempo en que escuchaba golpes en las paredes, que parecían venir del cuarto de al lado. Lu me decía: "¡Renato, es un terremoto!". Y yo, todavía durmiendo, respondí: "Qué terremoto, debe ser una pareja cogiendo en el cuarto de al lado", pues el hotel era todo de madera. De día, tomando el desayuno, una camarera del hotel nos preguntó: "¿Ustedes no sintieron el temblor de tierra anoche?".

Después de unos 45 días, estar de nuevo con Lu es un estímulo para recomenzar el viaje. Pero también es un problema quedar solito de nuevo. Ayer, me despedí de ella en la terminal de Puerto Montt, y fui a comprar una cubierta para la bicicleta y a arreglar todo para partir. Salí al mediodía con una sensación de vacío, en un clima frío y húmedo. Ahora, yo tenía que retomar el viaje, cuando lo más cómodo sería volver con Lu para Brasil, dormir en mi casa, en mi cama, comer bien y descansar.

Bien, la despedida de la tía Mónica en Frutillar fue con cordero asado y vino. Tía Mónica lloró cuando partimos. Sergio, su marido, nos había dado de recuerdo un cuadrito con una postal de Frutillar hecho por él mismo con madera de alerce, árbol chileno que es usado para las tablillas que cubren los tejados - verdaderas tejas de madera - y las paredes de las casas aquí en el sur, pues esta madera tiene muchas betas que hacen que el agua de lluvia escurra.

En Puerto Varas, conocí un canadiense que estaba viajando en bicicleta. Venía por la Carretera Austral. Yo le dije que me gustaría viajar algún día por la ruta que pasa por las Montañas Rocallosas, en el oeste de Canadá. Él me dijo que, en ese caso, yo debería, al acampar, colgar todos los alimentos en los árboles, dentro de bolsas, bien alto, pues así estarían ¡fuera del alcance de los osos! Y también yo no debería comer dentro de la carpa ni dejar alimentos allí, pues, a la noche, un osito podría querer entrar en la carpa para acceder a la comida...

La presencia de Lu aquí fue muy buena para darme aliento para continuar. Estar lejos de casa, de los amigos, de la familia y del confort por mucho tiempo puede tornarse pesado. Con la venida de Lu, yo descansé, comí mejor y reencontré mi compañera, que fue lo más importante.

Ayer, salí en dirección a La Arena, de donde se toma un barco para pasar al otro trecho de la ruta. Está a 47 km de Puerto Montt.

La ruta, de tierra y piedras, es igual a la que conocí cuando atravesé la Cordillera de los Andes, y la Ruta de los Siete Lagos, o sea: es pésima. Pero no me arrepentí de ir por allá, y no por la de la Isla de Chiloé, que es asfaltada. Ya había ido a la isla, hasta Castro, y no me gustó mucho el paisaje, además del transbordo de balsa que demora mucho.

En la Carretera Austral, el panorama es excepcional, a pesar de que ayer llovió, pero al final de la tarde el tiempo mejoró un poco. Llegué a La Arena a las 17 horas, y caía una lluviecita infernal. Compré pan, y la señora del negocio me dijo donde podría acampar. Pero yo tenía que esperar que disminuyese la lluvia para montar la carpa. Descansé un poco, comí galletitas y esperé. En eso, a las 18:30 h, llegó el barco para la travesía. Vi aquella fila de autos, el tiempo queriendo mejorar, y pensé: "Si atravieso de barco y sigo 10 km más hasta un pueblito, Contao, allí debe haber algún lugar para acampar, aunque no esté en la guía de campings".

Un poco antes, un chico que conversó conmigo me preguntó si yo iba a cruzar en el barco. "No", respondí, "me quedo aquí esta noche". Algunos minutos después, decidí partir. ¡Menos mal! La travesía de unos 20 minutos fue linda, el tiempo mejoró un poco, y seguí unos 10 km más hasta Contao. Allá, un chico me mostró un lugar óptimo para acampar, a la costa de un río, y el sol salió después de la lluvia, ¡formando un arco iris increíble! La luz del final de la tarde después de la lluvia dejaba la vegetación dorada. ¡Fue espectacular! Y el camino - casi todo, desde Puerto Montt - fue costeando el mar. A la derecha, el Océano Pacífico, y a la izquierda, la Cordillera de los Andes. Un paisaje como pocas.

Donde acampé, había un micro con una familia chilena. Cociné, comí y fui a dormir. De madrugada, la lluvia volvió y trajo viento. De mañana, el tiempo estaba oscuro y con un viento frío, con mucha humedad en todo, pues había una garúa fina. ¡Maldición! Hice mi desayuno y después fui a desarmar la carpa. ¡Qué desastre! El techo todo mojado, y tenía que guardar todo así para seguir viaje.

Partí, y la ruta continuó pésima. Según la guía, había un camping a unos 6 km después de Hornopirén, que estaba a 55 km. Fue un día muy cansador: ruta con muchas piedras, lluvia, a veces barro y muchas subidas. ¡Ufa! Conseguí llegar a Hornopirén. Compré pan fresquito y otras cositas más, y fui para el camping a bañarme, finalmente - ¡con agua caliente!

El muchacho que atendió era simpático y me dijo, primero, un precio de $ 25,00 para un grupo, pero como yo estaba solo, me dejó por $ 5,00. Conversando, creo que se compadeció de mi situación (cosa que aconteció durante todo el viaje): dos días de lluvia sin bañarme. Me dejó por $ 4,00... Bien, después fui a cocinar y a cenar, mientras tanto escribí. Más tarde, cuando la caldera a leña caliente más agua, voy a bañarme con agua calentita y... ¡A la cama! Quiero decir... ¡A la bolsa de dormir!

21 de febrero de 1996.

Dormí como ayer, despertando varias veces en medio de la noche, dando vueltas en la cama, para un lado y para otro, sin encontrar una posición cómoda, no sé si por el suelo o por mi cuerpo que estaba cansado. Eso sucedió muchas veces durante el viaje.

Me desperté a las 8h30, y ya no llovía. Hice el desayuno en un galpón del camping (donde cené anoche) y después fui a sacar unas fotos.

El tiempo mejoró un poquito, ya se pueden ver las montañas, y ahora descubro que algunas de ellas tienen nieve, es impresionante estar cerca de ellas, y de nuevo tuve suerte en optar por este camino, mucho más bonito que la Isla de Chiloé, eso que, según el guía de turismo, aun no llegué a la parte más espectacular de la Carretera Austral.

Falla técnica: sólo tengo un rollo en la máquina, y ahora no sé donde voy a poder comprar más, principalmente para diapositivas, tenía que haber comprado en Puerto Montt (sucede que, cuando estaba Lu, me olvidé de todo...). Por lo menos si encontrara rollos para fotos, ya sería una cosa grandiosa.

Bien, hoy el barco para el otro lado de la ruta sale a las 15 h y tarda unas seis horas en cruzar, de modo que voy a llegar allá a las 21 h y entonces serán 60 km hasta Chaitén, pero no puedo pedalear de noche, entonces voy a tener que acampar en la ruta, cerca de la llegada del barco.

Como no voy a pedalear, puedo llevar agua suficiente para cocinar, aunque aquí se encuentre agua en todos lados con las vertientes que caen de las montañas. Así también aprovecho el día para descansar y ¡pasear en barco!

Qué pena que tal vez no consiga rollos para el paseo, pero, a veces, no me ocupo mucho de las fotos, pues, de cualquier manera, por más que saque fotos, nunca las personas van a tener una verdadera idea de este viaje y de los paisajes que pude ver.

Una vez, conversando con el escritor uruguayo Eduardo Galeano (él estaba en Florianópolis), le pregunté por qué no tenía una máquina fotográfica, y él me dijo: "Nunca llevo una cámara, lo que veo y siento como algo importante queda en mi memoria".

Hice el almuerzo (arroz, salame y queso rallado) y salí para tomar el barco, en el camino encontré un inglés que viajaba en bicicleta, fuimos juntos hasta el barco. Antes, pasé por la estación de servicio y compré rollos para fotos.

El barco hoy salía a las 16 h y ¡costaba US$ 23!, cobraba un precio por persona, más el precio ¡por la bicicleta! No quedaba otra que pagar.

Ahora, son las 18:15 h y ya no se ve nada impresionante, tal vez más tarde.

¡Estoy navegando en el Océano Pacífico!, y es realmente pacífico aquí cerca de la costa.

La lente de la cámara está un poco sucia, parece tierra, y confunde la visión. Saqué el zoom para limpiarlo por dentro con un pañuelo y cuando volví a colocar la lente, miro y veo dos rayas negras en el visor. ¡Qué cagada! Creo que arañé uno de los cristales que van allá adentro, tal vez con un minúsculo grano de arena en el pañuelo que usé. De cualquier forma, tengo que terminar el rollo, revelarlo para ver e intentar arreglar la cámara.

A la salida del barco, el inglés y yo conocimos a una pareja de chilenos que también andaban en bicicleta, pero acabaron no tomando el barco, pues querían ahorrar. También había un alemán en bicicleta y, por último, un holandés que vivía en Alemania y andaba en moto.

En el camping, algunos chilenos vinieron a hablar conmigo, son de Santiago, deduzco que los chilenos de Santiago y de otras ciudades medias son simpáticos, pero las personas de aquí del sur son tímidas, esquivas y retraídas.

Otro grupo del camping fue a pescar en el río y ¡volvió con enormes truchas! Algún día, vuelvo para esta región (Argentina y Chile) con una caña y reel, etc. para pescar ¡truchas y salmones!

En el barco, conocí a dos argentinos y sus familias, es obvio que estuvieron en Florianópolis (parece que todos los argentinos ya estuvieron allá...), inclusive, el segundo que conocí me dijo: "¿Vos sos de Florianópolis?, yo estuve allá el año pasado". Entonces yo le dije: "¡Entonces vos sos argentino!".

Me di cuenta de que mis pesos chilenos se estaban terminando y sólo tenía dólares, un argentino me propuso que le cambiara 10 US$ y así pude pagar el barco.

Cuando llegue a Chaitén, mañana, cambio más dólares, también tengo que mandar unas postales, que hace tiempo tengo conmigo.

22 de febrero de 1996.

Bien, la travesía en barco fue interesante en el inicio, cansadora en el medio y bonita al final, cuando entramos entre montañas a la orilla del mar, pero estaba oscuro, pues eran las 21:15 h, y el tiempo estaba nublado. Conversé un poco con uno de los argentinos y con el inglés.

Llegamos a Caleta Gonzalo, donde sólo había una cafetería y un área para acampar, un muchacho que andaba por allí nos informó donde se podía acampar, y anduvimos unos 500 metros (ya en lo oscuro) y después descendimos unas escaleritas y atravesamos una pasarela de madera sobre un arroyo, todo eso en la más completa oscuridad, tuve que agarrar la linterna. Llegando al otro lado, había un terreno grande con una pequeña parte cubierta, con algunas mesas y bancos de madera, todo a la costa del río.

El alemán y el inglés, que llegaron antes, estaban armando sus carpas, yo armé la mía cerca de ellos para dejar la bicicleta junto a las de ellos, al lado del letrero del camping. Qué interesante: ese letrero recibía al visitante, daba instrucciones para no contaminar el lugar, y el baño..., tenía baños con una letrina sobre una hendidura enorme en la piedra, claro que era limpio y todo de madera bien pintadito, no parecía una letrina, parecía una ¡casita de muñecas!. Y todo eso gratis, ¡no había nadie para cobrar! Había una casita próxima, quien sabe, ¿sería el dueño de aquel terreno?

Con el tiempo feo y la noche, no se podía ver el paisaje, pero desde la llegada en el barco se podía vislumbrar la silueta de las enormes montañas alrededor del área.

Cociné y fui a dormir con el ruido del rio, de madrugada, desperté con otros ruidos: viento y lluvia fuertes, ráfagas de viento y lluvia. ¡Dios mío! La peor cosa es el mal tiempo de noche: uno se despierta asustado, quiere dormir, descansar el cuerpo y no lo consigue de tanto ruido.

Cuando, por fin, agarré el sueño, desperté de nuevo con el ruido infernal de la lluvia y el viento, y pensé: "¿cómo es que voy a salir de aquí en medio de la tempestad, desarmar la carpa, poner todo en la bicicleta?". Lo mejor era volver a dormir, o por lo menos intentar.

Cuando vi que ya era de día, miré el reloj: 8h30 h, el tiempo estaba increíblemente feo, el viento empeoró y sacudía la carpa para todos lados. La impresión que yo tenía era que varias personas estaban sacudiendo con fuerza las riendas de la carpa y otras arrojaban baldes de agua de todos lados y de arriba. Llegué a agarrar las varillas de aluminio desde adentro para que la carpa ¡no saliera volando!

Cuando la lluvia amainó, salí para lavar la olla de la cena anterior y buscar agua del río para el desayuno, volví y encendí el calentador en la parte externa y cubierta de la carpa para hacer el café, una temeridad, pues un fueguito cualquiera en el tejido y...¡ya fue la carpa!.

El viento venía ahora de un lado, ahora del otro, una nueva ráfaga volteó los pancitos que estaba calentando encima de la olla, salí con el piloto para colocar más estacas y verificar si todas estaban bien firmes. Acabé recolocando una que se había soltado en la carpa del alemán.

Más tarde, el viento paró y la lluvia disminuyó, todo el mundo resolvió partir, yo había pensado quedarme allí y salir recién al otro día, con la esperanza de que el tiempo mejorase, pero como estaba aparentemente mejorando, comenzamos a preparar todo para salir, inclusive debajo de la lluvia.

El alemán salió más temprano, el inglés y yo salimos a eso de las 11:30 h, en el camino, el inglés fue adelante y yo no lo vi más, estaba bien preparado y (como muchos que encontré en el camino) era mucho más joven que yo... Yo, con el peso de la bicicleta, sufría en las subidas.

La ruta no podía estar peor: piedras, millones de piedras, a veces no se veía la tierra, eran sólo piedras desequilibrando la bicicleta, haciendo saltar la rueda trasera o resbalar la delantera, además del barro, pozos de agua escondiendo los baches de todos los tamaños, arena gruesa y suelta, etc. A veces, simplemente no conseguía pedalear, tenía que descender de la bicicleta, caminar un poco al lado de ella resbalando para todos lados y volver a pedalear más adelante.

En algunas subidas, yo subía a pie, pues era imposible pedalear con tanta arena, barro y piedras..., piedras..., piedras. Por eso, estaba preocupado por la hora, tenía que hacer 56 km hasta Chaitén, pero con una ruta horrible y el tiempo como aquel, ¿será que llegaría antes de la noche...?

Encontré muchísimos ciclistas en el viaje, pero en la Carretera Austral también encontré un muchacho ¡viajando a pie! Al principio, no me di cuenta, pasé junto a él, lo saludé y seguí viaje. Fue sólo después que me di cuenta, el caminaba por el medio de la ruta, lejos de cualquier ciudad, no podría, por lo tanto, ser un vecino del lugar. Tenía una enorme mochila y andaba con dos bastones de caminata, de esos que parecen de esquiar.

Bien, si en bicicleta el paisaje es espectacular, ¡me imagino a pie...! Hablando de eso, me enteré que en otros lugares hay muchas más personas viajando a pie, inclusive en Tierra del Fuego y en ¡pleno invierno!

La lluvia paraba un poco y después volvía con más fuerza - ¡un diluvio! Pero todo ese esfuerzo y toda la incomodidad valieron la pena por el paisaje que vi. Esa región es simplemente monumental: montañas enormes que bajan hasta sumergirse en el Océano Pacifico, valles con rutas serpenteando entre montañas, algunas con nieves eternas encima, decenas de vertientes, ríos, cascadas, vegetación exuberante, ¡pájaros...!

Cuando el inglés y yo salimos, encontramos un español que venía en bicicleta en sentido contrario. ¡La Carretera Austral es nuestra! Ya es internacional, territorio libre que pertenece por adopción a los ciclistas del mundo entero, que sufren en ella, ¡pero se rinden fascinados ante su belleza...!

Después de 60 km y mucho cansancio, llegué a Chaitén. Solo tenía 1.000 pesos en el bolsillo (US$ 2,50) y el resto en dólares. El banco donde puedo cambiar dinero abre recién mañana de 9 a 12 h.

Fui a comprar pan y otras cosas para comer y me enteré de una casa que también funcionaba como camping, en la ciudad misma, que, dicho sea de paso, es muy pequeña y con la mayoría de sus callecitas sin veredas. En el camino, un niño vino a preguntarme si precisaba alojamiento, y terminé descubriendo una casa con ducha de agua caliente, cocina y, para dormir en una sala donde colocaría la bolsa de dormir (con otros mochileros), eso por US$ 2,50... ¡El lugar era ese! Me bañé con agua caliente por fin, después de dos días (eso ya se está tornando rutina, ahora que hace más frio y recorro lugares inhóspitos).

Tomé un café con leche, pan con manteca, queso y yogurt, pues hoy no tengo la más mínima disposición para cocinar, y ayer comí bien.

Muchas cosas se mojaron en el camino, y mañana tendré que secarlas, lavar ropa, cambiar dólares, llamar por teléfono, escribir, etc.

En la casa, conocí a dos chilenos que también viajaban en bicicleta, ellos vienen del sur y van hacia el norte por la Carretera Austral, pero por problemas en la bicicleta, se van recién en el barco de mañana. Voy a ver si ellos me dan información: sobre el camino, alojamientos, etc.

23 de febrero de 1996.

Los chilenos me dieron algunos datos importantes sobre el camino que tengo por delante. Dormí bien y hoy cambié dólares, conseguí filmes para diapositivas, despaché unas postales y una carta en el correo, compré comida. Pero antes lavé ropas y aproveché el sol que hubo hoy para secar un montón de cosas, inclusive la carpa. Para la tarde, ya estaba todo seco, guardé lo que podía, voy a bañarme porque, seguramente mañana no voy a poder, y más tarde voy a llamar por teléfono y después a comer.

Mañana, pienso seguir hasta un camping agreste a 54 km de aquí, pero si puedo, voy a seguir más lejos, hasta Santa lucía, que está a 81 km. El problema está en una montaña que tendré que atravesar, ¡son 650 m de altura en 15 km! Si salgo temprano, creo que puedo cruzarla, aunque sea a pie.

La casa quedó vacía hoy a la tarde, y conversando con doña Rita, la propietaria, supe que en marzo continúan llegando turistas europeos. Había una pareja de austríacos que se fue ayer, andaban en moto. Al rato de hablar con doña Rita, llegaron un español y un alemán.

Entonces, en el resto del viaje, ya no voy a encontrar latinoamericanos, las vacaciones se están terminando, pero europeos o norteamericanos...

Bien, calculando lo que me falta para viajar, descubrí que estoy exactamente a ¡mitad de camino! Llegué al 50%! Ahora, veo que ya hice un largo viaje en bicicleta, el primero, pero no el último. Algunas incomodidades, es obvio, pero todo dentro de lo previsto y desarrollándose bien. Lo peor va a venir en la famosa Ruta 40, en una región desierta y con vientos de levantar piedras. Lo malo es cuando las informaciones fallan y encontramos una realidad peor de lo imaginado, pero eso no me sucedió hasta ahora.

Cargo más agua y comida de lo que es estrictamente necesario, espero que en tal lugar marcado en el mapa no exista nada, pero siempre acabo descubriendo algo. Así, la otra mitad del viaje, a partir de ahora, será la aplicación de la experiencia acumulada y sobretodo, paciencia y cabeza fría para los peores momentos. Tengo por delante más frio, más viento y más soledad.

Hoy, voy a tomar un vino para festejar la ¡mitad del viaje...!

24 de febrero de 1996.

Ayer, conversé con el alemán y el español, son gente culta y educada, artesanos que van viajando y vendiendo lo que hacen, bijouteries. Después, llegaron una pareja y tres muchachos, todos chilenos.

Apareció un muchacho ofreciendo excursiones en auto, es un estadounidense que vive hace algunos años en Chaitén, ¡increíble! Cuando supo que yo era brasileño, me habló de Egberto Gismonti, Hermeto Pascoal y otros músicos de Brasil.

La puesta del sol en Chaitén, ayer, ¡fue lo máximo! Fotografié el sol poniéndose en el Océano Pacífico (obviamente, fue la primera vez que vi el sol ¡escondiéndose en el mar!).

Hoy, desperté a las 8 h, y el tiempo, de nuevo, estaba cerrado, y lloviznaba. ¡Mierda...!

Tomé el desayuno, acomodé las cosas y salí.

Ayer, encontré a dos chicos en bicicleta cuando fui a llamar por teléfono, y ellos me dijeron que la ruta a partir de Chaitén era mejor, y tenían razón. ¡Por lo menos eso...! Además, había trechos llanos. Yo sabía que a más o menos 60 km de Chaitén había una subida fuerte, 650 metros (en La Carretera Austral, hay otra de 500 metros de altura), y no sabía si iba a parar antes de esa subida o si continuaría hasta Santa lucía, que es un pueblito chico y tiene un hospedaje, por lo que me dijeron los chilenos.

Realmente, la ruta estaba mucho mejor, pero la lluvia... ¡Peor aún! No paró un segundo, ahora son las 22 h y continúa lloviendo.

Acabé pedaleando bien, andando bien en la subida de 650 metros, y al final hice 81 km (mi récord en esa ruta horrible).

Durante el recorrido, en uno de los innumerables descensos de la ruta, resolví mirar para atrás y vi mi bolsa de dormir allá a lo lejos, se había caído en el medio de la ruta. Problema de amarre del equipaje...

Llegué a Santa lucía y encontré un hospedaje que también cobraba US$ 2,50 para dormir con la bolsa de dormir, pero era mucho peor que el de Chaitén, pues era apenas una pieza de madera con una cama cucheta, al lado de la casa/almacén de los dueños. Para bañarse, lavar los platos, etc., tenía que golpear las manos en la casa de los dueños. Pero con ese tiempo, yo todo húmedo por dentro, las piernas sucias y mojadas (estaba de bermuda), y el frío que hacía, no puedo protestar, menos mal que había un hospedaje en medio de la nada, además por ese precio irrisorio.

Si hoy, con esa subida de 650 metros, hice 81 km, creo que mañana puedo hacer los 71 km hasta La Junta, que es otro pequeño poblado que tiene hospedajes baratos, porque no son lugares turísticos, son pequeñas villas al costado de la ruta.

Ayer me sentí un poco solo en Chaitén, pero después llegaron otras personas, y conversamos. Hoy, me siento solo de nuevo, menos mal que mañana me voy. Es que aquí en la Carretera Austral, una ruta que corta los bosques fríos de la Cordillera de los Andes, va disminuyendo el número de personas, está acabando el verano, también disminuye el movimiento de turistas, y casi no pasan autos. Igualmente, hoy encontré tres ciclistas en la ruta, uno de ellos solito (¡otro loquito!). Ah, pues, el alemán y el inglés que encontré los otros días viajaban solos, el español también, como se puede ver, no soy el único. Eso también me ayuda a avanzar.

Cuando dos ciclistas se encuentran viajando, paran inmediatamente y comienzan a hablar, sea en el idioma que fuere en la tentativa, pero el predominante es el inglés. Hay otros ciclistas que, en este momento, están preparándose para dormir en algún lugar de la Carretera Austral, pensando en la próxima etapa del viaje, en esa ruta con paisajes magníficos. Y yo también. Buenas noches.

28 de febrero de 1996.

Hasta ahora, no paré, desde Chaitén vengo pedaleando: son cinco días sin descanso. En La Junta, después de Santa lucía, encontré un brasileño que iba adelante mío, Paulo, y seguimos viaje más o menos juntos hasta aquí - Manihuales. Son muchas cosas para contar, no me va a alcanzar el tiempo para escribir todo ahora (son 22 h y estoy cocinando raviolis).

Salí de Villa Santa lucía el día 25 con el tiempo aún nublado y con pinta de seguir lloviendo. Llegué a La Junta y anduve buscando alojamiento, pero estaba más caro que en los otros lugares del viaje. Fue ahí que encontré a Paulo, un muchacho de Curitiba que estaba viajando en bicicleta desde Bariloche y va hasta Punta Arenas, en el extremo sur de Chile. Conversamos mucho y vinimos viajando más o menos juntos, como ya dije, porque nos hospedamos en el mismo lugar, menos hoy, que estoy acampando a orillas del río y él está en un hospedaje, pero a veces él va adelante mío, es más joven (de nuevo) y lleva mucho menos equipaje que yo.

El otro día, pedaleando juntos, yo iba adelante y Paulo más atrás. Cuando hay descensos, aprovecho para ganar velocidad y, por lo tanto, tiempo. Pero la ruta, muchas veces, está llena de baches, arena suelta, además de las piedras. Por lo tanto, descender rápido, inclusive pedaleando, es una temeridad, pues en ese momento, cuando se ve el pozo no se sabe si es mejor desviar o agarrarlo, esquivar una piedra, etc. Bueno, en uno de esos descensos yo iba a toda velocidad y allá abajo, la rueda trasera de la bicicleta hizo un derrape mayor que otros de tal manera que más tarde, Paulo me dijo: "en aquel momento, ¡ya te vi cayendo!". Pero, por suerte, no caí.

De La Junta, salimos el día 26 para El Ventisquero Colgante. Ventisquero es una especie de glaciar, un bloque de hielo en la montaña, es diferente de la nieve, que es blanda y blanca. El ventisquero es de hielo azul, como en la Antártida, queda en el Parque Nacional Queulat y tiene un camping. Bien, resulta que costaba US$ 7,50, más la entrada al parque US$ 1,50. Caro para los padrones de la Carretera Austral, pero yo estaba exhausto y no había otra opción, además, ya estaba oscureciendo. Acampamos allí, un parque impresionante, y al otro día a la mañana (día 27) caminamos hasta cerca del ventisquero por un sendero de 6,5 km de ida y vuelta, lleno de altos y bajos, piedras, troncos, follaje, de todo. Vimos de cerca el hielo duro y azul de la montaña, pero cuando estábamos más cerca, gruesas nubes taparon la vista. Volvimos y preparamos todo para partir, lo que acabó siendo recién a las 14 h. Teníamos que llegar de día a Villa Amengual, unos 60 km de allí. Paulo fue adelante, rápido, y yo le dije que buscara un hospedaje y reservara una cama para mí. Seguí despacio, pues la ruta en aquel trecho era mucho peor, de nuevo con piedras, baches y barro, y la lluvia, para variar, continuaba.

En la ruta, muchas subidas, lo que dificultaba el pedaleo. Una de ellas era la mayor de todos los 700 km de la Carretera Austral: tenía 500 metros. A esa, la subí casi toda pedaleando.

Aún no había llegado a Villa Amengual, y ya cayó la noche. Continué pedaleando despacio, a veces caminando, pues la ruta en ciertos puntos se volvía imposible. Cuando estaba oscureciendo, vi la luz de la luna filtrándose entre las nubes, pero después desapareció. Anocheció finalmente, y puse por primera vez en todo el viaje la luz de la bicicleta.

Continuaba sin ver gran cosa, iba despacio, con miedo a los precipicios al lado de la ruta, con miedo a las piedras y a los baches, y la lluvia continuaba. Yo, todo cubierto con el piloto impermeable y con capucha. Allá, por las tantas, vino un auto, y yo le hice señas para que parara. Paró, era una pareja, les pregunté si sabían cuantos kilómetros faltaban para llegar a Villa Amengual. Es que, por lo que me marcaba el ciclo computador (aparato que marca: hora, kilómetros recorridos, velocidad, etc. y va sujetado al manubrio de la bici), ya debería haber llegado. El muchacho tampoco sabía, pero consultó en el mapa y llegó a la conclusión de que faltaba apenas un descenso más. Bien, continué y, realmente, poco después llegué al pequeño poblado. Descendiendo, todo parecía muy extraño: en medio de la lluvia, de la noche, la pequeña villa parecía estar apagándose o sin energía eléctrica, apenas con velas en el interior de algunas casas, pues la luz era mínima. Después me enteré que la luz del pueblo venía de un generador que estaba muy débil. En aquella oscuridad, miré hacia las pocas casas de aquel poblado perdido, y ninguna tenía pinta de hospedaje, tampoco vi ningún cartel de posada. Pero, de repente, del medio de la nada, pasan una señora y una nena, y se encuentran con aquel ciclista viniendo de no se sabe dónde, del medio de la noche, y les pregunté si había algún alojamiento en aquel lugar. Yo estaba prácticamente enfrente, no tenía cartel pero era allí mismo. Cuando golpee la puerta y abrieron, ya vi a Paulo allá adentro. Intentamos regatear el precio, pero ella me cobró US$ 10,00. Me bañé con agua caliente en un baño común, era de la pequeña casa donde vivía una familia, comí cualquier cosa en la habitación y fui a dormir.

Al otro día, salió el sol. Pusimos algunas cosas para secar, y yo salí antes que Paulo, pues el quedó limpiando la bicicleta. Ese día, nosotros íbamos a parar en Manihuales, a 60 km.

Llegué antes que Paulo. En el camino, conocí a una holandesa que estaba viajando sola ya hacía cinco meses, pasando por Bolivia y por Perú, después tomo un avión para el sur e iba rumbo al norte. Pasó por la famosa ruta 40 y también dijo que no es nada de otro mundo. Mucho viento, pero en direcciones variadas. Dijo que agarró mucho viento en contra, para mí que iba hacia el sur, sería a favor. Y a veces, no había viento, apenas el silencio de la vasta estepa árida y vacía.

Me olvidé de contar que, entre los muchos ciclistas que encontramos por el camino, nos topamos con una pareja de suizos que estaba pedaleando hace ¡dos años y medio! China, India, Tailandia, Australia y otros países. Venían ahora del sur e iban "solamente" ¡hasta Alaska! Pasaron también por la ruta 40 y me dieron buenas informaciones. Los vientos son constantes, pero cambian de dirección. Las haciendas en el camino pueden proveernos de agua y hasta de comida. Luego, la ruta no es tan hostil como creía y está buena, no como algunos trechos de la Carretera Austral, que simplemente me impiden pedalear.

Llegué a Manihuales y, dispuesto a ahorrar, decidí no parar en ningún hospedaje. Cuando estaba comprando algo en un supermercado, llegó Paulo, él fue para un hospedaje, y yo fui a acampar a la costa del río.

Ese día, el tiempo estaba bueno, finalmente. Hice una comida y compré un vino para festejar más de 2.500 km rodados en esa bicicleta maravillosa. Después, apareció Paulo donde yo estaba acampando, traía uvas y manzanas, que fue nuestro postre.

A la mañana siguiente, había una cerrazón que cubría todo y una fuerte humedad, pero el sol acabó saliendo más tarde.

Antes de salir, yo, que a veces estoy constipado, y en este viaje no tuve nada de eso, tuve unas ganas inaguantables de ir al baño. ¿Dónde? Sólo había monte cerca del río, y eso dentro del propio poblado. La solución estuvo atrás de unas matas...

Salí de Manihuales a las 11 h, enseguida había una subida y aquella ruta horrible llena de piedras. Después, tuve que parar, porque la mochila caía del portaequipaje para un lado, corría peligro de caerme al suelo porque desequilibraba la bicicleta. Tuve que reacomodar las cosas, atar todo de otra forma, en fin, ¡me llevó más de una hora resolver el problema! Después, continué pedaleando con el cansancio acumulado de cinco días de viaje sin descanso, y en aquella ruta pésima, iba muy despacio. Más tarde, se pinchó una rueda, ¡era sólo lo que me faltaba! En esos momentos, me pongo muy irritado, sólo se pinchan las ruedas cuando estoy muy cansado o al final del día. ¡Mierda! Paré y comencé a cambiar la cámara. La primera cámara de repuesto perdía aire, debía tener un agujero. Agarré la segunda cámara, también perdía aire cerca del pico. ¡Qué mala suerte! Sólo la tercera que traía no me dio ningún problema (sólo un loco inexperto de primer viaje lleva tres cámaras, pero, en este caso, eso sirvió para salvarme). Comencé, entonces, a inflar la rueda. El inflador no funcionaba. ¡Pero era nuevo! Empecé a revisarlo para ver si no tenía arena adentro, y cayeron algunas piezas. Mi experiencia es: nunca conseguí colocar de nuevo cualquier pieza de cualquier aparato... ¿y ahora? ¿Cuál era el orden de aquellas piecitas? Fui probando..., probando...hasta que conseguí inflar la rueda. ¡Ufa! Tiempo perdido, irritación y más cansancio todavía.

Allá voy de nuevo, sabiendo que no iba a llegar a ningún lado, a esa altura, y tendría que dormir a orillas del camino, ya que Coiahique estaba lejos, y antes en la ruta no había ningún pueblo.

Continué el viaje. Más tarde, dos ciclistas chilenos, bien jóvenes, que yo había conocido en Chaitén, aparecieron. Iban a pedalear un poco más e iban a buscar un lugar para acampar. ¡Bárbaro! Fuimos juntos, llegamos a una casita simpática, de madera, en la ruta, y los chilenos entraron, golpearon la puerta y le pidieron permiso a la dueña de casa para acampar en el terreno y usar el agua del tanque. La dueña les permitió. Acampamos y tuvimos agua caliente para cocinar (continuamos sin bañarnos, claro). Al otro día, antes de partir, la señora apareció con un balde lleno de manzanas y ciruelas rojas, recién cosechadas ¡para nosotros!

Seguimos viaje, y después de unos 3 km, llegamos a una parte de asfalto. ¡Finalmente, el fin de los pozos, del barro y de las piedras! De ahí, eran 50 km hasta Coiahique, con dos grandes subidas en el camino, y ¡se acabó la Carretera Austral para mí!, pues de ahí yo desviaría mi camino hacia Argentina.

Conocimos una pareja (un suizo y una alemana) que iban hasta Caracas, y un inglés que iba, tal vez hasta Chaitén, todos, claro, en bicicleta. Continuamos y llegamos a Coiahique a las 17 h. En el último trecho, yo sentía mi bicicleta tan pesada que paré a ver si el freno no estaba trabado, si estaba rozando la rueda o algo así. Nada de eso, era yo que estaba exhausto al límite, con los músculos de las piernas cansados, duros, sin elasticidad ni fuerza, en el séptimo día de viaje ininterrumpido por una ruta difícil y entre las montañas. Busqué un lugar que constaba en la guía de camping y me quedé allá. Los chilenos fueron para la casa de la familia. Llegué al camping, y ¿quién estaba allí? Paulo, el brasilero. Me bañé y salí para llamar por teléfono y comprar unas empanadas. No conseguí hablar con mi compañera, pero le dejé un recado. Hablé con mis padres, dándoles las últimas noticias. Después, volví al camping para comer, luego aparecieron los dos chilenos que habían viajado conmigo. Fueron a comer pizza, Paulo y yo fuimos juntos a tomar una cerveza. Después, cansadísimo, fui a dormir y puse una música en el grabador. Pero tuve insomnio, no conseguía conciliar el sueño.

Qué extraño... De madrugada, la gente de Argentina que estaba acampando a mi lado resolvió irse, ¡que hora para partir...!

Bueno, dormí y me desperté alrededor de las 9 h, no estoy muy seguro, porque el ciclo computador se descompuso en el camino... ¿Sólo eso? ¡No! La cámara fotográfica también se rompió...

2 de marzo de 1996.

Hoy, fui a llevar la máquina fotográfica para arreglar, compré una cámara nueva (para la rueda) y ¡arreglé el ciclo computador! Fue un arreglo maestro, ¡cambié las pilas...! Conseguí hablar con mi compañera, felizmente, y compré comida para algún tiempo más.

Esta vez, hice un almuerzo más decente: pollo a la crema de leche con arvejas, choclo, papas y zanahorias, arroz y, claro, una cerveza Austral. Hoy y mañana, descanso, lavo ropa, limpio la bicicleta de tanto barro y tierra acumulados, lubrico todo nuevamente, etc. Debo seguir viaje el miércoles en dirección a la frontera con Argentina.

Al final de la semana que viene, debo comenzar la maldita Ruta 40, que tiene 660 km de tierra y solamente dos pueblitos...

Después de recorrer casi toda la Carretera Austral, algunos comentarios. Los paisajes de esa ruta de 700 km son verdaderamente impresionantes: ríos, arroyos, cascadas, lagos, montañas con nieve, vegetación exuberante con muchos tipos de árbol desconocidos para mí. Cada kilómetro es una sorpresa, cada curva es un susto delante de tamaña belleza. En bicicleta, podemos tener una visión excelente de todo, es mucho mejor que ir en auto, se aprecia mucho más el paisaje y se sienten: la temperatura, el viento y los olores...La Carretera Austral es, ciertamente, uno de los lugares más impresionantes que vi en mi vida, tal vez el más bonito. A pesar de haber tenido lluvia siete de los once días de viaje por allí...

6 de marzo de 1996.

Hice todo lo que tenía que hacer en Coiahique, pero acabé no descansando tanto como quería. Ayer, martes, salí en dirección a Vista Hermosa, que no es una ciudad, es apenas un lugar que tiene una reserva forestal y lugares para acampar.

Partí de Coiahique con el ánimo un poco bajo. Final de vacaciones (los alumnos ya andan por las calles con su uniforme escolar absurdo, traje azul marino y corbata), me da la impresión de que todo el mundo que estaba viajando ya volvió para casa, los lugares ahora están vacíos, quien fue al extremo sur ya volvió, el frío avanza, y en Ushuaia ya no debe haber paseos a la Antártida. ¡Y yo yendo para el fin del mundo! Pablo ya partió también, quería ir hasta Punta Arenas, pero en barco o en avión, no quería seguir por la Ruta 40, además de eso, creo que no tenía mucho tiempo. Entonces, salí con una sensación de tristeza (creo que también soñé con algo feo), tenía la impresión de que no iba a encontrar más ciclistas por delante, y estaba con pocas fuerzas para pedalear.

La proximidad de la Ruta 40 me da miedo, no sé cómo voy a cruzarla, con apenas dos pueblos en 660 km tengo que llevar mucha agua para beber y cocinar. Bañarme, claro, ni pensar. Pero 1 litro de agua equivale a un kg más para cargar.

Siento la falta de mi compañera, de mi casa, de tomar una cerveza con los amigos, dormir en una cama, pasear por la ciudad... En otras palabras: la soledad se instaló en mí después de 2.500 km pedaleando. Pero, en fin, había que continuar, y pedaleé 70 km más hasta llegar a una región que era buena para acampar.

Un estadounidense en bicicleta que conocí en Coiahique me dijo: en lo alto de una subida grande que hay en el camino, se puede acampar. Ahora, al otro día fui a mirar mejor la guía y descubrí que la subida tenía ¡1.210 metros!

Bien, la mitad del camino fue asfaltado, y el resto, para variar, ruta de tierra con piedras... En el asfalto, había un viento que me puso en alerta para lo que vendría en la Ruta 40, muy fuerte, a veces descolocaba la bicicleta, menos mal que estaba a favor.

Decidí parar en algún lugar antes de la subida, pues ya estaba cansado, y al otro día continuaría hasta Puerto Ibáñez.

Cuando estaba en el tema de decidir dónde acampar (es difícil parar para acampar solito, cuando uno ya se siente...muy solo), aparecieron en la ruta tres ciclistas, un matrimonio de ingleses y un suizo. Qué bien que me sentí, ¡inmediatamente! Paramos para conversar (como siempre sucedía en la ruta), y ellos dijeron que seguirían sólo un poco más y buscarían un lugar para pasar la noche. Entonces, yo les dije que unos tres kilómetros antes, había visto un lugar que me pareció óptimo. Fuimos para allá. Era un pequeño pastizal junto al río donde montamos las carpas, cocinamos (ellos, una carne asada con carbón, y yo, mi pasta en la ollita, en el calentador), conversamos mucho, reímos, intercambiamos informaciones útiles sobre las rutas, los alojamientos, etc., hasta que salió la luna. Alrededor del fuego, junto al río, dos ingleses, un suizo y un brasilero viajando en bicicleta en el sur del planeta conversaban sobre cualquier pavada y estaban felices. Lejos del fuego, el frío era intenso. Fuimos a dormir, y durante la noche, me desperté varias veces con frío. A la mañana, una llovizna bien finita.

Tomamos el desayuno todos juntos y cerca de las 10 h no despedimos, sacamos fotos, intercambiamos direcciones y partimos.

El suizo y el inglés piensan ir hasta São Paulo, entonces les di mi dirección en Florianópolis, ciudad de la cual Christoff (el suizo) ya había oído hablar. Los ingleses, David y Judith, vinieron desde El Calafate por la Ruta 40, pero, después de cinco días enfrentando el viento, desistieron e hicieron dedo, viajaron en una camioneta. ¿Quién estuvo en ese vehículo...? La holandesa que me había dicho que hizo toda la Ruta 40 pedaleando... Quedé con más miedo del que ya tenía. El modo es intentar recorrerla despacito, cuando fuera imposible, parar, y en caso extremo, hacer dedo (pero, ¿quién va a pasar por esa ruta fantasma?). Mi esposa vivía diciéndome: "Ré, no vayas por esa ruta, hacé dedo y así volvés antes".

Al principio, yo pensaba que podría hacer todo el viaje en bicicleta, pero con los comentarios que escuché, no voy a hesitar en hacer dedo si el viento estuviera tenebroso. Además de todo, el viento en contra, para quien anda en bicicleta, ¡da unos nervios!

Bien, hoy anduve unos 50 km más y llegué a Puerto Ibáñez. En el camino, me pasó la familia que acampó en el mismo lugar que yo en Coiahique y pararon para conversar un poco.

De aquí, sale un barco que atraviesa el Lago General Carrera hasta la ciudad de Chile Chico, el último pueblito chileno, después entro a Argentina de nuevo. Los carabineros (policías) me dijeron que hoy hay un barco a las 19 horas, pero algunas personas del lugar me dijeron que hay un único barco a las 9 h, y ese de las 19 h, solamente si fuera un chárter.

Bien, tengo que esperar. Si no hubiera un barco hoy, duermo aquí (en un hospedaje con la bolsa de dormir, cobran US$ 2,50 pero la ducha es de agua fría...)

7 de marzo de 1996.

Encontré a la familia chilena de nuevo a la hora de tomar el barco. Fuimos juntos, tomamos mate y conversamos. Quedamos en acampar juntos, pero nos desencontramos, porque no encontré los campings (ya estaba oscuro, y yo no vi ningún cartel indicador).

Fui un poco hasta una calle de tierra y sin iluminación, volví y acabé encontrando a los chilenos, que resolvieron acampar a la costa del lago. Fui hasta un hospedaje que un muchacho me ofreció, para poner la bolsa de dormir en una habitación chiquita que sólo tenía una silla, cobraba US$ 2,50, ¡con ducha caliente! ¡Maravilla! Hice una pasta (como siempre) en la cocina de él y escuché un poco del partido entre Argentina y Brasil, selección juvenil, tomando la excelente cerveza Austral. Después, me fui a dormir.

Ayer, decidí que no iba a recorrer la Ruta 40. Cuando uno planea un viaje, no consigue pensar en todo, porque tenemos un defecto: somos muy optimistas en vísperas del viaje... En el fondo, creemos que todo va a salir perfecto. Al inicio de mis planes, yo estaba un poco preocupado con las largas distancias sin ningún pueblo, nada. Tendría que dormir en la ruta, llevar más agua (que es lo principal en un viaje en bicicleta, lo que jamás puede faltar), comida, etc. En verdad, dormir en medio del camino no es ningún problema, ahora el peso de cargar el agua, sí.

Sucede que, después de haber viajado 2.700 km en bicicleta y conversado con tantos ciclistas, fui percibiendo que la Ruta 40 era un problema mucho mayor del que yo había imaginado hace meses. Con vientos fortísimos, se juntan varios problemas. El primero es la condición física, tener que pedalear unos 70 km por día con viento en contra y muy fuertes, puede ser casi imposible, si el viento fuera de costado desequilibra la bicicleta, y es muy fácil ser tirado al suelo. Si un viento de esos, como escuché hablar, durara unos diez días, y pedaleando 10 horas por día, conseguiría hacer lo máximo 40 km, el viaje se torna totalmente inviable. Además de eso, la ruta también es toda de ripio, o sea, piedras. Pero hay más, es imposible montar una carpa, solito, con un viento de 80 o 90 km/hora. El matrimonio de ciclistas ingleses, de tanto viento que había, durmió hasta debajo de un pequeño puente (no sé para qué el puente, si no pasa agua debajo...).

Demoré mucho para tomar esa decisión. Mi miedo mayor no era tener que atravesar esa ruta difícil. Mi miedo era tener que desistir de la idea de hacer mi viaje solamente en bicicleta. Era como un desafío, un compromiso que asumí conmigo mismo, y tener que desistir de él, hacer dedo, tomar ómnibus, sería triste. Todo eso tornó muy difícil mi decisión, pero, al final fue lo más sensato.

Si aún tuviera alguna duda, habría decidido con lo siguiente, que sería la gota de agua que colma el vaso en esta historia. Fui de Chile Chico (Chile) a Perito Moreno (Argentina), con viento a favor, lo que fue óptimo, y la ruta era asfaltada. Había momentos en que pedaleaba a 35 km/hora. Pero, cuando paraba, sentía la fuerza del viento. ¡Era difícil caminar en contra viento! ¿Cómo ir ahora de Perito Moreno a El Calafate (660 km), si ya había desistido de ir en bicicleta? Fui a un puesto de informaciones turísticas a preguntar por los transportes, y la señora que me atendió me dijo que había un avión a El Calafate, que salía una vez por semana, y había salido el día anterior...

Bien, yo dije, "entonces, ¿cuáles son los horarios de los ómnibus?". Ella me respondió: "no hay ómnibus"...

Pero, esa señora, tan atenta y servicial me dijo que yo podría tomar un ómnibus hasta la costa atlántica, a Caleta Olivia, y de allá tomar otro hasta El Calafate. Atravesaría la Patagonia en sentido oeste-este, hasta el mar, y luego iría para el sur, para después cruzar de nuevo en sentido este-oeste hasta El Calafate, base para visitar el glaciar Perito Moreno. Bueno, ya no tenía elección, y al final, ahorraría unos diez días de viaje en bicicleta, llegaría a Ushuaia antes (igualmente, ya seria otoño, mucho más frío) y volvería a casa más temprano.

8 de marzo de 1996.

Hoy a la mañana, voy a descansar, y a las 16 h tomo el ómnibus para Caleta Olivia, en el litoral atlántico. De allá, otro me llevará, a las 22 h, hasta El Calafate, cerca del famoso glaciar Perito Moreno.

A veces, me acuerdo de cosas que olvidé de escribir antes, durante el viaje, por ejemplo, muchos ciclistas andan con alforjas (bolsas que van colgadas en el portaequipaje) impermeables. Son alforjas alemanas, parece que la marca es Otliber. Tengo que ver si consigo comprar una.

El suizo y el matrimonio de ingleses que acamparon conmigo me dijeron que encontraron un japonés viajando en bicicleta. Sucede que, hace seis años, ese suizo pedaleaba por el desierto del Sahara, cuando vio un japonés también viajando en bicicleta. Conversando con este que viajaba por Chile, el suizo le contó la historia, y el japonés, entonces le dijo: "Sí, hace seis años, era yo quien estaba viajando por el Sahara"... De la misma forma, oí de diversos ciclistas que viajaban por la Carretera Austral las historias de un japonés que viajaba por la Ruta 40 a la noche, otro que no hacía más de 40 km por día por causa del viento, etc.

Hay muchos europeos en la ruta, pero casi todos de estos países: Alemania, Inglaterra, Suiza, Holanda. Alguien vio un austríaco. Los de lengua latina, no vi: portugueses, franceses, italianos... Ninguno. Solamente un español. Ni griegos, ni noruegos... Interesante esa concentración de gente viajando en bicicleta, de apenas cuatro países. Y de América, un estadounidense y un brasilero, además, claro, de cuatro chilenos y algunos pocos argentinos, pero esos no en la Carretera Austral. Otros latinoamericanos no son vistos, con certeza eso tiene que ver, además de falta de tradición de viajar en bicicleta, con una cuestión financiera.

Otro comentario: ¡que bueno volver a Argentina! De nuevo, sonrisas amigables, atención amable, miradas vivaces, sabelotodo, buen humor, mucha solidaridad. Antes de comenzar a viajar, pensé: "y, voy a tener que aguantar la soberbia de los argentinos, pero los chilenos deben ser simpáticos". ¡Qué error! Los chilenos del sur son antipáticos, cerrados, a veces francamente hostiles, como la señora de un hospedaje que, cuando pregunté, delante de un desayuno pobre, escaso, si ella no servía leche (a propósito, ni tomo leche), ella respondió secamente: "No!". Yo saludaba a algunos chilenos en la calle, en la ruta, y ellos ni respondían. Pero los argentinos, para mi sorpresa y para derrumbar mi perjuicio, me llenaron de amabilidades, informaciones, favores, sonrisas. Realmente, una sorpresa que me conmovió durante todo el viaje, cosa que jamás voy a poder olvidar.

En Perito Moreno, quedé en un camping que tenía unos tráilers y algunas cabañas. Me instalé en un aposento de un tráiler por US$ 7,00, con dos camas, silla, lugar para guardar cosas y derecho al baño del camping, con agua caliente y todo, ¡había hasta estufa!

Hoy, un camionero que paró cerca vino a pedirme fósforos y sal para hacer un asado. Acabó invitándome a comer (ah, los argentinos...), y ¡allá fui yo! Charla y comida con cuatro camioneros más, viajando como yo por el fin del mundo, y ¡dale carne con pan!

Un comentario más: en la ciudad de Perito Moreno (no confundir con el Glaciar que queda cerca de El Calafate, más al sur), hace frío, no sé exactamente cuál es la temperatura (perdí mi llavero/termómetro), pero la mínima debe de estar en 7 u 8 °C, y con el viento es peor. Pero al sur de El Calafate, cuando vuelva a pedalear, debe estar haciendo más frío aún en este final de verano. La temperatura mínima en el sur estaba oscilando entre 2 y 7 °C.

Llegué a Caleta Olivia a las 20:30 h y compré un pasaje para Río Gallegos. Voy mucho más al sur de lo que yo esperaba. Río Gallegos ya está cerca de Ushuaia, pero de ahí voy a tomar un ómnibus para el interior de nuevo, rumbo a El Calafate, parada obligatoria para ver el extraordinario glaciar.

De Perito Moreno hasta Caleta Olivia, cruzando la Patagonia en sentido oeste-este, es todo árido, no hay un sólo árbol, apenas un tipo de gramínea ocre, como seca, y un terreno poco ondulado, lo que hace que la región sea más fría y sujeta a vientos fuertes, que vienen predominantemente del oeste, descendiendo de la Cordillera de los Andes.

Prácticamente, toda la Patagonia es así, desde el pie de la cordillera hasta el océano, es todo inhóspito, aislado, árido y frío. ¡Una belleza! Pasé por lugares en donde se extrae petróleo y dos o tres poblados minúsculos en medio de la nada.

Bien, ahora el mozo del restaurante donde estoy me explica: el gas es extraído de una camada más próxima, y el petróleo, de una camada más profunda.

Salgo hoy (en verdad, ya mañana) a las 1:15 h para Río Gallegos y llego de mañana, a las 10 h. Allá tomo otro ómnibus a las 13:30 h para El Calafate, voy a visitar el Glaciar, un enorme bloque de hielo que tiene 70 metros de altura y cerca de 200 km². De allá, voy a seguir en bicicleta hacia el sur, vuelvo a Chile y entro en Tierra del Fuego, de nuevo para Argentina hasta Ushuaia.

Ahora, voy a comer una buena carne argentina y tomar un buen vino tinto barato, así voy a ver si tomo el sueño en ese viaje, porque, normalmente, no consigo dormir en el ómnibus.

9 de marzo de 1996.

El ómnibus salió de Caleta Olivia recién a las 2 h de la madrugada y llegó a Río Gallegos a las 11:30 h. El paisaje de la Patagonia es realmente árido, desde la provincia de La Pampa (que viene a continuación de la de Buenos Aires), no se ve un árbol, a no ser los plantados por los moradores de la región, algunos, inclusive, son delgados y altos, que los hacendados plantan en fila para proteger la propiedad de los vientos, pero el paisaje con su vegetación rastrera de color paja seca no deja de tener su encanto.

A las 13 horas, tomé el ómnibus para El Calafate y llegué allá a las 17:30 h, una mujer en la terminal me dio un papelito, era la propaganda de un camping, que era el mismo en el que yo estaba pensando parar, por las informaciones de la guía, con ducha caliente y cocina para hacer la comida, cobraban US$ 3,00, baratísimo para los padrones argentinos, más aun, aquí en el extremo sur, donde cualquier producto, para llegar, tiene que viajar mucho.

En el camino para acá, vi a una mujer viajando en bicicleta, aquí en el camping, hay un ciclista suizo y ¡tres japoneses! Conversé un poco con los japoneses (lo que fue muy gracioso, ellos repetían todo lo que yo decía, como para entender mejor), también van para Ushuaia, vinieron de Japón para los Estados Unidos y de allá para Santiago de Chile en avión, después para el sur de ese bello país, ya hace algún tiempo pedaleando.

10 de marzo de 1996.

Ayer, también conversé con un matrimonio ¡de Nueva Zelanda! Ese país, por las fotos que vi, es uno de los lugares más bellos del mundo, y ellos, no contentos con tanta belleza acumulada en poco espacio, viajan para el otro lado del mundo en búsqueda de más belleza, como el sur de Chile. ¡Es increíble!

Anoche, salió una luna bellísima, y hoy es un día bonito de sol.

Mañana, voy en ómnibus hasta el glaciar, pues hoy el transporte estaba completo, después volveré un poco por la ruta, pero en bicicleta, para tomar un trecho de la Ruta 40 (ahí esta ella de nuevo...) con destino al imponente Parque Nacional Torres del Paine, del lado chileno. Todos esos paisajes que voy a ver ahora, dicen que son impresionantes, tal vez más de los que ya vi en el viaje hasta ahora. Después, como si no bastase tanta sorpresa y encanto con la naturaleza del sur del continente, voy para Tierra del fuego.

Comentarios: estoy en El Calafate, un poco más al sur del paralelo 50, a 3.064 km de Buenos Aires y a cerca de 4.500 de casa. A pesar de estar en extremo sur del planeta, hoy hace un calorcito, ahora, a las 14 horas, el sol está alto, tengo una remera fina de mangas largas y short. Claro que a la noche va a hacer frío, no se cuál será la temperatura mínima, pero debe estar entre 7 y 8 °C, de cualquier modo, continuo durmiendo de calzoncillo y remera en la bolsa de dormir, sin problemas.

En ciertas ocasiones, tengo un poco de desánimo para continuar, pero felizmente sucedió en poquísimas ocasiones en el viaje, antes de comenzar, pensé que estos desánimos serian mucho más frecuentes, aunque normales, inclusive, forman parte del entrenamiento para un viaje de larga distancia como este, hacer pequeños viajes de algunos días, con carpa, calentador, mochila, bolsa de dormir, para verificar no sólo la preparación física, sino la disposición psicológica para enfrentar todo tipo de situaciones en la ruta y la soledad. No obstante, estuve muy bien durante todo el recorrido, pero no sé por qué, anduve un poco desanimado los últimos días, tal vez por la impresión de que, realmente, estoy yendo para el fin del mundo y encuentro cada vez menos personas en el camino. Pero, en verdad, no es así, pues voy a llegar a lugares muy poblados, ciudades como Punta Arenas, e igualmente Ushuaia, y aquí en el camping vi que, conforme preveía, la gente aun no acabó las vacaciones (claro, son del hemisferio norte, las vacaciones escolares son en julio y agosto, ahora, en verano del hemisferio sur, creo que la mayoría de esos viajeros, como los ciclistas, sacaron una licencia, renunciaron a su trabajo, tienen seguro de desempleo, o simplemente están gastando el dinero que juntaron durante algunos meses y que es suficiente para esos lugares baratos (para ellos) de América del Sur. Hay hasta argentinos en el camping, sin embargo, el hecho de estar más cerca de Ushuaia me da una sensación ambigua: por un lado, la certeza de que, finalmente, después de planear este viaje por un año y medio y pensar en ello durante muchos días y muchas noches, prepararme durante meses con la bicicleta, investigar todo respecto de lugares (yo aún no tenía la menor idea de lo que era internet, ni recuerdo si ya existía eso acá), voy a llegar a Ushuaia pedaleando dentro de algunos días, y conocer uno de los lugares más bonitos del mundo, que el capitán del barco Calypso, de Jacques Costeau, escogió para vivir.

Por otro lado, esa proximidad de llegada (faltan más o menos 15 días) me dan ganas, también, de volver a casa. Y, por último, a veces pienso: ¡Dios mío! Ya anduve más de 2.800 km en bicicleta y todavía me faltan más de 1.000 km, y pasé por lugares ¡tan increíbles!", y eso vuelve a darme ánimo.

Realmente, las regiones que vi son tan sorprendentes, que creo que jamás voy a volver a ver algo semejante en otro lugar.

Recuerdo en detalle el primer día de viaje, saliendo de Buenos aires a las 6:30 h de una mañana de sol, con la bicicleta pesadísima para mi cuerpo aún desacostumbrado, pero rodando firme en el asfalto. Y los primeros amigos (los primeros argentinos solícitos, simpáticos, amables, serviciales, solidarios); ya el primer día. Yo les decía: "Voy hasta Ushuaia, hoy es mi primer día, sólo faltan tres meses..."

Hoy, los japoneses salieron con sus bicicletas rumbo al sur, como yo voy a partir pasado mañana, ellos llevan dos días de ventaja, pero es posible que nos encontremos en Ushuaia, pues ellos van a quedarse allá algunos días.

Creo que el desánimo que tengo (felizmente, esos momentos fueron raros) a veces confirma una cosa: ningún inconveniente, ningún problema, ningún esfuerzo influye más de que el estar solo. Si estoy con otro ciclista, seguir más de 15 km, para acampar en un lugar mejor, es fácil, pero, si estoy solo, cansado y un poco desanimado, 5 km ya me dejan exhausto. Fue lo que siempre pensé: el lado psicológico es el más vulnerable. Pero, acá, entre nosotros, el lado físico es fundamental, y yo no tenía certeza de que estaría preparado, al final, nunca fui atleta. De cualquier forma, fue mejor de lo que esperaba, desde el primer día, cuando planeé pedalear 70 km hice ¡100!

Este viaje también me dio la experiencia necesaria para planear el próximo (que ocurrió en el año 2000, cuando viajé desde Caxias do Sul (RS) hasta Florianópolis por las Sierras Gauchas y el Planalto Catarinense, un total aproximado de 1.000 km!), elegir equipamientos más adecuados, etc. En términos generales, el equipamiento que yo traje sirvió, no me acarreó problemas mayores, pero necesito ir detrás de cosas mejores, más prácticas, en fin, todo lo que aliviane el peso del equipaje y vuelva el viaje más cómodo y funcional. También ahora sé lo que preciso, qué herramientas, por ejemplo, dejé en casa un pequeño alicate, porque no vi ninguna utilidad para la bicicleta, y, además seria un peso extra. Bien, de hecho no precisé alicate para la bicicleta, pero si ¡para arreglar el cierre de la carpa!

Cuando yo leía los relatos de viaje de Amyr Klink, comentaba con amigos: "¿Amyr Klink no tiene miedo?, ¿no se siente solo?, ¿no tiene desánimo?", porque él sólo cuenta el viaje, pero no lo que sucedió con él.

Bien, ahora estoy en este viaje y tal vez entienda mejor a Amyr. Uno está con el pensamiento 100 % puesto en el día siguiente, la próxima etapa, nunca se sabe dónde se va a dormir, estoy con el cuerpo y el pensamiento concentrados en el recorrido. Por otro lado, no tuve miedo ni desánimo grande, ni ganas de desistir en ningún momento, por el contrario. Y un viaje en bicicleta por paisajes como estos inundan a uno con tanta fascinación, que eso sí es una vida plena, mucho más que la cotidianeidad de la ciudad, en realidad, ¡ni se puede comparar! Entonces, claro, hay cosas que quedan en un segundo plano, pero también por el hecho de que estamos en ese trayecto provisoriamente. Otra cosa sería vivir en la Patagonia. Bien, en ese caso, una mujer para mí sería imprescindible...

12 de marzo de 1996.

En el camping de El Calafate, conocí a un matrimonio de Nueva Zelanda, tres ciclistas de Suecia, además de tres japoneses, del canadiense que adora a Egberto Gismonti, dos argentinos (que me pagaron una cerveza) y un alemán.

Ayer ,fui hasta el glaciar Perito Moreno, que sólo había visto en fotos. ¡Es increíble que aquello exista! Después de la Ruta de los Siete Lagos en Argentina, y de la Carretera Austral en Chile, este glaciar casi supera todo lo que ya vi de impactante en este viaje.

Hace millones de años, la tierra vivió un periodo glacial (todo hielo). Bien, el Glaciar Perito Moreno es uno de los resquicios de esa era, allí enfrente de mí. Es una cadena de hielo azulado que tiene cerca de 200 km² y una altura de 70 metros, ¡un edificio! Tuve suerte, porque el día estaba limpio, con sol, y allá, en el glaciar y en la cordillera, casi siempre hay muchas nubes, llovizna y viento. Uno no se cansa de mirar aquellos enormes paredones de hielo, y escucha, constantemente pequeños estruendos, cuando un pedazo de algún bloque azul se desbarranca en las aguas del Lago Argentino. ¡Fascinante! Y encima de eso, el hielo, celeste y blanco, es bellísimo, de un azul que parece venir de la presión del aire dentro del glaciar... Fue el paisaje más impresionante que vi.

También hay otros glaciares en la región, en Argentina y en Chile, pero sale caro visitarlos, no tengo suficiente dinero. Pero, con certeza, vale la pena conocerlos, ¡para quien pueda....!

Hoy, salí a las 10:40 h de El Calafate rumbo al famoso Parque Torres del Paine, en el extremo sur de Chile. Suerte, un viento a favor me ayudó todo el tiempo en el asfalto y, por el mapa, serian más de 90 km hasta una bifurcación, un poblado llamado Cerrito. Por lo que indicaba el mapa, tenía un hotel (¡lugar donde hay agua!).

Bien, con el viento a favor fue fácil hacer cerca de 95 km, a pesar de la subida de 8 km casi llegando a la bifurcación. En esa parte de la Patagonia, extensos campos ondulados dejan ver, a veces, una liebre corriendo o un guanaco a lo lejos. En el cielo, no es raro ver el vuelo de un cóndor. Pues bien, llegué a la tal bifurcación, donde "habría" un lugar llamado Cerrito y... ¡Nada! Mirando en derredor, no había absolutamente nada, ¡ni un rancho! Otra falla de los mapas argentinos. De allí, salía una ruta de tierra hacia Cancha Carrera, ciudad fronteriza con Chile; y de allá, voy a visitar el Parque Torres del Paine. Bien en el cruce, había un cartel indicando: "Río Pelque 20 km". Pensé: "espero que, por lo menos haya un río de verdad, no sólo el nombre, pues ¡preciso agua!"

Eran más de 20 km de pedalear, ¡allá fui yo! Como aun era temprano (16 h), hice ese trecho que estaba en la famosa Ruta 40, en uno de los lugares, seguramente, más inhóspitos del planeta. Felizmente, en el camino encontré una casa que pertenecía a la gendarmería argentina, donde vivía un muchacho sólo. Pedí para acampar por allí, y conversamos. Entonces, él apunto en dirección a un ómnibus abandonado, sin los asientos, vacío, en el terreno y dijo que tres ciclistas ya estaban hospedados en él, y que yo podría dormir allí también. Fui hasta el ómnibus, y los tres ciclistas eran los suecos que había conocido en El Calafate.

Bueno, hotel gratis, protección contra el viento y la lluvia, y ni precisaba armar la carpa. Cuando llegué al ómnibus, golpeé la puerta, cuando los suecos me vieron y me reconocieron, yo dije: "Disculpen, pero yo también tengo reserva en este hotel", y ¡ellos rieron un montón! Conversamos, comí alguna cosa con el día aun claro, cocinaría algo, más tarde.

El paisaje patagónico siempre sorprende. La estepa, a veces es verde, a veces amarilla, ocre, marrón, otras es gris.

Ayer, yendo para el glaciar, vi tres liebres corriendo. Después, el ómnibus paró para que viéramos un grupo de guanacos, pero estaban muy lejos. Hoy, vi otra liebre que corría tanto que no tuve la menor chance de fotografiarla. Liebres: ¡comida de pumas! Después, vi guanacos más de cerca y pude fotografiarlos. Son lindos, curiosos y dóciles (aunque me habían dicho que ellos, a veces, escupen a la personas...). También hay pajaritos de color gris y blanco.

La Patagonia es eso: quien la ve rápidamente imagina un desierto monótono y dice: "en la Patagonia no hay nada". Pero, en verdad, esa inmensa región es un ecosistema con una enorme variedad de especies animales y vegetales, amenazado, desgraciadamente, por las estancias, por los cazadores, etc.

Ah! También vi choiques (el ñandú, nombre indígena). Solamente no vi al puma, que es un felino muy arisco y acostumbra cazar de noche. Por eso, un día, conversando con unas personas en La Pampa sobre los rumores de que un ciclista viajaba de noche para evitar el viento, ellos comentaron: "de noche, ¡cuidado con los leones!". Sí, porque el puma, onza parda, también llamado león americano o león bayo (ya que el otro, de melena, es natural de África).

Mañana, por el mapa, hay una estancia turística a 56 km de aquí, y creo que voy a parar para acampar allá y pedir agua. Pues en la ruta de tierra y con vientos (ahora son a favor) no puedo hacer de nuevo 100 km.

Así, el viernes debo llegar al parque, el alemán que conocí ayer y el canadiense deberán estar allá, y un ciclista neozelandés también.

13 de marzo de 1996.

Anoche, cuando fui a cocinar, vi que el calentador estaba con problemas. Debe ser porque, unos días atrás, llegué a una estación de servicio y pedí: "gasolina", palabra que existe en español, pero me olvidé de repente que en Argentina dicen "nafta", entonces pensaron que yo quería gasoil, o sea diesel, eso puede haber obstruido algún conducto en el calentador. Por lo tanto, no pude comer nada caliente, apenas pan con atún en lata. De madrugada, me desperté muchas veces con frío, la bolsa de dormir no fue suficiente para calentarme (había ido a dormir con el cuerpo frío). De mañana, conversando con los suecos, me dijeron que también tuvieron dificultad para dormir. Uno de ellos tenía un termómetro, dentro del ómnibus, a las 8 de una mañana de sol, hacía ¡3°C!

Hoy, salí de Río Pelque (que no es un pueblo, tiene apenas la casa de la policía) a las 9:40 h en dirección a la Estancia Tapi Aike, después, por las informaciones que yo tenía, había otra estancia también turística, Pupai Pachi, a unos 86 km de Río Pelque, pensé en ir hasta Tapi Aike y, dependiendo del viento y de mis piernas, seguiría hasta Pupai Pachi.

Los suecos saldrían un poco antes que yo, era el cumpleaños de uno de ellos y llevaban ¡una botella de whisky en la bicicleta!

Comencé a pedalear, enseguida comenzó el viento en contra. Ah! La Ruta 40... Los vientos predominantes en la Patagonia son del oeste, en este caso, yo estaba yendo en sentido nordeste-sudoeste (en diagonal), y el viento era a veces de frente y a veces un poco de costado, cualquier cambio de sentido o intensidad, obviamente, es rápidamente sentido para quien está en una bicicleta.

Bien, llegó un momento en que el viento se puso realmente fuerte, casi no conseguía pedalear, tuve que caminar varios trechos de 50 o 100 metros, llevando la bicicleta a la par, el frío era intenso, yo estaba con toda la ropa de invierno que traía (bañarse..., lógicamente, era cosa del pasado), en cierto momento, hasta caminar era difícil intentando empujar unos 40 quilos o más de peso.

Yo ya había percibido que de noche, realmente, el viento para, pero de mañana, bien temprano comienza de nuevo y se va tornando más fuerte durante la tarde. Pensé: "caminando a 3 ó 4 km por hora, me va a llevar unas 4 horas para llegar, o sea, allá por las 18 h o más, si paro para descansar". Hice el intento de pedalear un poco más, pero el viento, en ese preciso instante ¡aumentó! Ya debe haber estado a unos 50 ó 60 km por hora, en ese momento pensé: "hoy tendré que hacer dedo, pero... ¿a quién? Si durante todo el día pasaron 3 ó 4 autos y dos ómnibus, y para que alguien te lleve con la bicicleta, tiene que ser una camioneta...y ¡con la caja de atrás vacía!". En ese momento veo que viene una camioneta y ¡con la caja vacía! Redujeron la velocidad y tocaron bocina, les hice dedo, y ellos pararon. Les pregunté: "¿cómo se hace para desconectar el viento?" y el chofer respondió: "Ah, tengo que hablar con el encargado...". Eran tres hombres en el vehículo, uno de ellos me ayudó a subir la bicicleta atrás (sólo, no lo hubiera conseguido), y salimos, más adelante me dejaron, a unos 15 km de la estancia Tapi Aike, en frente a un pequeño hotel al costado de la ruta de tierra. Mirando alrededor, no había nada: ni casas, ni estación de servicio, ni un quiosco... ¡Nada! Solamente el hotelito, que más se parecía a algo de una película que ocurre en un desierto cualquiera, sólo que, en este caso, un desierto donde hace mucho frío.

En el hotel, había un señor que conversó conmigo y conocía Brasil, y una señora con su hijo, que cuidaban el negocio. Yo, muy caradura, hablando con la señora (dueña o gerente de un hotel), le pedí para dormir allí en algún lugar cubierto, donde pudiese poner la bolsa de dormir, un lugar, obviamente, gratuito... Me indicaron una piecita anexa, vacía, parecía un pequeño garaje, sucia y con una ventanita encima sin vidrio, dejando entrar el aire frío. Gratis... ¿Qué pretendía yo? Me instalé allí, sin necesidad de la carpa, de nuevo. ¡Qué cosa! El viento parecía que no iba a parar nunca más, las cosas temblaban, hacían ruido, menos mal que de Puerto Natales, en Chile, a unos 80 km de aquí, hasta Tierra del Fuego, la ruta va en una diagonal en sentido noroeste-sudeste, entonces el viento debe ser a favor, ojalá!

Hoy, sentí molestias en la rodilla derecha, es la segunda vez en el viaje. Tengo un quiste en esa rodilla, no puedo hacer ningún deporte que acarree peso en las articulaciones o saltos muy fuertes, como fútbol o vóley, y para pedalear tengo que estar siempre bien precalentado, principalmente con todo ese equipaje que llevo, pero con el frío es peor, creo que no hice un precalentamiento suficiente por la mañana (como hago todos los días, además de elongaciones). Por todo eso, el dedo vino oportunamente.

14 de marzo de 1996.

Anoche, fui a preguntar en el hotel si servían té o alguna cosa caliente, ya que yo estaba con el calentador descompuesto y quería ingerir algo caliente a la noche, para no pasar frío otra vez durante la madrugada. La señora dijo que sí, pero que volviera más tarde, pues estaba haciendo la limpieza. Era ruda, mal llevada, extraña, y peleaba con el muchacho, debía ser su hijo. Cerró la puerta de entrada del hotel, y volví para mi pieza fría, vacía y sucia.

Volví más tarde, golpeé la puerta, él abrió y me hizo pasar, el interior de la casa estaba calentado por una chimenea, me llamaron para la cocina y entré. Inmediatamente, quedé fascinado. Era una enorme cocina de hotel, con hornallas industriales, calefacción, ollas enormes, una amplia mesa de madera... Yo, que adoro cocinar, de repente me veo en un lugar maravilloso como aquel, con aspecto de estancia u hotel muy antiguo, calentito, con aquel frío allá afuera, en medio de la nada, y siendo invitado por la responsable para comer algo allí adentro, yo, que estaba parando en ese hotel gratis... Ella me hizo sentar, ya había puesto un plato de sopa y otro de pan, para mí. Conversando, me miró con un aire irónico, bien a los ojos, desconfiada, medio bruja, medio madre, y me preguntó: "¿Qué andas hueveando por aquí?". Respondí que estaba viajando, conociendo lugares, que iría hasta Ushuaia. Ella rió, terminé la optima sopa bien caliente y el pan casero, y pregunté cuanto costaba. Ella dijo: "No es nada". Argentinos... Después, fui a ver una película en video con el hijo de ella, pero con el sueño que tenía, me fui a dormir, ya eran las 23 h...

No pasé tanto frío como antes de ayer, me abrigué más para dormir.

Hoy, salí del hotel a las 9:50 h y en el camino encontré a un argentino viajando en bicicleta, un ciclista más en el sur del mundo, había ido hasta Ushuaia por la costa atlántica, ahora estaba volviendo, rumbo al norte, pero por la Cordillera. Daría la vuelta a toda Argentina. Tenía poca ropa de frío y mucho menos equipaje que yo. Le pregunté si no estaba pasando frío en esos días, y él respondió: "¡Estoy cagado de frío!". Yo quise saber cómo él había pedaleado por la Ruta 3, en la costa, con aquellos vientos, y él me dijo que a veces viajaba de noche para evitar los vientos fuertes. Entonces ¡era él! El argentino loco que muchos ya conocían en la ruta (efecto de la comunicación boca a boca que existía durante el verano entre los viajantes, ciclistas o mochileros, ¡de varios países!).

Yo, normalmente, no me pongo toda la ropa para pedalear, tengo en el equipaje un pantalón de abrigo, un buzo de lana, medias de lana, remera de mangas largas, y para pedalear venía usando un buzo para deportes de inviernos, ahora ya estoy usando dos.

No vi más a los suecos, ellos deben de haber parado en la estancia Tapi Aike, en ese caso, aún estarían atrás mío.

Continué viaje con el viento en contra, y me pasó un auto que ya es la tercera vez que veo en este viaje; ¡increíble! Ya me sucedió otras veces ver el mismo auto en más de una ocasión. Pero ¡esta era la tercera! Esta era una camioneta cerrada atrás, lo que los argentinos llaman muy apropiadamente "casa rodante". Los argentinos adoran salir, viajar, acampar. En este caso, se trataba de un matrimonio viajando los dos solos en el pequeño motor home y debían de tener cerca de 70 años. Vi la camioneta en La Junta, en la Carretera Austral y después estaba estacionado en el Glaciar Perito Moreno.

Bueno, continué pedaleando y más adelante, unos 6 km antes de Cancha Carrera, la camioneta estaba parada, paré para conversar (quien nunca viajó solito en bicicleta no tiene noción de lo que es ver una cara conocida, simpática, más de una vez en el viaje, el magnetismo es inmediato, uno para y comienza a hablar). Les dije que era la tercera vez que nos encontrábamos, ellos viajaban hacía más de un mes, con sus cerca de 70 años, dormían en la casa rodante, ¡frente al glaciar! Me dieron inmediatamente una taza de café, no podía creer, ¡un café negro calentito! y cuatro rodajas de pan con manteca, ¡una cosa sublime! ¡Qué almuerzo!, comí con placer, mientras ellos almorzaban, dentro de la camioneta (tenían cocina) y después iban a dormir la siesta... Me despedí, y ellos me dieron su dirección en la Argentina.

Pedaleé unos 6 km más sintiendo de nuevo mi rodilla derecha y llegué a Cancha Carrera, un lugar con algunas casa dispersas, 1 km de distancia una de otra, y fui hasta la Gendarmería Nacional (la policía de frontera, pues el ciclista argentino me había dicho que yo podría dormir allá, en una casa de madera abandonada, hablé con los policías, y me permitieron parar allí, y también conseguí con ellos un poco de nafta para el calentador. Finalmente, pude cocinar, después de limpiar cuatro veces el calentador, intentando destaparlo. Preparé (¿adivinen...?) pasta y tomé jugo de papaya en polvo. De postre, mermelada (¡en algunos momentos del viaje, necesito hacer una comida sofisticada como esa!).

Ahora, son las 18 h, miro por las ventanas de la casucha abandonada, allá afuera es la inmensidad de campos ondulados, sin árboles ni casas, con el viento frío arrasando todo.

Hoy, es mi tercer día de viaje desde El Calafate, y como debo pasar uno o dos días más en la ruta para llegar a Puerto Natales (en Chile), resolví que tendría que, después de tres días, bañarme; en un resto de baño de la casa, medio demolido, me mojé y enjaboné rápidamente algunas partes del cuerpo, agua fría, temperatura ambiente fría, ¡todo frío!, ¡y listo, bañado!, ¡con desodorante y todo! Ahora, voy a estudiar el recorrido, tengo dos caminos posibles hasta Puerto Natales y mañana o después, donde pueda encontrar un vino, que, dicho sea de paso, tomé muy poco en este viaje, como buen atleta, voy a festejar mis primeros 3.000 km ¡en esta maravillosa bicicleta!

Es increíble, cuando son las 20 h, el viento para, como si alguien lo hubiese desconectado, y recomienza al otro día a la mañana. El argentino que pedaleaba a la noche tenía razón al hacerlo, el problema es dormir de día...

16 de marzo de 1996.

Ayer, me desperté y vi la salida del sol rojizo en esta Patagonia incomparable, hice un chocolate caliente, preparé todo para salir (lo que siempre demora), hice elongación y calentamiento; pasé por la policía para los trámites de frontera y cargué agua. Partí sin viento (miren esto, esta vez el viento no salió de mañana) y a pocos kilómetros de allí llegué a Chile de nuevo, en Cerro Castillo. Encontré un argentino y una suiza que habían dejado sus bicicletas allí e iban en ómnibus hasta el Parque Torres del Paine. Conversando, descubrí que, hace unos días, ellos dejaron la botellita de agua en la bicicleta en la calle y a la mañana temprano había una camada de hielo ¡en la superficie del agua!

Fui a comprar algo para comer en el viaje y partí. Ruta buena y bajadas, pues yo iba en dirección al nivel del mar a un puerto bien frío, eran 63 km hasta Puerto Natales, y llegué temprano, más o menos a las 15 h. Busqué un alojamiento y encontré uno con gente súper simpática por US$ 7,50 por día (con el lujo de ¡una ducha de agua caliente!), también daban el desayuno y ponían la cocina de la casa a disposición. ¡Bárbaro! Nada mejor para descansar y festejar mis 3.000 km de pedaleadas.

El domingo, mañana, voy a hacer un tour en ómnibus por el Parque Torres del Paine, con lagos, depósitos de hielo, picos nevados, animales silvestres...

Hoy a la mañana, salí por el camino a orillas del mar y fotografié cisnes de cuello negro, gaviotas y una bandada de pájaros parecidos a los biguás, pero tienen las patas y los picos rojos. Para variar, había un arco iris...

Ahora, voy a asar un cordero con ajo y cebolla, voy a hacer arroz, puré de papas, todo lo que no se puede hacer en la ollita y en el pequeño calentador durante el viaje, porque ahora estoy en este lujo que es... ¡una casa! y, lógico, un buen vino tinto chileno. ¡Hasta luego...!

18 de marzo de 2006.

Ayer, fui hasta el Parque Torres del Paine en un micro, el paseo duró todo el día. Juntos, había seis brasileros, una holandesa, un italiano y dos estadounidenses.

Menos mal que no fui en bicicleta, pues la ruta es fea, y para quien quiere conocer lo que yo conocí, habría llevado unos cuatro o cinco días pedaleando, aunque, es claro, yo vería muchas más cosas en bicicleta que en ómnibus, pero, como en todo el viaje, el hecho de tener un plazo marcado para llegar a Ushuaia (tiempo y dinero) requiere que, muchas veces, deje de explorar mejor determinados lugares.

Paisajes impresionantes como siempre: las torres del macizo Paine, con hielo y nieve, ríos y lagos, y los animales.

¡Llegué a tocar a un guanaco que se aproximó al micro! Él es lindo, elegante, muy dócil, con el pelo sedoso, ¡es simpático! También vi liebres corriendo, choiques, cóndores, y lo más sorprendente de todo el viaje, ¡un cachorro de ciervo! El huemul (en lengua indígena) es raro de verse, casi tan difícil como el puma.

A cierta altura del paseo, cuando el micro hizo una curva, nos encontramos con un ciervo en el medio del camino, él nos observó, se asustó y se metió en medio de los árboles, paró allá y nos quedó mirando. El chofer, que nació en la región y trabajaba llevando turistas al parque hacía ocho años, afirmó que jamás en su vida había visto un huemul. Pues ¡vimos un cachorro! También vimos flamencos, muy lindos con su plumaje rosado. Al final, pasamos por la casa de un guardaparque, él estaba alimentando a un zorro cachorro, tal vez huérfano, que encontró en los alrededores; aunque era bravo y arisco, se acercaba para comer alguna cosa que el guardaparque le tiraba, y también se desperezó, ya que interrumpimos su siesta...

En el Parque Torres del Paine, hay vientos de hasta 150 km por hora, lo que torna extremadamente peligroso cualquier intento de escalar sus picos; ayer, con certeza, agarramos vientos de unos 80 o 90 km, por lo menos. ¡Dios!

No podíamos caminar contra el viento, casi nos derrumbaba. Si agarro un viento de esos pedaleando, me caigo al suelo y ¡no consigo ni caminar!

Hoy, estoy descansando y preparando todo para continuar el viaje mañana con destino a Punta Arenas, última ciudad del continente; de allá, tomo una balsa que atraviesa el Estrecho de Magallanes rumbo a Tierra del Fuego, que es una isla (la mayor de América y la más austral del mundo). Debo de llegar allá en tres o cuatro días, ¡depende de los vientos! Estoy cerca del fin del mundo, y eso me pone ansioso y contento, en breve, estacionaré la bicicleta en el lugar habitado más al sur del planeta y preparando la vuelta a casa.

19 de marzo de 1996.

Salí de Puerto Natales a las 10:15 h, no había viento, y aun había sol, lo que en esa región no es muy común, con ruta pavimentada avancé a una buena velocidad.

Allá por el km 35, me pasó un vehículo y siguió, yo lo vi parado más adelante. El conductor hizo señas para que parara, cuando hablé con él me preguntó hacia dónde iba y de dónde venia, etc., todo lo que decenas de personas me preguntaron, curiosas, durante todo el viaje; él me contó que también había hecho pequeños viajes en bicicleta y sabía cuales eran las dificultades, y preguntó si quería seguir con él en su vehículo. ¡Eso es raro! Me tomó de sorpresa, y respondí que no necesitaba, que estaba todo bien, tranquilo, dentro de lo previsto. Que yo iría a Punta Arenas, pero hoy dormiría en la región del Hotel Rubens, en la ruta. Él me dijo: "¿Vos ya pedaleaste mucho...? Yo estoy yendo para Punta Arenas y te puedo dejar allá".

Él tenía una camioneta con la caja vacía, un dedo como ese no se presenta todos los días, era tan fuera de lo común que decidí aceptar. Continúo preocupado con el frío que está aumentando a medida que me aproximo a Ushuaia (el verano termina oficialmente ¡pasado mañana!), y ese dedo me adelantó unos ¡tres días de viaje!

Llegamos a Punta Arenas a las 15 h, nos despedimos, y le agradecí por el viaje.

Vi un lugar donde daban información turística, pero estaba cerrado. En eso, llegó un japonés, comenzamos a conversar, y me dijo que estaba en un hospedaje cerca de allí, en el centro, que costaba US$ 5,00 con ducha caliente, cocina a disposición y cama, ¡voy para allá!

Allá, descubrí que el barco de Punta arenas a Porvenir, en Tierra del Fuego, sale a las 9 horas y cuesta US$ 6,50, mucho más barato de lo que yo pensaba, pues no cobraban la bicicleta.

Así, mañana tengo que despertar temprano, la terminal de donde sale el barco es lejos del centro.

Por lo tanto, alrededor de las 11:30 h, ya estaré en la Isla de Tierra del Fuego, donde queda Ushuaia, a unos 470 km, eso significa que, si el viento no fuera de arrasar, puedo llegar allá en ocho o nueve días, de cualquier manera, antes de abril.

21 de marzo de 1996.

Llamé por teléfono a mis padres y a mi compañera desde Punta Arenas, una ciudad mediana, con bastante infraestructura.

Ayer, tomé el barco a las 9 horas y llegué a Porvenir (en Tierra del Fuego) a las 11:30 h, cuando salí del barco, vi un matrimonio que viajaba en bicicleta.

Comencé a pedalear, mi idea era andar unos 60 km hasta un pequeño poblado llamado Crucero, donde hay una bifurcación de rutas.

El paisaje de Tierra del Fuego teóricamente es el mismo de la Patagonia, pero, en realidad, es diferente; inclusive en la Patagonia, los campos cambian, los colores tienen matices, y la región, a pesar de que muchos dicen que no tiene nada, es siempre sorprendente.

La ruta va costeando el mar, por el Estrecho de Magallanes, que separa al continente de la isla.

Bien, llegué a tal bifurcación, y no había ¡absolutamente nada! ¡Otra vez engañado por los mapas! Seguí un poco más y encontré una estancia, pensé: "es la primera vez, ya en el final del viaje, que voy a pedir alojamiento en una estancia".

Llegué, y un señor me atendió, en realidad, él no era de la estancia, sino amigo de la persona que cuidaba todo, me ofrecieron un café con pan y dulce en el momento, después llegó el encargado del lugar, que vive solo todo el año en aquel lugar inhóspito y helado.

De noche, Rigoberto (el encargado) entró a la cocina con un cordero entero cuereado, en las espaldas. Allá, ellos crían ovejas, pues el ganado vacuno no aguantarían el frío!, cortó unos pedazos con una sierra, guardó el resto del cordero y comenzó a preparar, en una olla grande, un cordero con papas. Todo eso sin dirigirme la palabra, era obvio que yo era su huésped y que, como tal, toda la comida hecha en aquella casa sería compartida conmigo. ¡El cordero estaba delicioso! ¡Un auténtico cordero patagónico!

Antes, a las 19 h, Rigoberto pidió silencio y prendió la radio para escuchar el programa de correo. ¿Qué era eso...? Bien, en esos lugares sin teléfono, la única forma que tienen los dueños de las estancias (que viven en las ciudades) de hablar con sus empleados es enviando mensajes para ser leídos en un programa de radio. Así, a las 19 h, todo el mundo en la región prende la radio.

Dormí en la bolsa de dormir sobre un catre sin colchón. De noche, comenzó a llover y a soplar viento fuerte.

En Punta Arenas, no había viento, la travesía en barco fue tranquila, a pesar de que la ciudad es famosa por los ¡terribles vientos! Tuve suerte una vez más.

Hoy a la mañana, paró la lluvia y salió el sol. El viento continuaba, pero para mí estaba a favor. Salí temprano, y a la salida de la estancia había una camioneta parada con tres tipos adentro, que vinieron a conversar conmigo. Habían dormido allí.

En eso, llegó un muchacho en bicicleta, ¡era el mismo que estaba en el barco! Es inglés, Gary, y fuimos invitados a tomar una taza de café en la camioneta. Tomamos el café, conversamos y partimos.

Gary vive en Canadá y desde allá vino en bicicleta, ¡hace 10 meses y 25.000 km!

Con el fuerte viento a favor, llegamos a la frontera con Argentina a las 15:30 h, súper temprano, pues viajamos a una velocidad óptima. Buena la ruta, plana y viento a favor. Después, comenzó el asfalto, y pedaleamos más hasta llegar a la enorme estancia Sara.

Yo no había parado en estancias antes en el viaje, a pesar de ser famosa su hospitalidad en Argentina, pero yo pensaba que eso no existía más, fue Gary quien me dijo que él había parado en otras estancias. Pedimos para acampar, y el personal de la estancia nos mandó para una casita de madera, medio vacía, sin luz eléctrica, pero donde podríamos dormir en la bolsa de dormir, protegidos de la lluvia.

En el refrigerio de los empleados, cenamos con ellos, sopa, fideos, carne, pan y té. Generalmente (como esa), son haciendas de familias inglesas o descendientes de ingleses.

En la casita donde dormimos, hay una pieza con calefacción, donde estamos escribiendo ahora en nuestros diarios, y ya nos avisaron que ¡el desayuno se sirve a las 7:30 h!

Esta estancia tiene ¡7.000 ovejas! ¡Debe tener tierra de nunca acabar! Imagino recorrerla entera... en bicicleta, ¿cuánto tiempo me llevaría? Las ovejas, al contrario de las vacas, pueden estar hasta 20 días debajo de la nieve sin comer, hacen uno huecos para respirar, como los perros de tiro de trineos.

El invierno pasado fue uno de los peores en estos parajes, hubo lugares en Chile y Argentina con hasta ¡tres metros de nieve acumulada! Murieron millares de animales.

En las ciudades, un metro de nieve ya es suficiente para crear una serie de dificultades, como salir de casa o ¡abrir la puerta del auto!

En la estancia donde dormí ayer, uno de los trabajadores también escucha la radio todas las noches.

Tomamos un súper desayuno con café negro, pan, manteca, té y ¡carne de cordero! Gary comió tanto que quedó exhausto, se atragantó.

Hoy, por primera vez en todo el viaje, vi un cartel en la ruta señalizando: "Ushuaia 300 km". ¡Dios mío! Soñé tanto en ver ese cartel de tránsito, y hoy, enseguida de la frontera estaba él. Estoy a cinco o seis días del fin del mundo, y ayer tuve una óptima noticia con Rigoberto (de la estancia Concordia): es posible ir gratis a la Antártida con un avión de la Fuerza Aérea Chilena. Yo soñé con sacarme una foto pedaleando en la Antártida, el sexto continente, pero el viaje turístico es carísimo. Los aviones militares van llevando comida y equipamientos para las bases científicas, y entonces se puede "hacerles dedo". Cuando le hablé de esa posibilidad a Gary, se volvió loco, ¡también sueña con la Antártida!

Mañana, ya voy a llegar a Río Grande, que está a 55 km de aquí, si el viento continúa a favor, y no estoy cansado (hoy hice ¡126 km!), continuaré 35 km más hasta otra estancia para pedir alojamiento, Gary seguramente va hasta allá, pues pedalea mucho, en días sin viento y con asfalto, él llega a hacer 150 km.

Bien, ahora voy a dormir, aquí sopla un viento fuerte y helado, el horizonte es enorme, los colores del pasto, ocre, pastel, verde claro, son lindos. La puesta del sol siempre es bella. Hoy, es el último día del verano, mañana comienza el otoño, y yo yendo para el fin del mundo... ¡Cosa de locos!... ¡Buenas noches!

22 de marzo de 1996.

¡Continúa el viento a favor! Gary y yo tomamos el desayuno con carne de cordero en la estancia y salimos a las 9:30 h, llegamos antes del mediodía a Río Grande y paramos en un supermercado para comprar comida, comimos allí, al lado, protegidos del viento.

El día se fue poniendo cada vez más nublado, luego continuamos viaje hasta la Estancia Viamonte, haciendo un total de 100 km. Nos agarró un poco de lluvia, pero igual llegamos temprano, a las 15:30 h, hablamos con el encargado de la estancia, que también era de familia inglesa y conversó en inglés con Gary. El encargado nos contó que los primeros viajantes en bicicleta que pasaron por allá y también cruzaron la Cordillera de los Andes, fue en los años 1940. ¡Cuando casi no existían rutas!, y nosotros creyendo que estábamos haciendo alguna aventura... En esa estancia, también conseguimos una casita de madera vacía para instalar las bolsas de dormir, tomamos un café para calentar el cuerpo y ahora estamos en el "Club", una casita que normalmente las estancias tienen para los trabajadores, con televisión, calefactor, mesa y sillas, etc. Dijeron que la cena era a las 19:30 h. ¡Genial!

Conversando con Gary sobre viajes, yo le dije que me gustaría hacer uno más difícil o más distante, por China, por ejemplo, o por Siberia, pero no sólo; y él me dijo: "¿Vamos...?"

Estamos ya a unos 190 km de Ushuaia, y siento un "dolor de estómago", teóricamente puedo llegar allá en dos días, pero todo depende del viento, de las montañas que todavía tengo que cruzar, el último pedacito de la Cordillera de los Andes, interrumpida sólo por el estrecho de Magallanes, y claro, también de algún imprevisto.

24 de marzo de 1996.

En la Estancia Viamonte, realmente cenamos bien, y al otro día, tuvimos desayuno con pan y carne de cordero nuevamente.

Salimos temprano para parar en alguna otra estancia en el camino, y al final de la tarde llegamos a la Estancia Los Álamos, allí había un lugar para acampar a la costa del lago Fagnano. Había un grupo de argentinos allá, y obvio, fuimos a conversar con ellos, nos ofrecieron pan dulce y una botella de agua mineral (eso porque yo pregunté si el agua del lago era potable como en tantos lagos y ríos de la Patagonia, lugares altamente preservados).

En verdad, yo creía que era potable, pero la pregunta fue el pretexto para comenzar la conversación.

Después, fui a bañarme, quiero decir, un semibaño. ¡Después de cuatro días sin ver agua y jabón! El agua del lago, en plena Tierra del Fuego en el inicio del otoño, estaba helada, y la temperatura ambiente, unos 13 °C. Le pregunté a Gary, que había cortado los panes, si él también se bañaría, y él respondió rápidamente: "¡No!".

Bien, allá fui yo... Me saqué la ropa, quedando solamente en calzoncillo, y me enjaboné (¡hasta me lavé la cabeza!) en diez minutos... ¡Un récord!, ¡Hacía un frío de diablos! Inmediatamente, con una rapidez impresionante, ya estaba vestido de nuevo y comenzando a montar la carpa, hacer cosas, preparar todo para dormir más tarde, o sea: formas de mantener el cuerpo caliente.

Hice, para variar, unos fideos con atún, comimos todo, y fuimos a dormir temprano, pues la idea era llegar hoy a Ushuaia, y no pudimos.

De noche, comenzó aquel terrible ruido del viento que entró del oeste, y llovió un poco. Cada ruido de viento, cada gota de lluvia a la noche en la carpa significa: "¡problemas mañana!".

Me desperté varias veces a la noche, como siempre, no encuentro una posición confortable, me despierto con algún sueño o simplemente por no estar en mi cama, en casa, que sé yo... ¡Eso durante tres meses!

Acabé despertando (como sucedió muchas veces) a las 7:30 h. Claro, yo no había llevado despertador. Salió el sol de nuevo, pero permaneció el viento.

Comenzamos a pedalear a las 10 de la mañana con el viento en contra y el frío aumentando, además de eso, nos aproximamos a la Cordillera, y comenzaron las subidas. La ruta, que no era asfaltada de San Sebastián hasta Tolhuín, volvió a ser de tierra, vimos que nos cansaríamos mucho (yo ya estaba cansado de los dos días anteriores, en los cuales hice un kilometraje alto para mi preparación física y mi promedio en el viaje). Pensamos en dormir de nuevo en alguna estancia, en caso de que hubiera una antes de Ushuaia.

El camino se fue poniendo cada vez más bonito a medida que nos aproximábamos a Ushuaia, volví a ver montañas y bosques, pues estábamos subiendo. Desde la ruta, pude ver los bellos lagos Fagnano y Escondido.

Teníamos que pasar sobre una montaña más alta, el Paso Garibaldi, para después descender rumbo a Ushuaia.

Comencé a subir despacio, con una vista bellísima del Lago Escondido, y luego comenzó a hacer más frío, con unas nubes muy oscuras y una lluvia fina que caía.

En esa región, el tiempo cambia en cualquier momento, en el mismo día puede haber sol, llover, refrescar... Era una lluvia helada y rara, gruesa, que caía bien despacito, una gota aquí, otra allá, y allá en la cima de la montaña, la lluvia fue aumentando.

Pedaleando, miré con más atención esa lluvia rara... ¡Las gotas eran blancas! Paré la bicicleta, nunca en mi vida había visto una lluvia nevada, lo que los argentinos llaman "agua nieve", porque los pequeños copos blancos, al caer al suelo, inmediatamente se derriten. ¡Yo estaba eufórico! Sólo había visto nieve de lejos y ahora un preanuncio de nieve, en los primeros días de otoño, y justamente en el último día de viaje antes de llegar a mi destino, Ushuaia.

En el descenso de la montaña, el frío era todavía mayor, yo llevaba puesta toda la ropa de invierno para deportes que había llevado, o sea, una blusa de mangas largas y ajustada, un buzo encima, y arriba, otro abrigo aun mayor y más grueso, todos con tela especial para protección contra el frío, pero que permitían la respiración de la piel; además, llevaba un gorro y medias gruesas de lana, botas y piloto impermeable para la lluvia.

Más adelante, encontré a Gary. Después, se me pinchó la rueda trasera, y fue un agujero grande también en la cubierta, además de la cámara, cambié los dos y continuamos en el medio de las montañas con nieve encima y una floresta bellísima.

Cuando llegamos a un hotel-restaurante, preguntamos si había alguna estancia cerca de allí donde pudiésemos pedir alojamiento. El muchacho que nos atendió rápidamente nos llevó a una casa de madera muy simpática, con estilo de montaña, recién construida, pero totalmente vacía, que después sería un hospedaje turístico, pero aún no estaba totalmente acabada, aunque ya tenía todas las ventanas cerradas. Él dijo que podíamos colocar las bolsas de dormir allí adentro y dormir gratis. ¡Qué maravilla! Dormiríamos protegidos del frío, del viento y de la lluvia, y sin el trabajo de sacar todo de la bicicleta, armar la carpa, y al otro día volver a colocar todo en las bolsas, acomodar la carpa nuevamente, con el inconveniente de la lluvia, etc.

¡Estamos a apenas 36 km de Ushuaia! Mañana, llegaré a esa ciudad que estuvo en los últimos dos años en mi cabeza como una obsesión. Vamos a llegar temprano y todavía tener tiempo para pasear por la ciudad. ¡Qué día! Voy a llamar por teléfono a Lu y a mis padres ni bien llegue, y festejar comiendo centolla (enorme cangrejo de aguas frías) y, naturalmente ¡un vino argentino!

25 de marzo de 1996.

Ayer, cuando desperté y miré por la ventana: ¡Estaba nevando! Nevaba más que en la ruta el otro día, y las montañas quedaron blancas, no sólo en la cima, sino a partir de la mitad, con las copas de los árboles cubiertas de nieve, ya parecía paisaje de invierno que yo apenas había visto en fotos. Nevó finito hasta las 10 h. Después, salí pedaleando. Gary había salido más temprano, pues quería llegar a Ushuaia antes de las 13 h para hablar con el consulado de Chile sobre un posible viaje a la Antártida.

Bien, ese último día de viaje fue increíble, de nuevo paisajes exuberantes en toda la ruta, pero esta vez ¡un paisaje blanquecino! La ruta a veces frenaba la bicicleta, porque había un poco de barro, entonces fui despacito, y había más subidas.

Llegué a un lugar llamado Valle Tierra Mayor, que era más alto, y allí ¡la nieve que había caído estaba intacta en el pasto! Al lado de la ruta, pude por primera vez en mi vida agarrar un puñado de nieve, sentir su consistencia blanda, muy diferente al hielo. ¡Todo el suelo blanco! No sé que temperatura hacía en aquel momento, pero con certeza estaba muy frío, yo sentía las manos y los pies helados.

Después, comencé a descender y entonces ya no había nieve en el piso, apenas en los lugares más altos. Paré para descansar un poco, y ya se veía el Canal de Beagle a lo lejos. Ushuaia estaba cerca, el computador de a bordo se volvió loco de nuevo, y perdí la noción de la distancia.

Más descensos y vi casas, un puesto policial y el inicio del pavimento de nuevo. Allí un cartel indicaba: "Ushuaia 6 km". Entonces: ¡Era verdad! ¡Ya estaba llegando!... Tantos meses soñando con ese lugar, y él ahora estaba allí, indiferente a mi presencia, con las personas yendo y viniendo sin prisa, y el tiempo, como siempre, cambiando a toda hora.

Pedaleando un poco más, pude ver toda la ciudad desde un punto alto de la ruta y montañas nevadas a la derecha, además de las que se veían del otro lado del canal. Me fui aproximando al centro, bajé por una calle ya en pleno comercio y llegué a la avenida costanera.

Cielo celeste en Ushuaia (¡cosa rara!), un frío muy diferente, fuerte, que congelaba mis manos y mi nariz, pero yo ni me enteraba, estaba embriagado por terminar un viaje de 3.700 km en bicicleta, más unos 800 km en micro, además de hacer dedo. Busqué la placa que decía "Bienvenidos a Ushuaia, la ciudad del fin del mundo", pero no la encontré, y saqué una foto de la bicicleta delante de otro cartel.

Un trabajador que pasó me preguntó si quería vender la bicicleta, como yo necesitaba volver en avión a Buenos Aires, además de todas la deudas que tendría que pagar en los meses siguientes, respondí: "Si, vendo la bicicleta por US$ 300...". Él quedó en buscarme en el hospedaje donde iría a quedarme. Al final, no tuve coraje de venderla.

Después, encontré al matrimonio argentino que viajaba en la casa rodante (¡por cuarta vez!), era la pareja de casi 70 años que me dio café y pan allá en Chile, fui a conversar con ellos, y después encontré a Gary en la calle, fuimos al puerto a preguntar sobre la posibilidad de ir gratis a la Antártida, pero ya no estaban viajando, pues ya terminó el verano, y el clima ahora era muy difícil para la navegación. Gary entonces pidió información en el consulado de Chile, pero para ir a la Antártida era preciso pagar US$ 2.000...

Fuimos a sacarnos unas fotos frente al cartel y después nos instalamos en un hospedaje.

A la tarde, comenzó a nevar de nuevo, y nevó varias veces (como hoy a la mañana).

Esta semana, voy a quedar descansando y paseando por Ushuaia, hasta tomar el vuelo a Buenos Aires, dormir allá, y después tomar el avión para Florianópolis.

29 de marzo de 1996.

El hospedaje en el que quedé el día 25 era una locura, sólo era para locos, con la familia de los dueños peleando todo el tiempo, etc. El día 26, me fui a otro hospedaje más barato: US$ 45 ¡Para 6 noches! Puedo cocinar en un anafe de dos bocas en el corredor, donde también queda el baño colectivo. La casa es toda de madera, y el lugar es tranquilo, no tiene casi huéspedes.

Cuando entré al hospedaje, estaba llegando Inés, una alemana que viajaba solita desde Perú y hablaba un poco de español. Nos hicimos amigos y ya paseamos bastante, tomamos muchos cafés, Inés adora el café, y yo también.

Visité la ciudad, que es realmente linda y no tiene muchos edificios ni cosas lujosas, es una pequeña ciudad con muchas construcciones simples de madera, me gustó bastante. El lugar está rodeado de montañas nevadas y, al mismo tiempo, al lado de un canal de mar, lindísimo.

Un día, Inés encontró una pareja de franceses ¡por cuarta vez desde Bolivia!...Tomamos café todos juntos y combinamos para ir a la noche a tomar unos tragos.

De noche, entonces, nos encontramos Isabelle y Fabien (ella de Nice, y él de Toulouse), Inés y yo, para tomar un chop y conversar, ellos hablaban un poco de español también. Quieren seguir después para Brasil, entonces les di mi dirección.

Antes de ayer, fui con Inés al Glaciar Martial, cerquita de la ciudad. Uno va en ómnibus hasta las aerosillas, que son aquellas sillas que llevan hasta la parte más alta de la montaña, donde hay nieve. De allá caminamos, creo que unos 1.000 metros más para arriba hasta llegar cerquita de las montañas.

¡Nieve! Tuve suerte, porque ese día, justamente, la nieve que cayó no se derritió (hacia mucho frío) y cubría el piso, en algunos lugares ¡hasta un metro! Yo hundía mis pies hasta las rodillas dentro de la nieve, en medio de bellos árboles, un paisaje deslumbrante. Sacamos fotos, hicimos un picnic y disfrutamos del silencio de la montaña. Después, volvimos por la aerosilla hasta la base y seguimos a pie hasta la ciudad, eran siete kilómetros.

Ese día y el siguiente, la temperatura mínima en Ushuaia fue de -2°C.

Hoy (29 de marzo, viernes), hace "calor", puedo andar en la calle con una remera y un pulóver, y no hay viento.

Otro día, leyendo el diario de Ushuaia, me enteré de que un velero brasilero había tenido problemas y tuvo que ser rescatado por un navío de la Armada Argentina. Bien, acabé conociendo a la pareja del barco, él era francés, y ella, brasilera. Salieron de Brasil en diciembre, y en la región Le Maine, en la punta este de Tierra del Fuego, en el extremo sur, el velero encalló. Quedaron encallados un mes en una bahía que no tenía nada, y sin comunicación, la radio no era suficientemente potente. Fueron comiendo la reserva de alimentos que habían llevado.

Ese es un lugar donde, antiguamente, se hacía caza de focas, vieron pilas y pilas de pieles de focas y restos de equipamiento.

Más tarde, llegaron cazadores, mataron algunos animales en tierra (había ganado vacuno, debían ser de alguna estancia). La pareja recibió carne de los cazadores y agarraba agua de los arroyos próximos. Después de un mes en esa situación, consiguieron desencallar el barco y siguieron rumbo al sur, pero esa región (entre la isla de Tierra del Fuego y las Islas de los Estados) es de difícil navegación, y ellos habían roto el motor. A vela, no se podía continuar, pararon en una base militar argentina. El navío argentino que podía llevarlos hasta Ushuaia salía después de... ¡30 días! Entonces, tuvieron que esperar más de un mes en esa base (literalmente, un fin del mundo) y llegaron hace pocos días a Ushuaia, remolcados por la Marina Argentina. Ahora, van a arreglar el barco y volver para Brasil.

Hoy, fui a sacar unas fotos con la bicicleta, le pedí a Inés que me sacara (pues, durante todo el viaje, yo no aparecía en la mayoría de las fotos que saqué). Y ¿que vi allá? ¡Una foca!... Qué suerte, porque ver pingüinos, focas y lobos marinos, sólo con excursiones y yo no tengo dinero. Y pingüinos, yo veo algunos en invierno en Florianópolis...

Mañana, voy al Parque Nacional de Tierra del Fuego (espero que el tiempo esté bueno, pues durante la semana llovió) y el domingo parto en avión para Buenos Aires. Lunes, día 1° de abril, ¡Ya estaré en casa!

31 de marzo de 1996.

Ayer, fui al Parque Nacional de Tierra del Fuego, pero el tiempo estaba nublado y frío, caminé unas tres horas dentro del área, fui hasta la bahía de Lapataia y volví, es muy bonito, con aquellos árboles de clima frío, con pocas especies, aunque no se compare, por ejemplo, a la exuberancia de algunos trechos de la Carretera Austral, en el sur de Chile.

Ayer, hice mi despedida del viaje en el famoso restaurante Tía Elvira, donde comí carne de centolla con papas.

Hoy, saqué fotos con la bicicleta, con la ayuda de Inés. Ella es muy agradable, está siempre de buen humor y, por lo tanto es una óptima compañía para este fin del viaje. Ella se fue hoy, iba a intentar hacer dedo para ir a Río Grande o Río Gallegos, después sigue para El Calafate para visitar el glaciar Perito Moreno.

Quedé una semana en Ushuaia, y tuve lluvia, frío, viento, nubes y poquísimo sol, pero cuando llegué aquí, el lunes, el tiempo estaba limpio, y hoy, que voy a tomar el avión para Buenos Aires, el tiempo de nuevo está despejado, con mucho sol.

Mi avión sale a las 17 h, y espero ver la cordillera de Darwin, el final de los Andes interrumpidos por el Canal de Beagle, pero que continúa en Tierra del Fuego.

Pensando en estos tres meses que pasé pedaleando, percibo que el único momento en que yo realmente sentí miedo, de esos que dan escalofrío y un dolor de barriga, fue un poco antes de comenzar el viaje: en la sala de embarque del Aeropuerto de Florianópolis, rumbo a Buenos aires, después que me despedí de mi compañera y quedé solo para enfrentar lo que serían tres meses de un trayecto desconocido para mí.

Todavía no tuve tiempo de pensar lo que significó este viaje, creo que fueron muchas cosas, y con el tiempo, tal vez, yo vaya percibiendo el impacto que él tuvo en mí.

Ya puedo sentir algunas pequeñas transformaciones, que no cambian radicalmente algo, en verdad, profundizan ciertos trazos, ciertos modos de ser que yo ya tenía, tal vez, tímidamente, ¿quién sabe...?.

Cuando llegué a Ushuaia, de repente, era como si yo comenzase a sentir el cansancio acumulado por haber pedaleado 3.700 km, por tantos campos, regiones áridas y montañas, era la tensión de tres meses finalmente relajada, el fin de tantos cálculos, esfuerzos, tareas cotidianas de armar y desarmar la carpa, sacar y colocar todo en la bicicleta, cocinar y lavar, y al otro día comenzar todo de nuevo. Era el fin de momentos de soledad, de horas y horas pedaleando en regiones vacías. Pero también era el final de una jornada de aprendizajes, amistades, solidaridad y paisajes que jamás vería en otro lugar del mundo.




En el Parque Nacional de Tierra del Fuego, se encuentran muchos arbustos de calafate, una pequeña fruta de color azul violácea. Según la leyenda indígena, quien come el fruto del calafate un día volverá a Ushuaia.

La hospitalidad de los argentinos en todo el viaje me ayudó algunas veces, me facilitó informaciones, me emocionó siempre.

Sentir el sabor levemente ácido del calafate, recogido en las caminatas por el parque, fue mi respuesta silenciosa al gesto solidario y desinteresado con el que los argentinos me marcaron, sin saber, para siempre.



DATOS SOBRE EL VIAJE:

Duración: 94 días.

Trayecto en bicicleta: 3.700 km.

Trayecto a dedo: 150 km.

Trayecto en ómnibus: 1.000 km.

Trayecto en barco: 200 km.

Total: 4.915 km.

Promedio de kilometraje por día (pedaleando): 70 km.

Distancias límites recorridas en bicicleta:

Máxima 137 km.

Mínima: 26 km.

Promedio de gasto diario con alojamiento: US$ 4,70.

Lugares visitados:

Ciudades de Argentina: Buenos Aires, Mercedes, Bragado, Nueve de Julio, Pehuajó, Trenque Lauquen, Catriló, Santa Rosa, General Acha, Puelches, Gobernador Duval, Chelforó, Ingeniero Huergo, Neuquén, Picún Leufú, Piedra del Águila, Junín de los Andes, San Martín de los Andes, Villa La Angostura, Los Antiguos, Perito Moreno, Caleta Olivia, Río Gallegos, El Calafate, Río Grande y Ushuaia (las dos últimas en Tierra del Fuego).

Ciudades de Chile: Entre Lagos, Osorno, Puerto Octay, Frutillar, Puerto Varas, Llanquihue, Puerto Montt, Cochamó, Ancud, Castro, Contao, Hornopirén, Chaitén, Villa Santa Lucía, La Junta, Villa Amengual, Manihuales, Coihaique, Puerto Ibáñez, Chile Chico, Cerro Castillo, Puerto Natales, Punta Arenas, Porvenir (Tierra del Fuego).

Lagos de Argentina: Lácar, Meli Quina, Villarino, Falkner, Correntoso, Espejo, Nahuel Huapi, Buenos Aires (en Chile, se llama Lago General Carrera), Argentino, Fagnano, Escondido, Roca.

Lagos de Chile: Puyehue, Llanquihue, Todos los Santos, Yelcho, Risopatrón, Las Torres, del Toro, Sarmiento, Nordenskjöld, Pehoé, Grey.

Parques Nacionales de Argentina: Lanín, Nahuel Huapi, Los Glaciares y Tierra del Fuego.

Parques Nacionales de Chile: Puyehue, Pérez Rosales, Hornopirén, Queulat, Torres del Paine.

Glaciares: Perito Moreno (Argentina), Martial (Argentina), Ventisquero (Chile).

Animales vistos durante el viaje: zorro, guanaco, ciervo (huemul), cóndor, liebre, choique (ñandú), halcón, águila, cisne-de-cuello-negro, flamenco, caiquén (pato), loro, tatú, bandurria, gato salvaje (muerto), foca.

Bicicleta: KHS Montana Crest 21 marchas (EUA).

Equipaje

 Alforja delantera derecha: olla, calentador, botella de combustible (900 ml), fósforos, abrelatas, jabón, esponja, jarro, cubiertos, enlatados, repasadores.

 Alforja delantera izquierda: cámaras, piezas, tornillos, lubricante, balizas, farol, linterna, pilas, cinta adhesiva, llave allen, tensores.

 Alforja trasera izquierda: ropas de invierno, pijama, botas. En el anexo: banana seca, galletitas dulces, jugo en polvo.

 Alforja trasera derecha: comida, frutas, bolsas plásticas. En el anexo: papel higiénico, mapas, herramientas.

 Bolsa del manubrio: pasacasete.

 Portaequipaje delantero: cubiertas, dos cantimploras de 4 l cada una.

 Portaequipaje trasero: carpa, bolsa de dormir, aislante térmico, mochila conteniendo ropas de verano, botiquín, objetos de baño, toalla, kit para costura, anteojos, filmes, guantes impermeables, piloto de lluvia impermeable, pantalón impermeable, chaleco Polartec.

Pernoctes (94 días)

En bolsa de dormir: 64 noches.

En terrenos de casas: 2 noches.

En bolsa de dormir sobre una cama: 5 noches.

En estancias: 3 noches.

En cama: 25 noches.

En estación de tren: 1 noche.

En hotel: 2 noches.

En estación de servicios: 3 noches.

En hospedajes: 30 noches.

En áreas sin nada (orilla de ruta, etc.): 3 noches.

En camping organizado: 41 noches

En ómnibus (viajando): 1 noche.

En camping libre: 4 noches.

En un ómnibus vacío, abandonado: 1 noche.

En albergue: 1 noche.

En casas vacías: 3 noches.